sábado, 15 de noviembre de 2014

Caín en la plaza del Maidán


Os dejo los cantos de la victoria y los llantos de la derrota.

"fue el puñal de mi intención vertido en su pensamiento"

El padre Caín se deviene en nuestro canto épico y sus secuelas nos acosan y liberan cada día. Ahora son letanía permanente en los oídos, un rosario de agravios que inflaman los versos y agitan los sentimientos. Redobles que agarrotan las manos, afilan las navajas, encienden las bujías y preparan los acechos. Es el tropel de los cañones que nos hace marchar en filas interminables. Sus proyectiles nos marcan la dirección y señalan el camino, después viene la dulce cantinela que relaja las sienes y nos permite dormir.

Con el tiempo sus versos han quedado gravados en la carne, ya son memoria permanente y ahora suenan como canciones de cuna: son lenitivos para el corazón afligido. Pero no hay que perder la vigilancia, vasta que alguien mueva la página carmesí, agite la lengua con saña, para que toda la cadena de acontecimientos funestos dejen teñida la tierra: ¡otra vez!

En la plaza del Maidán, en Kief, pudimos ver hace muy poco la gran fiesta de la libertad. Los cánticos de la victoria, el café de los camaradas y la justicia de las hogueras nocturnas: todo hacía sentir la belleza del corazón humano. Era una fiesta a la libertad pero allí se iniciaron también las fosas de civiles, los caídos a las afueras en Nízhniaya Krinka, en Donetsk. La mano de Caín mueve intereses que habitan en el corazón de Europa: otra vez Alemania y Rusia nos ahogan y confunden. La guerra en Ucrania ya ha creado miles de muertos y muchos más están desplazados y empobrecidos. Las casas han quedado destruidas y el invierno se presenta muy duro para ellos. Un conflicto civil está en marcha y en el cielo, un misil de nadie derribó un avión de la aerolínea Malaysia Airlines: con 298 personas a bordo: ¡murieron al instante…!

Su testamento perfuma el aire: ¡siempre! Se escucha en las llanuras, en las barrancas y en la montaña se hace eco interminable. El murmullo obnubila la mente sin descanso, su timbre declama versos con la voz del rapsoda celeste. Su rezongo es el de un moscón que taladra el oído y lo hace con la fuerza que desprende el llanto del recién nacido. Su terrible ofrenda dormita en la semilla, se mece en los estambres y se adormece en las corolas. Su testamento también está escrito en la memoria del agua, la que recorre las torrenteras de la mente, la que riega y fertiliza el jardín interior. Su imagen es un rubí prendido en los ojos: ¡una flor de Jericó!

Qué puede haber más poderoso que la punta de una navaja con la rosa del corazón asida en la punta: ¡fresca, todavía…!

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