domingo, 30 de diciembre de 2012

Ida y el astrágalo


Ida. Fósil encontrado en Messen Alemania. Darwinius masillae, en honor al 200 cumpleaños del escritor del “Origen de las Especies”


Ida y el astrágalo
Al inicio del Eoceno una columna de fuego rompió los estratos de la litosfera, pasó por grandes bolsas de agua creando vapor hasta que la presión de aquella gigante caldera rompió la capa superficial de la tierra con gran estrépito. Le sucedieron incontables convulsiones del mismo poder hasta que el fuego cedió y un cráter de gigantescas proporciones quedó abierto como testimonio de la terrible danza de los elementos. Primero el cráter se llenó de agua formando un lago de color azul y emanaciones sulfurosas. Su aspecto era sobrecogedor, en el centro se abría la puerta hacia las profundidades del infierno y a su vez, aquella garganta oscura era el futuro y se abría paso hacia la luz de nuestros ojos.
Fue muchos siglos después, en la primavera de una nueva era, cuando las temperaturas templadas y húmedas poblaban hasta los cascos polares, cuando las grandes montañas iniciaron su ascenso y una variedad de mamíferos vivían en Europa, que Ida se ahogó en aquel lago, hoy situado en Messen,  (Alemania).
Ida murió cuando era una niña en un intento de beber como lo hacía todos los días, pero en aquel momento las aguas traspiraban gases mortales. Tras sufrir un desmayo cayó en aquellos humedales y se ahogó en silencio. Su cuerpo se fue al fondo y poco a poco, lentamente, hizo un viaje hasta los lodos profundos quedando oculta entre las capas del tiempo. Desde allí lanzó un alarido, un grito de dolor que ahora resuena en nuestros oídos con la gravedad de la larga espera y el misterio de la evolución revelado. El polvo del tiempo se posó sobre ella, cada partícula le acarició los ojos, se filtró entre el pelo, se coló entre los dientes y la retrató dejando un registro preciso y maravilloso de su cuerpo.
La violencia geotérmica, el movimiento de las placas tectónicas, las altas temperaturas a que fueron sometidas las rocas sedimentarias donde dormía Ida, la dejó impresa en una placa de esquisto. Ida es el fósil de un mono-lémur con uñas, no garras, con el pulgar opuesto en cada mano para coger cosas y el astrágalo del pié preparado para caminar erguida. El astrágalo es la pieza singular que articula los huesos del pié con la tibia y el peroné, es el que permite la marcha bípeda y todavía nos soporta a los humanos 47 millones de años después del desvanecimiento de Ida.
La morfología y el detalle que presenta el esqueleto fósil es una maravilla, el 95 % es descriptible, suficiente como para anunciarnos que se trata del eslabón perdido, el origen de los senderos que dibujan la evolución humana. 

martes, 4 de diciembre de 2012

Cantos del pájaro negro


Personaje con pájaro, pez y cabra. De la serie Senyals a la pell. En la obra se puede apreciar en bajorrelieve una representación del libro Cantos de pájaro negro.
Mármol, piedra de Agramunt, bronce, hierro y trapos. 1986. 480 x 510 x 55 cm. La Comella.


Cantos del pájaro negro

                  ...seguía secreto en  sus pensamientos. Nadie conocía la historia de su presencia y, por tanto,  nadie  encontraría defecto en su falta. Cuando miraba señalaba sin propósito el canto duro de un paisaje baldío, unos campos serenos y unas piedras elevadas que rompían el horizonte.  

-Serán para contar"-

Pensó. Eran marcas, referencias en un espacio, muchas veces unido y otras tantas separado. -

- Son señales movidas por una razón profunda.-

Decía: seguidamente empezó a cantar.
  
                                                     Si los pasos que doy
                                                     me conducen a algún lugar,
                                                     daré por buenas
                                                     las mataduras
                          
                  Un día no menos tranquilo que otros, después de un vuelo largo y unos cuantos cortos, se paró encima de una de estas señales, un hito fuertemente agarrado al suelo. Notó su firme decisión de permanencia y sintió la vibración de cientos, siglos, miles de años mantenidos en quietud.  

- ¿Es una señal de Dios, o una espina del diablo clavada en la tierra? - 

Preguntó al silencio del lugar. Se dispuso a mirar atento, a leer los más insignificantes signos, a seguir la pista del tiempo hasta esclarecer la causa de su presencia. Mantuvo la atención durante horas y no llegó a descubrir nada revelador. Sólo unos pájaros que volaban alto, allá arriva formaban un círculo misterioso. Primero volaban desahogados y amplios, al rato,  de vez en cuando, alguno de ellos caía libre y desganado, de esta manera obligaba al resto a apretar el círculo que volaba y volaba cada vez más rápido. El sistema acabó imponiendo su disciplina y ninguno de ellos tuvo el valor de romper el orden. El último se perdió en si mismo de forma incomprensible. Fue un acto admirable hasta el final que le reveló la condición  del héroe; ¡quizá su propio destino! En estas estaba cuando se puso a cantar...
                                                     
                                                     Sabed que tengo una pistola
                                                     con una bala en la recámara,
                                                     que no pienso utilizar.
                                                    
                  Situaciones como ésta le eran familiares y aunque admiraba lo heroico-trágico, en realidad no se identificaba con ningún personaje. Para él la realidad era puramente contemplativa y todo lo que ocurría fuera de sí, eran historias, cuentos chinos, harina de otro costal, novelas de humo con desarrollos imprevisibles.

                                                     Perdido en la periferia,
                                                     me encuentro en el cruce
                                                     de pensamientos
                                                     que siento ajenos.
                                  
                  Nunca encontró razones para enfadarse con nadie. Ni siquiera cuando cierto día, mientras distraía los ojos mirando circulitos brillantes de su invención, le clavaron un palo con púas que le llenó el cuerpo de dolor y de espanto. La confusión de las sensaciones le anularon los sentidos. Unas eran conocidas; el calor húmedo y nervioso, otras preocupantes, el frío seco y tranquilo que le invitaba al abandono. Más tarde dejó de pensar que sentía y perdió el conocimiento. Sin embargo aquel día no le llegó el final, aunque por instantes fue deseado. El caso es que se fue recuperando lentamente y pudo seguir cantando. Introdujo el cuerpo hasta el cuello en barro negro y blando y probablemente para formarse el milagro de su sanación, fue ayudado por las vibraciones del fondo del universo, (...). Después se preocupó por las señales producidas en su cuerpo, señales  que con el tiempo  integró en la piel como tatuajes para el olvido, finalmente borró de su mente todo este doloroso asunto.

                                                     De tanto en tanto
                                                     lanzo un grito al silencio,
                                                     para romperlo.
                                                     Si... y... si puedo,
                                                     me limpio el pecho de hollín.

                 - Los ojos que ven mucho mundo también se cierran.- 

De noche soñaba que soñaba. Así, tranquilo, pasó varios años, nunca se cegó por nada ni tuvo deseos de libertad ni de cuestiones que pusieran en peligro su situación. Cierto día, mirando un agujero profundo, sintió emociones relajantes, como las palabras cuando rebotan perdiéndose en su propio significado, o como un silbido abierto sin destino. Disfrutó de aquel momento que en realidad fueron horas, pero el tiempo le transcurrió sin memoria. De todo aquel asunto no recordaba nada, todo le era desconocido. Pero él  buscaba incansable, relacionaba factores, escarbaba en el pensamiento, hasta que, rendido, decidió meterse dentro y averiguar desde el otro ángulo, llegar a la raíz del sentimiento.  Le inundaron historias intranquilas y de sólo un gesto, retrocedió a su estado en el punto inicial. Para tranquilizarse, entonó otro  canto.

                                                     Me asomo a los ojos con asombro,
                                                     me escucho y, a veces no me comprendo.
                                                    
                                                     Ya he probado el sabor de mi sangre,
                                                     y huelo cada día las heces,
                                                     el destilado de mis excrementos.
                                                     Los sentidos me denuncian
                                                     que soy ajeno a  mi mismo,
                                                     sin embargo sin ellos
                                                     no podría formularme.
                                                     y tendría la memoria de las piedras 
                                                     con disuelto cuerpo de arena.

                  Nunca puso en cuestión las palabras de los que saben, ni dudó de lo que estaba escrito, ni se paró a pensar por qué actuaba como lo hacía. El era feliz en el vacío, en compartir el universo de la nada. Sólo alguna vez, y no sin remordimiento, se atrevió a mirar un poquito más arriba del horizonte.

                                                     Si el mundo tiene un final,
                                                     nos revela que hubo un comienzo
                                                     quizá, así, en ese nacer y morir,
                                                     se encadenen generaciones infinitas.
                                                     Danza del desvarío
                                                     que hace nacer
                                                     ovillos de incertidumbre.

                  Volar siempre era agradable y, como pasaba a ser sublime, era desde el sueño. Recordó aquella vez que hizo un recorrido sin norte; se extravió entre largos pasadizos, requiebros complicados, con el orden de los delirios. Bajaba y bajaba, abriendo y cerrando caminos. Al final una reja le cerró el paso; luego descubrió que estaba abierta. Jugó con ella un rato haciendo sonar los goznes, deleitando los oídos con aquel grillo metálico, dudó si pasar o no pasar y en la duda se durmió. ¡Otra vez la misma situación! El no era un ser para decisiones comprometidas; sin pensarlo, retrocedió hasta el comienzo.

                                                     Advierto ante mí
                                                     un poder indestructible.
                                                     Su juego engañoso
                                                     quiere llamarme a la tumba.
                                                    
                                                     Confiado  a mí destino
                                                     no pienso perderle la cara.

                  Siempre pasa lo mismo, la historia se repite en un ciclo continuo. Es, sin duda, el ciclo del pensamiento. Este era su universo, en él se encontraba como en casa y las dimensiones se dilataban o comprimían a capricho. ¡Qué maravilla! Seguidamente, abrió a la vez dos líneas de pensamiento.
                                   
                  La falsedad se esconde                                                       El mar se traga a sí mismo,
                  entre las interpretaciones del mundo.                         como un agujero si fin se contrae 
                                                                                                                        al tamaño de una gota.  
                  La energía que mueve el universo                                         
                  no tiene voluntad, sólo se consume                             
                  en su inconmensurable potencia.                                 ¡Qué placer reposar en
                  La aventura de la vida                                                        una de sus playas!
                  sólo se conoce desde la                                                     !Qué sensación vivir el
                  aventura misma.                                                                   instante que se expande al  infinito                                                                                                                               
                  
                  El mundo de la razón                                                      
                  es mucho menos que un sueño.                                                                                                                                          

                  Conoció a muchas personas sabias y admiró sin pasión las frases lapidarias, las concentraciones de saber, la densidad de significado. Su afición por el tema no se derivaba de una necesidad de conocimiento, no; su interés se perdía más allá de la resonancia de la palabra, de su peso en el discurso. El no quería malgastar ni un átomo de energía en averiguaciones peligrosas.

                                                     Absorbo las palabras
                                                     para hacer con ellas,
                                                     gárgaras, trinos y gorgoritos.
                                                     Es todo lo que deseo
                                                     que hoy salga de mi boca.

                  -El sueño de la razón produce monstruos: es una frase pesada y con espolones de historia.-

Pensó como ilustrado y seguidamente la mantuvo en la boca largo rato. Se dedicó a ordenarla en el pensamiento sin intención alguna. Sueño a sueño, razón a razón, monstruo a monstruo, sin dejar abierta la posibilidad de relacionarlos entre ellos. 

-¡Sin duda soy un ser con método!-

Durante muchos años ordenó todo lo que sentía, veía y olía. En su cerebro ocultaba la más grande biblioteca del universo. Era mucho mayor su contenido que aquello que  veían los ojos. Allí se podían encontrar los conceptos en varios idiomas distribuidos por áreas de conocimiento, pero jamás relacionados entre sí. Cada palabra ocupaba su espacio y se mantenía aislada con la máxima asepsia. Alguien, desde fuera, pensó que era el mayor monumento a la inutilidad. El también lo archivó, como si de una cajita de polvo se tratara. Pensaba que era la única manera de no manipular la historia, de no omitir nada y de no hacer una lectura interesada de los hechos. Su sentido del orden estaba motivado por un problema estético, nada más. Y ahí, justo en ese sentir estaba oculto su mayor drama.

                                                     Por no tener no tengo
                                                     ni una cuerda de guitarra
                                                     en la garganta.
                                                     Ay, Ay.
                                                     en la garganta,
                                                     en la garganta.
                                                     Por no tener no tengo
                                                     ni papel para imprimirme.

                  No dijo jamás una palabra más alta que  otra y siempre tuvo deseos que no acabó de entender muy bien. Una vez bajó dos escalones de un salto. Pensó largo rato sobre ello. Se culpaba y excusaba, primero hacia adentro con cierta devoción, después quiso hacerlo hacia afuera y se le escapó un pequeño eructo que rápidamente quedó confundido en el aire, perdido, sin llegar a teñir nada. Una nueva preocupación eliminó  la primera y empezó a pensar en las repercusiones encadenadas que el fenómeno del eructo provocaba en el universo.

                                                     Vivo en un ciprés
                                                     confundido como yo
                                                     y cargado de nectarinas.
                                                     Harinas,
                                                     harinas de otro costal                   
                                                     que me excitan  y 
                                                     citan una palabra tartamuda.

                  Se ocupaba en cavilaciones, todo su peso lo conducía a través de una sola pata y ésta sobre tres puntos de apoyo a través de las uñas. Era un sistema perfecto que le relajaba el cuerpo y le permitía abandonarse en el vacío del pensamiento. Había perfeccionado tanto el equilibrio vertical excéntrico que así, podía permanecer quieto durante horas, confundirse con una piedra y dormir un período casi fósil. Desde ese estado de inspiración elaboró los cantos más bellos.

Entre los dientes,                                                                    Quiero borrar la memoria,
llevo ceñido un rotulador de punta fina                       cuando anoto estas palabras, así  me vacío el                                                     
que me saca las penas una a una y en su lugar         pensamiento y dejo cicatrices imborrables.                         
deja garabatos incomprensibles.                                            

Lleno  secretos de barro;

¡y hago círculos con mimbre!                   
                                                                                                                                                             
                  Era un ser de pocas palabras. No es que no tuviera nada que decir, no, es que no soportaba el ruido que se formaba en el pico y que forzosamente tenía que escuchar. Era un circuito absurdo que evitaba siempre que podía.   

-Es mejor hablar por dentro. -

Pensaba. Inventó un procedimiento que le costó muchos esfuerzos y ensayos. Fue durante un invierno. Empezó con una gimnasia gutural que consistía en iniciar el movimiento de la frase y detenerlo en el preciso instante en que empieza la emisión de sonido. Así anduvo ocupado hasta que llegó a dominar perfectamente el sistema y así pudo dejar el discurso totalmente suspendido. Le llamaba: la voluntad de la palabra, justo en el centro. En el suelo, con el dedo dibujó la imagen esquematizada de aquella expresión; notas que él pensó que eran extraordinarias.
                                  
                  Le inquietaban las tertulias con hombres sabios. 

-Siempre se aprende de ellos alguna pequeñez-

Afirmaba. A él le agradaba disfrutar de las pausas, de ese silencio denso que obliga a mirar el techo, a hacer girar los dedos, o a cualquier otra ocupación. En cierta ocasión la tertulia se extendió más de lo usual y, entre verbos, se coló algún adjetivo no deseado, al instante, el lugar quedó hechizado. No le permitieron alejarse ni un segundo del imán formado en el espacio. En realidad todos perdieron los papeles y el discurso se destrozó en fragmentos incomprensibles. Pero algo catalizaba el ambiente y sólo él pudo dar una respuesta que satisfizo a todos...

-Las sombras no tienen razón de ser pero están bien adaptadas al cuerpo.-

 No obstante el tema quedó en tablas y se marchó un poco aturdido y con el presentimiento de que una mancha casi imperceptible había maculado su memoria.

                                                     Tengo una verdad oculta
                                                     entre naranjas verdes.

                  De la experiencia del agujero quiso hacer academia, y con un esfuerzo que sobrepasaba mil veces la voluntad de su cuerpo, abrió un vía en la roca, un camino jamás pisado por ser alguno. (Hace referencia a la cueva de Castellvell). En cada milímetro que avanzaba, nuevos secretos se revelaban sin resistencia. Jamás sintió que algo con voluntad propia intentara ocultarle nada. Piedra, fósil, tierra, raíz... De esta experiencia sacó material para un nuevo canto.

                                                     Las piedras son cuerpos pesados
                                                     carentes de sentimientos.

                  En otra ocasión, paseando por una cañada, observó una inmensa roca en forma de trono y disfrutó con sus juegos internos. Imaginó las proporciones, adaptó los tamaños, y cuando estuvo a punto de ocuparlo, giró la atención a otro lugar más cercano. Esta vez la piedra era larga y sin movimiento, vieja y serena, un manto de líquenes le formaba una piel verde y blanda. Pensó si todo aquello lo había hecho una voluntad o si es que el azar también tiene gobierno. Hizo un esfuerzo mental que le llevó al límite.  Desde esa posición volvió a observarla y sintió un gran vacío por dentro. No supo relacionar las causas ni extraer conclusiones del hecho. Al rato, musitó sin propósito:

                                                     Las piedras son cuerpos pesados
                                                     que no tienen sentimientos

                  Sobre las piedras no había quedado todo completo, y ocupó días rompiéndolas para sentir su voz y ver sus entrañas. La conclusión siempre fue parecida. En algunas ocasiones la mano va más lejos que el pensamiento. Quizá la observación no es correcta. La piedra gruesa de la montaña se hace arena en el mar, rueda sin expresión de dolor y lo ocurrido no necesita justificarse. Por un momento pensó en la sombra y dedujo sin vacilación:
                                   
                                   Las sombras no tienen razón de ser,
                                   aunque están muy adaptadas al cuerpo.

                  Llegará el día en que las cosas no se valorarán por su color, peso, forma, sino por un orden oculto y superior que él esperaba descubrir. Sabía que esto requería una gran disciplina y que resultaría un trabajo pesado. También que ese nuevo valor alteraría las cosas, cambiaría los órdenes morales y transformaría las actuales jerarquías. Por una vez decidió ir adelante. Siguió ordenando materiales nuevos en los depósitos de su memoria, siempre lo hacía con propósitos igualitarios. Calificó de perfectas aquellas cosas que respondían con buenas proporciones a todos los sentidos y de imperfectas a aquellas que sólo lo hacían a uno o a varios. Las desproporciones en ese sentido le enervaban, no podía soportarlas. Creó denominaciones nuevas, cuadros explicativos, redactó ejercicios con prácticas incorporadas. Creó un apartado nuevo en su biblioteca mental y hasta un método pedagógico para comprenderlo. Podríamos pensar que se cargó de la paciencia necesaria para llevar a término lo que Prometeo dejó inacabado.

                  Sabía por deducciones que aquí no viene a cuento explicar que su mayor enemigo no se escondía entre los demás, ni en el cansancio o la pereza, sino camuflado traicioneramente entre sus propias palabras. Esto lo tenía bien comprobado. Sobre todo, a partir del día en que intentó defender sus ideas. Empezó el discurso con un carácter reverencial y firme para dejarlo bien sentado, pero sin saber por qué razón varió el tono y, en el contexto, se filtraron una o dos palabras. Al final tuvo vergüenza de todo y sin decir nada se recluyó en el mundo de su invención. Tras este pensamiento abandonó todo el proyecto. Sólo seguiría laborioso en ordenar palabras.  De todo esto extrajo un nuevo canto:

                                                     Scheec, Scheec, Scheec, Scheec,
                                                     Scheec, Scheec... todos adentro.

                  Como se ve, poco a poco y sin proponérselo fue construyendo su carácter  en un mundo sin tierra, en una fantasía de humo que se transformaba sin cesar entre las imágenes del pensamiento. Algunas veces salía de su encierro y hasta se atrevió a hacer afirmaciones que nunca sorprendieron a nadie porque en realidad no iban más allá de lo que todo el mundo conocía. Sabia por experiencia que decir cosas  con sentido ofendía a los demás, al igual que trabajar con coraje o cultivarse uno mismo. Por esto, de forma involuntaria decidió invalidarse en lo posible haciéndose pasar por idiota, llegando inclusive a olvidarse de todo y a esconder entre las piedras todo aquello que pensaba.  Con paciencia abrió un pozo profundo, acercó el pico a la boca y dejó caer estos cantos...

                                   Hay pájaros migratorios agradecidos, 
se llevan y traen buenos recuerdos.                        

No tienen definido el destino, es por ello nadie discute su presencia.

El recuerdo caliente también ayuda a vivir, 
almacena ricas reservas y las guarda para mejor ocasión.


 A veces puede costar la vida pasar siempre por la misma senda,
pero es más duro variar de rumbo cada día.

La hierba huele muy bien cuando se seca,
especialmente en un campo ordenado de montones bien hechos.


                  En la creación de estos cantos fue recuperando lentamente la memoria, formando un juicio que, por el momento, no quiso averiguar a dónde le conducía.

                  En ese desorden pensó: 
-Los seres que cambian de lugar no tienen raíces hondas, se las van comiendo en los días de marcha. Son especies que devoran el agua en superficie y tienen la cualidad de sobrevivir en condiciones variadas. El mañana es el sueño de hoy, con él se alimenta el camino. ¡Qué disparate!- 

Y se regaló otros dos cantos:

                                                     Olvídate de las cenizas
                                                     toma decidido el camino
                                                     que conduce hasta
                                                     tu condición de pájaro.

                                                     Después de la muerte de Dios
                                                     puedes regalarte la absolución;
                                                     sólo has de recordar las cosas que hiciste,
                                                     y en cada una de ellas
                                                     se justifica haber vivido.

                  Por un momento pensó en su niñez.

-El viento y el fuego tienen en común su poder devastador y traen al recuerdo momentos aterradores. Son muchas las historias que se han situado en ese escenario para llenar de sombras la memoria y ensuciar mi pensamiento. El terror interior nace de la miseria, de la inseguridad en todo, de la presencia furtiva de la muerte. El miedo es un estado que también produce provecho, yo he pagado con creces la factura. Bajo él he vivido como una sustancia en niebla, perfume de crisantemos al que he tomado adicción.- 

Meditaba...

                                                                      La filosofía débil
                                                                      me está arruinando el ser.
                                                                      El temor al triunfo
                                                                      me retiene en el fracaso.

                  Aunque la muerte campeaba por todas partes y los instrumentos de tortura eran presentes hasta en el momento de nacer, él decía que los pájaros no deben ser exigentes; ya tienen suficiente con haber conquistado el vuelo. Ese espíritu de conformidad no anulaba su inquietud, la insatisfacción, ni otros sentimientos. Por huir de estas situaciones se evadía sin premeditación, era un acto involuntario.

                  -La evasión no es siempre improductiva.-

Afirmaba, quizás para justificarse. También creía que, como tantas otras cosas, la evasión estaba adaptada al cuerpo. ¿Sería posible vivir sin ella?  Movió los párpados, encogió el cuello, tensó los músculos de las patas, adaptó el plumaje al cuerpo y con el pico garabateó un círculo en el espacio que quedó borrado en el acto, hecho que no le asombró lo más mínimo. Seguidamente se puso a cantar:

                                                     ...Todavía recuerdo
                                                     el fuerte olor a fritos
                                                     y el perfume de humo en mi cama.

                                                     ... En la memoria siento el hambre crónica
                                                     como una deuda impagada.
                 
                                                     Sólo heredo recuerdos pobres,
                                                     instantes ruines, plumas miserables,
                                                     entre todos no valen una peseta.
                                                     En mí quedan envasados al vacío, 
                                                     ocultos como una conserva inútil...
                                  
                  Comió lo que encontró, era de estómago conformado y en su dieta se incluía todo. Nunca sintió rechazo a nada y estaba convencido de estar preparado para sobrevivir.

                  Nunca se abandonó físicamente. Hacia ejercicios de vuelo diarios, primero los más lentos, dibujando en el aire formas elípticas, espirales ascendentes y descendentes, trazadas con una perfección inusual. Por último hacía un envite final con cierto riesgo; subía hasta límites peligrosos, mucho más que cualquier ave de mayor constitución que  la que él tenía. De hecho, éstas quedaban allá abajo como mosquitos paralizados.

                  Apuraba las dificultades al respirar, los músculos agotados, el dolor de cabeza. Desde ese límite contemplaba un mundo nuevo, sentía el placer reservado a los grandes. En silencio, entonó otro canto, fragmento de un libro sobre la soledad del astronauta:

                                                     El trono salvaje, celestial,
                                                     quedará eternamente a la espera,
                                                     sin duda es un lugar para sentarse
                                                     dignamente.

                  Seguidamente encogía las alas, estiraba el cuello y las patas en dirección opuesta y, al igual que un dardo buscando un objetivo oculto allá abajo, se lanzaba en picado. La velocidad neutralizaba el pensamiento, los ojos se le nublaban, el viento silbaba entre sus plumas y los músculos eran estirados hacia arriba como si quisieran separarse del cuerpo. El plano de tierra se acercaba nervioso, con cabeceos a derecha e izquierda se acercaba. Así contenía la atención esperando la última décima de segundo, aguantando el cambio de presión con un dolor de martillo en los oídos. Por último, a pocos metros del suelo, estiraba las patas, abría en ángulo correcto las alas y maniobraba con el timón de cola hábilmente; así se  lanzaba rasante, en  paralelo al plano de tierra. Tocaba ligeramente matojos con el plumaje, poco a poco iba perdiendo velocidad hasta consumir todo el impulso de la gravedad y quedar sobre el suelo con cadencia suave y despreocupada.

                  Entonces cerraba los ojos y se disponía a descansar. El agotamiento le producía delirios, ensueños reveladores. En ocasiones éstos fueron de gran provecho. Solía ocupar el cuerpo de otro pájaro y así podía dirigirlo a capricho de forma voluntaria ya que él quedaba fuera y nunca perdía el tono, el hilo que lo unía a la conciencia.
                  Lo último que se recuerda de esta historia es que tomó el cuerpo de un hombre de constitución fuerte, pequeño, deforme y expresión afable. Las manos las tenía fuertes y la cabeza velluda y rizada con ojos grandes, verdes y atentos. Iba desnudo sin sentir frió ni ausencia de nada. Se dirigió hacia una habitación con una sola puerta, de paredes opacas y límites indefinidos. En su interior descansaba horizontalmente una gran piedra en estado natural. Giró varias veces en torno a ella, la observó desde todas las posiciones y, de pronto, comenzó a golpearla con las manos siguiendo un ritmo paralelo al  corazón. Así se mantuvo durante horas. Al final se tendió sobre ella y se abandonó con total pérdida de la razón. Desde esta posición iniciaba otro sueño que enlazaba con otro y otro de forma encadenada. Así, hasta sumar sesenta y tres cantos que ahora son estampas negras en un libro.

                  Esta vez no supo regresar y quedó deshilvanado para siempre en el orden de su pensamiento.

 Epílogo
A comienzos de la década de los ochenta, después de haber realizado "El gallo de oro",  "Urnas para un continente latino", "El toro y la sardina"  y el libro de estampas "Juego y disparate entre el toro y la sardina", fue cuando surgió la idea de realizar la historia de un pensador perdido. Como  había realizado ya la serie de "El gallo de oro", motivado por las lecturas de la obra de Juan Rulfo,  el animal como protagonista  me pareció idóneo para representar las características que me acosaban en la época. Una década de espanto, nerviosa, incoherente, competitiva, de mucha acción y pocas ideas, en fin, una década de adrenalina...
             De esta manera surgió "Cantos del pájaro negro", un personaje complejo, con cierta dosis de existencialismo, barroco en sus propuestas mentales, incoherente y en cierta manera  dado al desvarío; ¡mi imagen en un espejo!
Un pájaro humanizado, fabulizado, que explica situaciones complejas y mezcla hechos contradictorios sin ningún interés aparente. Utiliza mecanismos complejos, tanto en el uso de la palabra como en la comprensión del funcionamiento del mundo.
Introvertido, curioso, y sobretodo nada practico; descubre que el mundo interior es en realidad el mundo. Se percata de que todos los sucesos se dan en la mente y que ésta cuando actúa en la realidad exterior puede causar cataclismos inesperados.
Ecologista, conformado, parásito, sublime, atleta y vagabundo. El Pájaro negro en un habitante de los páramos de la palabra, de los territorios de nadie y emparentado con las presencias sin alma. Es un ser efímero que vive en la metáfora y tras ella se evapora.
En el final del relato, se presenta como un extraviado que hace averiguaciones peligrosas y felices; el sueño en el sueño es el que le ilumina y eleva. Son conceptos que le llevan a perder el pulso al corazón y con él apuntar el último vuelo. Esta será la acción que rompe el hílo que le une a éste mundo y ya deshilvanado, sin remisión, se extravía en el laberinto de su pensamiento.
Las estampas ilustran pasajes, situaciones, pensamientos y actitudes  mucho mas complejas que los textos. 62 estampas en xilografía, talladas a corte rápido que dejan un recuerdo visual de los sueños de un pájaro.

    Rufino Mesa 1983 -91