domingo, 30 de diciembre de 2012

Ida y el astrágalo


Ida. Fósil encontrado en Messen Alemania. Darwinius masillae, en honor al 200 cumpleaños del escritor del “Origen de las Especies”


Ida y el astrágalo
Al inicio del Eoceno una columna de fuego rompió los estratos de la litosfera, pasó por grandes bolsas de agua creando vapor hasta que la presión de aquella gigante caldera rompió la capa superficial de la tierra con gran estrépito. Le sucedieron incontables convulsiones del mismo poder hasta que el fuego cedió y un cráter de gigantescas proporciones quedó abierto como testimonio de la terrible danza de los elementos. Primero el cráter se llenó de agua formando un lago de color azul y emanaciones sulfurosas. Su aspecto era sobrecogedor, en el centro se abría la puerta hacia las profundidades del infierno y a su vez, aquella garganta oscura era el futuro y se abría paso hacia la luz de nuestros ojos.
Fue muchos siglos después, en la primavera de una nueva era, cuando las temperaturas templadas y húmedas poblaban hasta los cascos polares, cuando las grandes montañas iniciaron su ascenso y una variedad de mamíferos vivían en Europa, que Ida se ahogó en aquel lago, hoy situado en Messen,  (Alemania).
Ida murió cuando era una niña en un intento de beber como lo hacía todos los días, pero en aquel momento las aguas traspiraban gases mortales. Tras sufrir un desmayo cayó en aquellos humedales y se ahogó en silencio. Su cuerpo se fue al fondo y poco a poco, lentamente, hizo un viaje hasta los lodos profundos quedando oculta entre las capas del tiempo. Desde allí lanzó un alarido, un grito de dolor que ahora resuena en nuestros oídos con la gravedad de la larga espera y el misterio de la evolución revelado. El polvo del tiempo se posó sobre ella, cada partícula le acarició los ojos, se filtró entre el pelo, se coló entre los dientes y la retrató dejando un registro preciso y maravilloso de su cuerpo.
La violencia geotérmica, el movimiento de las placas tectónicas, las altas temperaturas a que fueron sometidas las rocas sedimentarias donde dormía Ida, la dejó impresa en una placa de esquisto. Ida es el fósil de un mono-lémur con uñas, no garras, con el pulgar opuesto en cada mano para coger cosas y el astrágalo del pié preparado para caminar erguida. El astrágalo es la pieza singular que articula los huesos del pié con la tibia y el peroné, es el que permite la marcha bípeda y todavía nos soporta a los humanos 47 millones de años después del desvanecimiento de Ida.
La morfología y el detalle que presenta el esqueleto fósil es una maravilla, el 95 % es descriptible, suficiente como para anunciarnos que se trata del eslabón perdido, el origen de los senderos que dibujan la evolución humana. 

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