martes, 1 de enero de 2013

Inanna.



Inanna, representada con sus atributos simbólicos.

Inanna.
Inanna es la diosa del cielo presente y visible en la estrella matutina, el astro de la mañana. Es la reina del amor, no del matrimonio, la que protege la fertilidad y fomenta la seducción entre los seres humanos.  También como Venus es la diosa que nació de la espuma del mar, o como Flora, la que respiró el aliento de Céfiro y con él nos trajo la primavera.
Perdió la corona de la gran llanura en un período de espanto; ¡dicen que llovió a cántaros! Durante 40 días y 40 noches el agua se desplomó del cielo, cubrió la tierra y modificó para siempre el orden de las cosas. Los pobladores del Golfo Pérsico, los pueblos que se habían formado entre los ríos Tigris y Éufrates, desaparecieron en un instante, quedaron sepultados 11 metros bajo las capas de lodo. De los restos de aquella cultura solo quedan leyendas y un reguero de pequeñas esculturas que se encuentran esparcidas por toda la tierra. Eran figuras femeninas, con grandes pechos y caderas voluminosas que representan la fertilidad de la diosa madre. Estas imágenes se hicieron en la mayoría de las culturas agrarias e ilustran una fase de la humanidad donde la mujer tenía una consideración social preponderante, gracia y favor que después perdió en beneficio de los hombres.
Siglos más tarde del gran diluvio (…) los hombres de aquellos lugares mantuvieron el nombre de Inanna y lo relacionaron con Nin- un. (En sumerio, Nin “mujer” un, “cielo”) "Reina del Cielo". En Uruk se hizo un templo en su memoria y se le llamó la casa del cielo y en cierta manera era así, ya que en realidad se trataba del templo de la lujuria, la libertad sensual femenina y las iniciaciones sexuales relacionadas con el amor sagrado.
En las excavaciones de Uruk se encontraron innumerables tablillas de barro que narran la vida de Inanna. Los versos amorosos son ejemplares, las oraciones y cantos a la vida también, y las gestas de Gilgames nos describen otros pormenores a destacar. De estos relatos se puede extraer la importancia que tenía la mujer en aquella cultura y la pérdida de influencia al declinar su poder. A decir verdad la figura de la diosa madre ha pervivido hasta la actualidad. Tuvo su credo entre las culturas andinas con la Pachamama, en Brasil con Yemanjá, diosa venida de los pueblos de África y también en los confines de Asia donde en China le llaman Kuan yin, Los sumerios le llamaron Inanna, o Nanni, Ishtar le llamaron los acadios , Isis los egipcios, Demeter, Afrodita los griegos, Astarté los feniciós, Cibeles, Proserpina los romanos y si abrimos los ojos y admitimos las variables; ¡es la María de los cristianos…!

Inanna era una deidad con atribuciones importantes en la sociedad sumeria de Uruk. Se la representa con grandes pechos acompañada de lechuzas, con alas y garras de águila y con el símbolo de la estrella de ocho puntas, Venus. Controlaba el tiempo con el reloj de su cuerpo, ordenaba las cosechas con los ciclos de la luna, protegía la fertilidad con su sangre menstrual, bendecía los hijos con la leche de sus pechos, contaba las mercancías con los dedos de la mano igual que cuentan los días de falta las mujeres de hoy en día. Lo más importante en su hacer vital era enlazar a los hombres con las mujeres; ¡estaba siempre presente en el lecho del amor! Su templo era el lugar de los encuentros divinos y las relaciones amorosas tenían una conexión directa con lo sagrado. Todavía hoy existe el sentimiento de que el acto amoroso es un ritual de renacimiento y purificación, especialmente si en él media el amor y el deseo y no queda entorpecido por otros intereses.
En la leyenda de Gilgamés se cuenta que Inanna custodió el árbol de Huluppu, quizá es una alusión al árbol del paraíso, el árbol del jardín sagrado. (Ella era agricultora y recolectora y de esta manera se expresa su época por la boca del poeta sumerio.

En los primeros días cuando todo lo necesario fue traído a la existencia
En los primeros días cuando todo lo necesario fue bien nutrido. . .


La madre tierra nutre bien a sus hijos y la mujer supo plantar la higuera y cercar el corral para alimentar a los suyos. Un arrumaco germinal propio de la mujer que riega los geranios, un gesto que todavía se hace en las casas que disfrutan de un pequeño jardín. Ella plantó el árbol de huluppu junto a la puerta de su casa, lo hizo para comer de él, para tener sombra en verano y desfrutar del fresco de la noche y más aún, para mecerse entre sus ramas y sentir el placer de los besos mientras contemplaba los resplandores de la luna. Pero el árbol creció y una gran serpiente empezó a anidar en las raíces, el pájaro abzú se instaló en la espesura alta e hizo el nido para tener sus crías. Para colmo de males, un león merodeaba la casa y dejó a Inanna prisionera en su jardín venerable.
Gilgamés, el héroe masculino, se apiadó de ella y con su gesto “heroico y protector” cambió el curso de la historia. Mató la serpiente, estranguló al león y ahuyentó a abzú; el pájaro dorado huyó motivado por el humo de los saqueos y los incendios. Después de esto Gilgamés se puso a pensar sobre el camino que debía seguir; ¡pienso que de todos es bien conocido lo que siguió después! Cortó el árbol y le dio a Inanna la madera necesaria para hacerse un lecho, palitos para la costura y objetos de música para entretenerse. También pudo hacerse un telar para tejer y un bastidor para bordar. Él se hizo un tambor grande, un instrumento atronador y poderoso para que todos escucharan su voz y temblaran de temor. Con él pudo invocar a sus guerreros y con el resto del tronco hizo construir las armas y forjar los carros de combate; hizo todo lo necesario para derrotar a sus enemigos.
De esta manera el reino masculino desplazó el poder de la diosa madre, figura que quedó relegada a los templos y a los dominios del hogar; ¡triste historia, ni tan siquiera las feministas reivindican su figura!
Cuentan que igual que una semilla cae a la tierra y germina, Inanna bajó al inframundo para pedir cuentas de su derrota o para seguir el curso de la vida y muerte. Dicen que en realidad fue a los funerales de su cuñado Gugalanna, el toro del Cielo.  (Se sabe mucho sobre la fertilidad simbólica de los toros, muy poco sobre el arquetipo sexual). La escusa pública, la que ha dado la historia, es que fue a acompañar en el duelo a su hermana Ereshkigal. Para la ocasión del funeral se vistió la corona de las llanuras y se puso en el cuello el collar con las siete piedras de lapislázuli, en su muñeca lució el aro de oro, en el pecho emplazó el pectoral que aumentaba el valor sensual de sus pechos de madre. En la frente ensortijó sus cabellos y en los ojos se extendió los polvos oscuros, el rímel para atraer a los machos en celo. Sabemos que igual que entonces, la autoridad de los ojos oscuros es hipnótica. Los varones no pueden contener su poder y quedan seducidos al instante, o bien han de bajar la vista para esquivar el embrujo. Los sumerios llamaban a esa coloración tentadora, que venga , que venga. Todavía conserva el poder hechizante y algunas mujeres lo hacen servir para las noches de amor; otras lo pervierten en los cruces de carretera para ocultar los años.
Su fastuoso ajuar no le sirvió de mucho y su ejemplo seductor nos deja sentados en el trono eterno. En el encuentro con el guardián del hades, Inanna tubo que pagar con prendas, en cada control que pasaba le exigían alguna pieza de valor, así atravesó las siete puertas del inframundo hasta encontrar a su hermana. Ante ella quedó substancial y ligera; ¡totalmente desnuda y lúbrica!
Como Ida, su cuerpo se hizo memoria en el lodo, igual que Lucy quedó fundida en la piedra para que el revelado del tiempo nos presente su vida de manera diáfana.
Las cosas han cambiado mucho en este mundo de descreídos, de apáticos irreverentes, pero el arquetipo de la madre será siempre presente mientras las semillas germinen bajo tierra. 

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