martes, 29 de enero de 2013

Eva



Adán y Eva, El génesis. Miguel Ángel Buonarroti. Capilla Sixtina. 1511

Eva


En el principio Yahvé creó la luz y las tinieblas, la tierra y el cielo, las plantas y todos los animales vivos; el sexto día modeló al hombre y la mujer y el séptimo descansó.
Después de la huida de Lilith, Adán quedó solo, vacío y sin aliento para seguir con ánimo en aquel jardín perfumado de incienso y vainilla. Se dormía hasta la piel en aquel lugar de infinitas repeticiones. Las sensaciones eran insoportables, vivía en un espacio sin contrastes donde la plenitud se hacía presente hasta el hastío y los días y las noches se confundían al no suceder nada. Aburrido y articulando grandes bostezos se sintió asqueado y sólo; sentimiento crónico que todavía pervive en todas las criaturas del mundo. Entonces decidió convocar a Dios a gritos y este al verlo en el estado en que se encontraba decidió que no es bueno que el hombre este sólo.

En el primer libro de la Torá, el Pentateuco, dice que Yahvé creó al hombre con polvo y saliva y para animarlo le sopló en la boca, es por este motivo que se le parece tanto; mirad bien, hasta en la indolencia se le parece. Génesis I:26. Como la primera mujer resultó una “decepción” para Adán, Yahvé le sacó una costilla mientras dormía y con ella creó a Eva, lo hizo así para que fuera carne de su carne y en el futuro no hubiera disputas entre ambos. Cundo los tuvo presentes les encomendó poblar la tierra para gobernar todos sus bienes, los instaló en el paraíso y les puso una sola prohibición; no tenían que comer del árbol de la ciencia, del bien y del mal, tampoco del árbol de la vida, por lo demás podían hacer lo que quisieran, hasta les concedió el libre albedrío. Pensándolo bien fue una incongruencia que dejó caer en el alma humana. Si lo pensamos un segundo todos los actos de fe están llenos de extravagancias de este tipo. ¿Para qué tentarlos y a la vez incorporar la curiosidad y el fisgoneo en el diseño de su mente? ¿Para hacerlos sufrir innecesariamente? ¡Sin duda estamos hechos a su imagen y semejanza!

Eva no dijo ni una sola palabra, se dedicó a parir hijos hasta asegurar la descendencia ya que pudo constatar que entre ellos se mataban, aún seguimos haciéndolo. Ella es sin duda la figura que encarna a la primera madre y la que representa el principio que nos define como humanos, es la conciencia del origen; quizá es la Eva mitocondrial que llevamos dentro.

Resurgimiento
Un día estaban retozando debajo del árbol del fruto prohibido, el de la vida, cuando sucedió lo que tenía que suceder, tarde o temprano el hecho estaba ya predestinado. Como el escorpión que succiona el semen del toro sacrificado por el dios Mitra, Eva chupaba los deliciosos jugos que le ofrecía Adán; así la representó Miguel Ángel en el centro de la cristiandad; la Capilla Sixtina. Eva no tenían el propósito de romper la norma y estaban cumpliendo el mandamiento de poblar la tierra cuando Adán tuvo una revelación impulsada por el placer. Fue una bagatela impetuosa que no pudo contener, entonces le puso el miembro en la boca y le dijo a Eva:

¡Devórame otra vez!

Eva enjugó aquellos sabores y mientras le hacía una felación sintió el deseo de saber más, de conocer todo aquello que estaba prohibido. Entonces se giró y pudo ver a un ser extraordinario, un sabio serpenteante que conocía el sabor del ingenio y los efectos de la ilusión en la mente humana. Con voz seductora le dijo:

–Dirígete presurosa hacia el árbol del conocimiento, es tu destino-

Se incorporó decidida a cumplir el mandato de la intuición y Adán la siguió. Al instante sintió una voz que le susurraba de manera seductora, le decía palabras melosas, esperanzadas, incomprensibles, voces que caían al oído como la lluvia que despierta en primavera. A ella le pareció que en aquel momento nacía el don de la vida; la promesa de la luz en la mente, el fruto de la razón. Seguidamente, sin disminuir la atención miró en todas las direcciones y no vio otra cosa que los frutos del deseo delante de sus ojos; Adán estaba desnudo. Se miró a sí misma y constató que su cuerpo también estaba rebosante de vida, sus labios húmedos, su corazón palpitante y de su mente florecían deseos y caricias incontables; fue un momento decisivo. El mundo se ofrecía exultante, próspero en una epifanía asombrosa, la fuentes del misterio se abrían como flores en primavera y el gozo del instante demandaba seguir adelante; ¡siempre seguir adelante!

¿Para qué esta hecho el mundo sino es para gozarlo?

Se preguntó y seguidamente pensó que la tentación reprimida es inhumana, caprichosa y cruel. La curiosidad es innata entre los seres vivos, más aún entre las almas inteligentes. Inmediatamente examinó lo que había pensado y sin esperar respuesta concluyente exclamó…

-¡El placer de la mente se justifica en si mimo!-

Para qué sirven los hermosos frutos del saber; ¿para ignorarlos eternamente?

Eva concluyó que aquella prohibición era monstruosa e insulsa y pensó que debía abolirla al instante. Se aconsejó que la fruta madura es para comerla, para sentir en la boca como se destilan los esplendores del mundo. En aquel momento sintió el deseo irrefrenable de morder, (es el impulso de la picadura en los testículos del toro) y quiso contener en el paladar el sabor salobre que expulsaba Adán. Aquel emboque en los sentidos fue determinante, un golpe en la sien le anunció el principio del bien y a su vez, en aquella acción germinó el principio del mal. Involuntariamente siguió lactándose como un cervatillo y decidió comer el fruto hasta saciarse plenamente. Así fue como Eva se reveló ante la prohibición, se desnudó como mujer para sentirse responsable de su destino, un ser que utiliza la mente para indagar los caminos que se presentan y las pasiones naturales para gozar las caricias. Se vistió sí y lo hizo con lo que encontró a mano; una hoja de laurel que hizo girar libremente en la comisura de los labios.

Ya sabéis como continúa el relato, Yahvé los expulsó del paraíso y les dijo aquello de: tendréis que trabajar y parir los hijos con dolor hasta que terminéis en la tierra, lodo hecho de carne, pepsina del tiempo de donde habéis nacido. En realidad no les dijo nada que no supieran ya, todo lo habían aprendido bajo la sombra de un sicomoro.

Como podéis advertir, Eva también fue insumisa, no estaba conforme con la oscuridad mental que se le había asignado; ¡anhelaba la luz! Con su acto de rebeldía acusó los castigos del mundo, el sabor de las derrotas y el precio de la libertad. Aquel fue el día del pecado original y la virtud terrenal. Con  aquel acto ella nos enseñó los sutiles placeres del amor, los senderos tortuosos de las propias decisiones y con todo ello nos hizo adultos. De un empujón nos introdujo en la historia, nos dio la conciencia de ignorar y de saber que se ignora, el principio petulante de la certidumbre y el valor moral de la incertidumbre. Nos preparó para franquear la puerta del asombro, contemplar el principio de la vida y el fin de la misma. Todo lo hizo sin mayor espanto que el estrictamente necesario; doloroso, sí, pero qué pensabais, ¡que esto era una romería!

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