San Pedro de Atacama
Si alguien quiere viajar en el tiempo y encontrarse unos siglos atrás pero acompañado de cajeros automáticos y buenos restaurantes, ha de marchar unos días a San pedro de Atacama: allí se ha detenido el tiempo. Por sus calles no ha pasado nada des de hace siglos, nada excepto grandes dosis de ilusión, respeto por la naturaleza y deseos de sentirse parte del mundo.
Las amables noches de San Pedro de Atacama
El pueblo está en un pequeño oasis regado con las aguas de las nieves y aunque el sol ha caído sin cesar cada día, la materia que lo forma, la tierra, aguanta inmutable en los muros. Las casas son bajitas, de techos casi planos y muy pocas encaladas. Es un pueblo sin ornamentos que respira una época inmemorial. La tierra batida de las calles se levanta con el viento, forma remolinos suaves y azota los ojos hasta herirlos. Los muros de adobe están protegidos con atavíos vegetales, los techos de paja se confunden con las huertas que exhiben hermosos arboles frutales y las albañales con aguas claras o turbias, corren libres por sus calles. Al trasponerse la tarde, el cielo se hace rojizo y las montañas lejanas dejan ver las punta blanquecinas de los volcanes…
Restauración de la iglesia
La plaza y la sombra
Calle caracoles
El agua de riego, el frescor de la noche.
En mi opinión es el momento de tomarse un “mote con huesillos”. Un refresco delicioso hecho de melocotón deshidratado que seguramente encontraréis en el mercado de los campesinos.
Ya cuando la noche sea plena y el estómago pida para cenar, hay mucho para escoger: pero lo más llamativo esta en el cruce de la calle Tocopilla con la calle Caracoles. Uno de los lugares te absorbe, es espacioso como los huertos de las casas coloniales, un patio con algún que otro árbol frondoso. Ofrece música en directo, barbacoas y cerveza: todo animado y con tono amistoso.
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