Cráneo de un cadáver encontrado en el fuerte de Samaipata.
Escalonado por las intervenciones humanas...
Nichos para capillas.
Los valles y el parque Amboró.
Los bosques que lo circundan.
El fuerte de Samaipata
El fuerte de Samaipata está situado en la cima de una montaña a pocos kilómetros del pueblo del mismo nombre. Es un casquete rocoso de grandes dimensiones que el tiempo ha limado hasta redondearlo: ahora es un centro de atracción turística que merece la pena visitar. La piedra es un conglomerado envejecido y cubierto de líquenes. Sin querer ver las numerosas intervenciones humanas que han querido apoderarse de su misterio, aquel castro dormido, ya sin pasiones, aparece como una leyenda dormida, un relato de otros tiempos que descansa semienterrado. Es una roca de color rojizo, alargada y oval que emerge como un pan bien horneado. Su espalda está tatuada por un petroglifo incaico que la cubre como una herida. Representa una serpiente zigzagueante que los Incas hicieron unos 40 años antes de llegar los españoles y la señala de este a oeste con una clara intención. Esta intervención atrevida, agresiva y nada inocente se solapa a grabados anteriores, menores y más delicados realizados por artesanos de la cultura Chané.
En su conjunto la roca lo es todo, no hay nada más excepto las pequeñas intervenciones que formaron capillas o nichos para los muertos. Ella, la roca, preside el lugar y sigue teniendo todo el poder de seducción que tuvo antaño.
En otros tiempos fue un centro religioso donde confluían varias culturas más las dos citadas. Es un lugar numinoso, señalado por los elementos que presenta la naturaleza y donde los hombres pueden encontrarse reconciliados con el paisaje infinito que se muestra en todas las direcciones. Antes así lo hacían y podían concurrir con sus respectivas divinidades sin confrontaciones. Aún ahora, y también para los no creyentes, el peñón semienterrado tiene todas las condiciones para sentir la presencia sigilosa de lo eterno. Desde aquella atalaya se pueden ver como las nubes descargan sobre los valles y como el parque Amboró presenta la selva virgen de todos los tiempos.
El fuerte de Samaipata era una roca sagrada y lo sigue siendo. En otro tiempo fue instrumento del poder, ahora se sigue visitando bajo la excusa del turismo ecológico o el amor por la naturaleza: lo que queda claro es su poder para invocar, para atraer a las gentes y sumirlos en reflexión intima. La conjunción de elementos en el lugar tiene el poder de “religarnos a la naturaleza” sin más códigos que aquellos que desprende la luz.
Desde aquella atalaya el horizonte se hace indefinido y los límites se evaporan como los nimbos. El cielo toma un protagonismo especial ya que el tránsito de las nubes se hace rápido e impredecible: la lluvia sorprende a cada instante. Es un oratorio a cielo abierto y los elementos recuerdan nuestra condición de mortales y diminutos, a la vez, la roca despliega los signos que nos describen y las pertenencias que nos forman: somos hijos de la roca...
Este es un ejemplo claro de cómo la naturaleza presenta ella sola las condiciones del templo y como su escala la hace única. El hombre no puede competir con las cimbras que impone el cielo, con los limites del horizonte o con las frondosas selvas. Para ello hemos creado el poder de los símbolos y una pequeña piedra puede representar la montaña de todos los tiempos.
Vista de la roca y su contexto, un lugar de silencio...
Gracias por compartir tanta belleza y sabiduria con nosotros, un placer como siempre. Se te quiere artistazo. Un abrazo. Álvaro
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