viernes, 3 de abril de 2015

Preservar un suspiro

La fuerza de El pacífico empuja a la montaña; así se deja sentir en la calma de un instante... Lagunas altiplánicas de Chile.

Preservar un suspiro

Sabemos muy poco pero los que ignoramos mucho o no sabemos nada, intuimos que en las buenas obras toda la razón se pierde y las palabras quedan chiquitas, redobles de tambor que no aclaran nada. Son ripios para estabilizar conceptos, balbuceos que hilvanan, componen y apedazan el espejo de lo real, imágenes que se dibujan en la mente. Vivir en directo es gozar y crecer con la estética del mundo, asombrarse con sus ofrendas y aprender de ellas. Estas fueron mis reflexiones durante años, era cuando paraba los ojos en el rastro que deja una lombriz sobre el barro o en el gemido de una piedra al ser tronzada por un martillo. Eso era cuando reunía información para sentir el leve aliento de un grieta y lo hacía para "ser de mayor jardinero en la Comella”.

La naturaleza es nuestra gran biblioteca. Someterse a su discurso es adentrarse en un universo misterioso: tenemos que aprender por los poros de la piel y por los enlaces de los instintos. Claro eso conlleva riesgos: “te puedes equivocar de época y te pueden confundir las voces”. Sea cual sea el camino trazado irremediablemente se han de sufrir sus avatares; ¡también la piedra es cortada por el viento! Pero en todo nuestro proceso vital hay cuestiones bien ciertas: el final, nuestro final, es ineludible ya que nuestro destino es terminar confundido entre granitos de polvo…

La dureza del paisaje hace que un brote verde tenga un lugar extraordinario. Altiplano de chile. 2015

La realidad estética
Nada hay que pueda igualar la estética de lo real: el aliento de la naturaleza, la manifiesta luz del sol, la artesana mano del tiempo. Su poder es irrefutable y cuando te encuentras ante sus grandes efectos ella se expresa como prueba de la verdad: ¡no hay discusión posible! Pero no sólo es poderosa en los grandes escenarios, también lo es en escalas microscópicas: un cristal de sal forma la unidad mínima de un paisaje asombroso. Cuando ese paisaje se hace evidente ante los ojos aparece con claridad el poderoso discurso de una verdad oculta; el humilde encaje de una molécula junto a muchas otras. La materia se ha hecho la voz del tiempo y toda ella junto a él se transforma en un concepto sublime, un entorno poderoso, una expresión sagrada. El salar de Uyuni es un sinuoso horizonte que une el cielo y la tierra, un espacio más real que la misma sal que los forma. En el salar se vive y se toca el misterioso espacio de los espejos y el lugar te traslada a dimensiones que sólo se pueden soñar...


Hasta el ave se confunde con las piedras para mantener las harmonías. Junto al Miniques, Altiplano de Chile. 2015

De estas cosas hablaré en los próximos días para describir las vivencias de mi viaje a Bolivia y Chile. Hablaré sobre sus gentes, los legados de la historia, el orden y el caos en sus costumbres, las soledades del desierto, los salares y campos lunares, el cálido aliento que exhala la tierra en los geiseres de Tatio, la serenidad indecible que forman el Miscanti y el Miniques en las lagunas altiplánicas de Chile.

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