domingo, 19 de abril de 2015

Encuentro en el desierto de Atacama



El desierto de Atacama
Para los amantes de las grandes llanuras, para los que añoran los espacios lejanos, brumosos y polvorientos, para los que buscan la soledad y la única presencia que toleran es la luz del sol, les digo: ¡que vayan al desierto de Atacama! Sí, que vayan con los ojos afilados, un estómago adiestrado y agua de reserva, pero que no se lo pierdan. Allí se colmarán de horizontes, de sensaciones inquietantes, de relaciones paradójicas, de visiones asombrosas y, si se afirman en ser allí, de sentirse parte de todo aquello, escucharan la melancolía de los montes como una repetición infinita.
El agua escasea y lo que hay en el aire es una pregunta inquietante y seca que se replica en todas las direcciones. Una aridez de siglos y una inmensa llanura con rompientes singulares cubiertos de polvo y arena. Vivo casi no hay nada, pero es un escenario que provoca la creación libre del pensamiento y el reajuste moral del espíritu humano, te puedes encontrar contigo mismo.




Tras la reflexión que generan estos cerros disecados nace en ti un nuevo concepto de belleza, si cave, una nueva realidad más grandiosa y sublime. El pensamiento se hace obra conceptual y se une a las emociones, las cuales no existirían si en aquel escenario no pudiéramos pensarlas. Ilustrar aquellos desiertos de esta manera es un intento fallido, sólo puede ser un ensayo. La tarea de comprender las montañas de polvo no es replicándolas en la memoria, recordándolas aquí: ellas estarán ahí aunque no se piensen. Al pensarlas se crea un nuevo reino en el interior del ser que no puede ser nunca el que formulo con estas notas: ¡en verdad no soy capaz de iluminar con palabras lo vivido! Es un universo emocional que excede el lenguaje: él configura la “realidad estética” y con ella quedo emocionado. La experiencia real, directa, no tiene traducción ni con las palabras ni con las imágenes. Es la percepción profunda la que se hace naturaleza moral en los ojos, es actitud ética la que emana entre los montes polvorientos. Realidad interior que junto a las imágenes que me acompañan y el mundo que me ofreció el desierto de Atacama, forman un retrato completo de cómo los sentidos y el conocimiento presentan la realidad.


Lo intento una y otra vez.
Se trata de un paisaje sin límites que se expande en su sequedad y pone dificultades serias a la vida. Atacama es el lugar más seco de la tierra y tiene zonas donde no ha llovido desde hace miles de años. La vida se ha refugiado entre los poros de ciertas rocas salinas y allí está amurallada esperando la lluvia. La media de humedad anual es de un 0,1%. Este estado leve, enjuto, se contiene en cápsulas salinas y huecos calcinados. Allí es donde viven bacterias y organismos primigenios placenteramente adaptados. En el proceso de querer entender aquel paisaje enjuto, se me hace muy difícil tomar conciencia de lo ocurrido y opto por hacerle fotografías para salir del paso.

El desierto se expande ante los ojos y su aspecto es sobrecogedor: a simple vista los limites no se conocen. El sol y el tiempo trituran grano a grano las rocas y el viento cubre de polvo, silencio y arena el rostro de las montañas. Como una cubierta efímera, aquellos eriales rocosos murmuran escondidos y se muestran sinuosos y lacrados. El tiempo los viste de esta manera, lo hace para ocultar los años, las intenciones y exclama permanentemente un aullido de resistencia: ¡hay que mirar más atento! Aquella piel suave cubre los montes, los encadena con las mismas entonaciones y bajo ella se intuyen las rocas repletas de minerales: ¿son sus tesoros?


Las llanuras hacen pensar
Entre estos cerros y llanos calmados te sientes libre y capaz de "pensar tus propios pensamientos": nadie acude en tu ayuda y a nadie puedes preguntar nada. El mundo se ha hecho sordo a este tipo de clamores. Las demandas de la sociedad se han hecho materiales y las preguntas son siempre directas e interesadas: cómo usurpar a esta tierra las pepitas de oro...
Las respuestas están debajo de las montañas de arena, allí se contienen y atónitas enmudecen ante nosotros.

Hay que abandonar el instinto especulador, la mano depredadora, el olfato usurero y generar otra mirada. Allí es obligado escuchar los pensamientos propios, los que generan nuestros sentidos en sintonía con la tierra, los que susurra nuestro ser más interno. Así es como el desierto se hace pensamiento y misterio. Se deviene en un eco profundo que no se escucha hasta que no está verbalizado y escrito con el dedo encima del polvo. Es un canto original el que nace, aliento esencial que cubre la llanura. Es un estado primigenio y espiritual que nos conduce al regreso: el que configura nuestra individualidad al fundirse con la tierra.

El tesoro que presenta no está bajo las capas de arena, está escondido, camuflado en el pensamiento…

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