domingo, 3 de mayo de 2015

Laguna roja

Piedra en el camino. E. Avaroa. Bolivia. 2015

 Parque Nacional Eduardo de Avaroa. Bolivia 2015

Laguna roja.  Parque Nacional Eduardo de Avaroa. Bolivia 2015




Laguna roja


Nada más llegar a Uyuni me propusieron enrolarme en un viaje de tres días a las lagunas del Parque Nacional Eduardo de Avaroa. Fue un intervalo de indecisiones que me causó cierto nerviosismo, todo era precipitado pero me apunté. No conocía como funcionaban estos viajes y no había descansado ni una hora, pero me alisté con un grupo totalmente desconocido. Después de bajar del autobús, sentir la falta de oxigeno y la gravedad del cuerpo debido al cambio de altitud, apareció ante mi una solución que se iluminó en un instante: un Toyota 4X4 cargado hasta rebosar esperaba. Me encontró con Ada, una de las responsables de organizar grupos para visitar los poderosos paisajes del altiplano de Bolivia y ella supo decir las palabras justas para convencerme. En menos de una hora ya estaba en ruta; no tuve tiempo de nada, me apunté sin ducharme ni comer. Compré una botella de agua, unas bananas, frutos secos… y me dispuse para una excursión de aventura.

Fueron días intensos con sus noches de campaña no menos duras. La primera tuve que dormir encima de las mantas, cuando levanté las sábanas y vi el panorama lo quise ocultar al instante. La segunda fue peor, no teníamos ni luz ni wáter. De madrugada, mi próstata me obligó a ir hasta el río varias veces y caminar entre cascajos con pasos tambaleantes. La temperatura era de espanto, menos mal que la luna se recortaba limpia y las estrellas presentaban un cielo como nunca había visto. Estábamos a 4200 metros de altitud, los mareos eran una fuerza desconocida y la falta de aliento me despertó varias veces durante la noche: aquello parecía los preludios de un infarto. Fueron tres días duros para mi edad pero los llevé con gran entusiasmo y pude hacer observaciones que hacía años tenia en mente: algunas ya ensayadas.
Estuvimos en uno de los escenarios más sorprendentes del viaje, una laguna habitada por bacterias de color rojizo que proporciona al lago un color cambiante según incide la luz del sol. Los flamencos se alimentan de esas bacterias y quiero pesar que el color de su dieta ha teñido su plumaje de tal manera que todo queda en una armonía de color bien trabada. En el fondo del lago se dejan ver unas montañas blancas, son acumulaciones de bórax que arrastra el agua y recorta los límites del lago con una línea precisa.

En las montañas circundantes es corriente ver piedras de origen volcánico con presencias de colores y formaciones caprichosas: la acción del fuego ha sido la causante.

El día amaneció fantástico, los mareos se habían amortiguado y el viaje continuaba con la dirección puesta en unos baños matinales. Aguas termales que emanan de la tierra y crean un paisaje vaporoso como pocos se conocen.

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