viernes, 8 de mayo de 2015

La voz de la montaña, el eructo del Calbuco


La voz de la montaña, el eructo de un volcán

Hoy el perfil de la montaña nos sobrecoge con sus cumbres nevadas, sus jubones de arena fina y sus faldones de peñas, tejidos que se cuartean con el frío y se curten con el sol. Al rodar por la pendiente los golpes desmenuzan las grandes rocas y la gravedad hace la selección, las ordena por tamaños en la caída: siempre las más grandes ruedan hasta los pies y allí sueñan los siglos apacibles. En la cima su poder está dormido, helado con neveros resplandecientes, pero puede despertar en cualquier momento. La silueta es impresionante: todavía nos empequeñece hoy pero en su día fue un volcán activo que llenó grandes extensiones de lava y ceniza. Lo podemos ver en todos los rastros del valle, en las formaciones rocosas y las formas del paisaje. Quizá se extendió a miles de kilómetros como sucede con el Calbuco, volcán que entró en acción el día 22 de abril de este año y levantó una columna de ceniza de 20 kilómetros de altura. Sus cenizas llegaron lejos, dejaron rastros hasta en la Patagonia Argentina. O el Villarrica que se considera el más peligroso del mundo y que se despierta con gran estrépito de tanto en tanto... ¡los volcanes son los furúnculos de la tierra!

El Parinacota. Bolivia, Chile, 6282 m. 2015

La frontera de Chile es un rosario de fuego, tiene el mayor numero de volcanes del mundo. Su geografía en tierra firme se configura por los conos de lava y ceniza y este hecho es muy importante en la cordillera andina. Parece una paradoja macabra que por allí por donde la placa de Nazca rompe y eleva el continente sudamericano sea la marca indiscutible que define la frontera de una nación. Pues sí, esos son los hitos que hacen de límite con los países vecinos. Los dos que presento se llaman Parinacota y Pomerape y ya desde las fuertes pendientes de la carretera de Putre se ven los límites de Chile, lo dicen aquellas moles inmaculadas e impresionantes. Están justo en la frontera con Bolivia, cercanos a la carretera que va a La Paz. El primero es un estratovolcán y cuenta con una altura de 6.282 m. Juntos constituyen una imagen única. Les llaman los nevados de Payachatas, que en lengua aimara quiere decir “los gemelos…”

El Parinacota y el Pomerape, En lengua aimara les llaman Payachatas, "los gemelos". 

Todo esto me trae a la mente una conversación que tuve con Xavier Rubert de Ventós el año 1986. Lo invitamos para hacer una conferencia en L’Escola D’art de Reus y en la cena, ya más distendidos, él aseguraba que la naturaleza ya no existía, que ahora la hemos sustituido por la cultura:

-Todo está tocado por la mano del hombre-.

Así decía él… Pues bien, que se lo digan a los miles de vecinos del Calbuco que han tenido que huir de sus garras …


Las montañas están hechas de materia, de tiempo y aparente silencio: son agrupamientos de rocas gigantes que esperan y susurran un mensaje permanente. Sus nieves indelebles, sus tierras quemadas y pajas bravas, le hacen un vestido único, inmaculado y solemne: ¡nada hay que les iguale…!

En el corpus de la tierra sus eructos son necesarios y sus deyecciones han de ser cotidianas, de lo contrario reventaría en una explosión terminal y eso no nos conviene. Hay que entender que ella, la tierra, es un ente vivo, un organismo complejo que incorpora en su “organismo” a todas las formas y fuerzas dinámicas, todos colaboramos y la hacemos posible: somos parte de su organismo. Tenemos que pensar que aquello que le sobra lo elimina sin ninguna consideración moral: en ella vasta un pequeño estremecimiento y todo vuelve a empezar…


Estos conos tienen una dimensión turbadora, una presencia soberbia y aunque estén dormidos previenen con sólo verlos. Ahora su voz se esconde y brama entre las nubes, su reflejo en las lagunas les hace más poderosos, sus cumbres blancas recuerdan cuentos de niños, las oscuras aguas donde se miran infunden temor. El frío que desprende la altura hace que la vida sea difícil, ajustada al medio pero placentera y la acción de estas calderas puede alterarlo y devastarlo todo en cualquier momento: ¡así es de precaria nuestra mirada!

En nuestro imaginario los volcanes son hitos en el paisaje, pirámides tumba, mausoleos para dioses oscuros que hacen de referentes estables y que guardan los secretos del lugar: así se han visto desde el origen de los tiempos. Con su poder contenido e imprevisible imprimen la serenidad del vate de los cielos. Sus cumbres nos amenazan, su luces nos deslumbran e imprimen o despiertan una señal temible: son formas arquetípicas que disponen la mente.


En ellos todo se contiene, se desprende de lo que fueron y previenen en lo que pueden ser. Mientras tanto amenazan serenos, la equilibrada calma brama entre luces y sombras. Su belleza intimida y sus requiebros son susurros ocultos, siseos que espantan con la fuerza que se acumula entre las capas de roca. Todo esta presente en su forma: las huellas de lo sucedido en la tierra han quedado expresadas entre sus labios, sus palabras duermen silenciadas por un tiempo impreciso: ellos son la poderosa imagen de la incertidumbre y algún día volverán a estar vivos y otra vez dejaran las cosas en su lugar…

Su gravedad es inspiradora, moralmente ajustada como son todas las formas puras. Su silueta nos comprime el pensamiento hasta dejarlo seco. Todos los minerales se excretan de sus enérgicas cimas. Cuando su misterio salga a la luz nos sumergirá en el espanto, nos situará en un estado irreal, donde el pánico asiste, nos aturde y se hace solución al dolor. Aquello que ahora es sereno en ellos, en el pasado fue la furia desbordada, voces del “remoto presente” que imponen su ley.

Los orígenes de la tierra están activos y dispuestos para dar señales, ella es un “ser vivo“ que tiene sus propias leyes y cuando rujan sus entrañas se abrirá su pensamiento como algo indiscutible. Su acción es una performance sin igual, un espectáculo inigualable, nunca podremos trabajar a su escala y nunca podremos emular la emoción que segrega, de ello se desprende el concepto de “realidad estética”. (No hay fuegos artificiales que emulen la columna de humo, ceniza, fuego y piedras del Calbuco) ¡No es verdad! no estamos más allá de la naturaleza, somos naturaleza que se estremece al estar sujeto a sus leyes. Siempre su voz se revelará como verdad intemporal y las grandes piedras y fuego serán arrojadas de su vientre como motitas de polvo: son sus argumentos sin principio de castigo. Las llamaradas las pondrán candentes, las harán materiales fundidos, líquidos abrasadores que correrán como torrenteras incinerando todo a su paso. La tierra, sin querer, lo dispone para que todo empiece de muevo…


La poderosa acción de la naturaleza es terrible y sin propósito imprime su palabra en los pliegos de la mente. Ella cincela una llaga pavoroso que no se borra nunca y a la más nimia de sus “razones” nos hace estremecer de espanto. Una gota de su lluvia candente se hará señal de piedra y más tarde será palabra fósil, campana con badajo fundido que resonará una y otra vez en todo el valle.

La emoción se despierta, se estremece ante la percusión de aquellos volcanes dormidos y parece que el escenario presenta un estado irreal, una ilusión que se hace roca y tierra. Pero no, no hay que equivocarse, aquello es físicamente real y dispone de los tres pies que se apoya todo razonamiento transcendente: lo asombroso, lo misterioso y lo terrible. Los volcanes están ahí, presentes como cuerpos inextinguibles, son la expresión de las fuerzas de la naturaleza.

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