miércoles, 23 de octubre de 2013

Argos y el Chacal



 Maco, el vigilante actual. Se ha liado con una perra salvaje y se va con ella. Está enfermo y tiene que tomar sus dosis diaria. Lo tenemos atado para que no marche. 

Clara. Vino, estuvo un año y marchó sin dejar rastro.


Pistón, lo mató un perro asesino que apareció por la Comella. 2004
 Nero. Murió en la mesa de operaciones del veterinario. Se pasó con el bisturí y le cortó la yugular.


Escud y pistón el año de la nevada. Aunque tenían refugio estaban todo el día bajo la nieve.

Argos. Ya he relatado como murió y la importancia de su presencia. 2004

Los animales
En aquella vaguada ardiente empezaron a aparecer animales curiosos. Un día encontré una tortuga en el espacio que después vino a ser el taller, pensé que era un aviso claro y determinante. Interpreté que el tiempo sería mi aliado y que el mundo asociado a la simbología de la tortuga era el libro de las revelaciones. Cogí el animal y lo liberé lejos de la casa, dentro del bosque espeso; nunca supe nada más de ella. Cuando empecé a limpiar el corral de las cabras apareció una serpiente negra de buenas proporciones, me limité a mirarla y ella también me miró. Nos miramos con recelo y se marchó de manera sigilosa. Tampoco la volví a ver más ni han aparecido señales de su existencia. Interpreté que las sombras de la noche quedaban en franca retirada y el negro sería el color de mi destino. Aquel negro sería el que más tarde aplicaría en las pátinas de las esculturas de bronce. Al romper los precintos de ladrillo que tapaban las ventanas, vi como una manada de murciélagos pendía del techo; lejos de la asociación que se le da con demonios y vampiros, yo los vi como puertas a la inteligencia y dominio de la oscuridad.
De todos los habitantes de la casa los dragones eran los naturales del lugar, vivían bajo las piedras, las grietas y tejas y allí los dejé. Todavía corretean entre los libros y hasta pasean por encima del ordenador; son mis animales de compañía y nunca me han roto ni ensuciado nada; se comen los mosquitos y pienso que me liberan de la malaria. Interpreté su presencia como la más curiosa de las paradojas, la fealdad puede ser el origen de la belleza, el sigilo y la discreción la base de lo terrible... Lo que más me seduce de estos pequeños animales es el señuelo de su rabo, como pasa con las lagartijas. Cuando están en peligro se desprenden de la cola, esta empieza a saltar de manera aparatosa para llamar la atención mientras ellas se escapan. Creo que es una muestra de inteligencia superior en un hecho tan simple y sencillo. Tenerlas a mi lado es aprender de los secretos del mundo.
Ya más cercana la fecha para entrar a restaurar la casa, una perra salvaje parió una camada de cachorros en el bosque y uno de ellos me lo quedé: le llamé Pistón. Cuando tenía un año lo degolló a mordiscos un perro asesino que apareció por la masía, era negro y parecía noble; lo ahuyenté a pedradas; tuve miedo que hiciera lo mismo conmigo... Unos vecinos me regalaron a Escud, un animal amable que se escapaba a la carretera y tuve que atarlo. Al tiempo apareció otro, negro como la noche, le llamé Argos, como el perro de Ulises. Era un animal precioso y el que más he querido. Un día vino con síntomas avanzados de intoxicación; ¡lo habían envenenado! Lo salvé y al tiempo le picó un mosquito y cogió leishmaniasis. Murió calvo, lleno de garrapatas y pulgas y con toda la tristeza del mundo enganchada a los ojos.
Le hice un entierro como a un guerrero ya que era el animal más alegre que he conocido y el que mejor defendió la Comella, él será el que cuente el resto de los relatos con el seudónimo de Chacal. A su memoria dejo los avatares de amor que se despertaron en esta tierra. Su caso me afectó mucho, lo enterré en un lugar donde ahora he puesto las cajas de los hombres buenos. Su muerte provocó en mi una metamorfosis extraña, tanto que le escribí un libro con el nombre de “El Chacal en el desierto”. La figura del narrador, yo, se convirtió en un animal rastreador, solitario y enamorado de la soledad.

Encadenados

Uno se llama Escud,
es del color de la paja.

Tengo dos perros esclavos,
grandes, atados con cadenas.
¡también ellos añoran su libertad!
Si los suelto se marchan a la carretera;
jugando persiguen a los que hacen footing,
los tira de la bicicleta con un estrépito teatral.

El otro se llama Argos y es negro como el olvido,
con solo verlo babear espanta y si te mira de frente
ves el rostro de maligno. ¡Es bueno como él solo!
Cuando les suelto se vuelven locos de alegría
y al momento, dos lenguas largas y rosadas
cuelgan como banderas hasta el suelo.
¡Escud, Argos! Les llamo y, al instante
se arriman a la cadena, ¡al grillete!
Ya son adictos a su destino;
como los hombres lo
son a la muerte
por la patria.
Murieron los dos, a Argos le hice una tumba.
Ya no quedan restos, han formado una alameda verde.
Hoy un manada de conejos pasturan mansamente sobre ellos

y yo, en aquel lugar he instalado las cajas de los hombres buenos.

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