sábado, 26 de abril de 2014

La invasión



La invasión
Decidí pasar la noche a cielo abierto como hacíamos de niños con mi padre. Cuando vivíamos en Ejea de los Caballeros solíamos espigar en las Planas del Saso y dormir entre las gavillas de mies; eran momentos cargados de misterio. En ocasiones nos tuvimos que desplazar hasta Sariñena, Capdesaso y parte de los Monegros y acampar al aire libre o debajo de un árbol. Todo esto era una práctica habitual y esta visita ha sido un homenaje a la memoria de aquellos tiempos. Igual que hacíamos entonces estiré una manta sobre un lecho compuesto por esparto y capitanas, después me acomodé en el saco y me dispuse a dormir confiado en todo lo que me rodeaba. Me encontraba cansado pero tranquilo, reconciliado y nostálgico con todo lo que me ha pasado, expectante con los ofrecimientos de aquel cielo diáfano. Fue entonces cuando sucedió: mientras escuchaba el silencio de las piedras de yeso, sentía en la piel el leve murmullo del tomillo y descansaba la espalda cuando tuve el claro presentimiento de la invasión africana… Era una noche silenciosa, sosegada y sin relieve entre las nubes, pero a 1300 kilómetros de distancia estaba sucediendo algo admirable y lo noté al instante. Como si fuera allí mismo lo pude advertir asombrado y con júbilo…

En el calendario del móvil marcaba 15 de abril y en el cielo se veía la luna llena. Como todos saben el mar estaba lejano y Gibraltar muy distante de aquel improvisado lecho, pero pude constatar como atravesaron el mar sin esfuerzo alguno. Cuando llegaron a la Línea se dispersaron por la península con un sigilo nunca esperado. Vinieron desde África cabalgando una orden atávica, decididos a cumplir un compromiso que a mi me pareció heroico. Cada uno estaba seguro de su destino, firmes en sus convicciones como lo estuvieron siempre, pero por razones que desconozco en la travesía del estrecho se acoplaron en formación militar como un solo ser. Guiados por un mando invisible y confiados en sus convicciones de especie, aquel cuerpo sin mente les permitía navegar sobre el siseo del viento. Empujados por ondas de luz y mensajes inaudibles modificaban la formación haciendo estructuras caprichosas y bellas. Fue así como atravesaron el mar todos juntos. Una vez avistaron la costa se rompió la formación y se dispersaron igual que lo hacen los traficantes furtivos.
Sin autorización alguna tomaron los rincones más bellos del valle del Jerte, de Santa Ana, (mi pueblo), de los ríos pasiegos y las vaguadas gallegas, de los regachos de los montes de Sevilla y las sierras de Cazorla. Se instalaron en los rincones del Roncal y los olmos del Duero, entre los peñascos y arbustos del Noguera Pallaresa y hasta treparon los meandros que descienden los picos de Europa... A la brava lo tomaron todo. Con la osadía de los conquistadores ocuparon las atalayas de los robles, alcornoques y castaños y lo hicieron para difundir su poderosa y profética voz. Como una brisa activa se extendió su mensaje por todos los rincones del territorio; –¡es tiempo de amar! – Declaraban por la noche. Desde los encinares de Huelva hasta los abetos del Gorbea, desde los eucaliptos de La Coruña hasta los arroyos del Montsant. ¡Todo! Lo ocuparon todo de manera súbita y lo hicieron sin que nadie se percatara de lo que estaba sucediendo. 

Desde mi oportuno lecho de pasto seco, sin poder verlos y contemplando las cimbras del cielo, pude constatar como 35.5371.331 ruiseñores pasaron la frontera sin importarles las fuertes restricciones impuestas a las pateras. Sin preocuparles los controles de gobernación y menos aún los inspectores de aduanas. Franquearon el estrecho sin hacerse notar, pasaron sigilosos y unidos como una sombra que surca el cielo. Fue entonces cuando pensé que en la vida lo más importante se nos escapa de las manos; ¡de manera fatídica a todos nos huye entre los dedos! No tenemos que culpar a los vigilantes, ellos tampoco se enteraron de aquella invasión de músicos sin licencia. La verdad es que ahora cantan junto al jilguero y el pinzón y sin vanidades ni intereses nos llenan de júbilo los corazones. Así lo vienen haciendo todas las primaveras, después vuelven a marchar y nos dejan en silencio…

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