jueves, 1 de mayo de 2014

La valla

La Valla de la ignominia.

La valla
Ayer estuve en la central de visados para poder entrar en Rusia: marcho el día 1 de junio y haré la ruta del transiberiano. Estoy en los preludios de la aventura y me preparo el viaje lo mejor que puedo... Me encontré con un antiguo compañero y me explicó su pesar; su hermano mayor lo habían matado en África… Me lo contó con detalles tan gráficos que quedé emocionado y decidí transcribirlo para vosotros…
Le gustaban los deportes de riesgo y no desistía en experimentar los límites para sentirse vivo. En cierta ocasión se tiró con una tabla de snowboard por una pendiente del Himalaya, bajó más de 2000 metros en algo más de un minuto y medio, ¡no se rompió la crisma de milagro! Poner la vida en el filo del cuchillo era el motivo que lo mantenía en pie. Por otro motivo al contarlo en los medios le daba para vivir con cierta holgura. Las imágenes de sus piruetas imposibles le proporcionaba dinero y por lo que me explicó mucho más placer que el que recibo yo recreando y relatando estos hechos.
Tenía 40 años, estudios superiores, veinte novias tatuadas en la piel, ninguna experiencia laboral y lo más curioso, tampoco pensaba tenerla. Deliberaba sin pensarlo mucho sobre la bondad del mundo y afirmaba que la alegría de los ojos, (el buen rollito) ahuyenta el mal. Él los tenía verdes, el pelo castaño, el rostro bien formado y una estatura mediana y robusta. En sus pensamientos disfrutaba de un ser imbatible, se había forjado manos fuertes y resoluciones ajustadas a una juventud permanente. Tenía claro que el día de la muerte su alma pasaría por encima de su cadáver como si no hubiera pasado nada, ella seguiría caminando por los senderos que él había trazado; así hasta la eternidad. Pero su alma estaba perfectamente acoplada a sus acciones y le acompañaba en armonía allá donde él iba; no tenía conflictos consigo mismo. Estaba convencido de que el derecho universal y divino estaban con él y en su imaginario se hallaban los registros del ser que se cree eterno. Pensaba que el mundo giraba en dirección contraria a la que se había trazado y aquella circunstancia lo dejaba seriamente perjudicado, por ello tomó aquella resolución, quiso demostrar que había que invertir el orden, cambiar la dirección de los acontecimientos y enseñar el nuevo norte a los emigrantes del sur. Quiso saltar la valla con ellos, ese era el reto que se había impuesto…

Amanecer
Llegó el 1 de mayo, el día de los obreros, y en la frontera todo permanecía tranquilo. Los movimientos en aquella barrera interminable eran reposados, los guardias parecían dormir plácidamente y los puestos de vigilancia olían a café recién hecho. En los preludios del alba y acompañado de aquel aroma pudo ver claramente como se recortada sobre el cielo la valla de espinos que divide el mundo. Al clarear el día, las homicidas espirales de alambre colmados de cuchillas empezaron a desprender destellos. Aquellas espinas de acero que amenazaban como puñales diminutos eran las famosas concertinas y aquel día se mostraron como lluvia de cuchillos. Encendidas por un sol naciente, animadas por el púrpura del cielo y alentadas con el aire cálido de África, allí estaban para cortar la carne de los más audaces. Sobre el fondo encendido destilaron reflejos temerosos y los sentidos se excitaron en él hasta el extremo de provocarle lágrimas de emoción. Así pasó según me dijo su hermano. Por lo visto aquellos segundos se grabaron en su mente como intento hacerlo ahora sobre la luz de la pantalla. Entonces su mente se colmó de emoción y de presagios oscuros, pero aquello le excitó hasta extremos insoportables. Fue entonces cuando se apoderó de él un ímpetu desconocido y sin dudarlo intuyó que era el instante decisivo para empezar el curso de su nueva aventura; ¡en ningún momento pensó que no tendría retorno!
Aquella era una muralla para disuadir a los derrotados no a los que como él tenían el ministerio en sus manos; por puro placer él podía escalar los picos más altos de la tierra, tramar riesgos y con ello excitarse el corazón para sentirse vivo. Entonces se dirigió hacia aquella barrera y con inesperada furia trepó los alambres acerados, atravesó las espirales de concertinas, las mallas anti-trepa, los pilares balanceantes y los corredores trampa. Sin mirar hacia atrás superó la línea española y casi sin darse cuenta, aparentemente sin esfuerzo alguno se encontró en medio de los dos mundos, en lo que llaman el “territorio de nadie”. Allí sintió que respiraba la libertad de los escogidos; ¡fue sólo un sueño! Superado el primer obstáculo pisó aquel vacío legal, el espacio dilatado o comprimido de las fronteras, como si fuera el rescoldo final del paraíso. No pensó que para otros aquello era la mitad de la tortura y la tierra que pisaba era el suelo de los desheredados.
Las huellas de las concertinas, 2014

Él vivía en otra realidad, tenía luz propia en la mente y aquel viaje inverso era un reto impuesto libremente; superaba las dificultades como si se tratara de un juego. Saltó de nuevo, trepó y escaló uno a uno los muros hasta encontrarse en Marruecos, cayó justo en frente de una marea humana que querían pasar en dirección inversa. Por un momento sintió el resuello de los vencidos; los habían repelido y vio como sangraban con profundos cortes en brazos y piernas. No se sintió aludido con aquel soplo, él estaba intacto, libre como las grullas y pensaba que su periplo tenía el beneplácito de los vencedores.
Cuando se adentró en el bosque encontró un grupo de subsaharianos con ademanes cansados, llevaban bolsas de plástico con alguna vianda, la espalda ligeramente curvada, los zapatos rotos y los ojos iluminados con una sutil esperanza. Estaban escondidos y agrupados en el monte Gurugu. Comían de guisos comunitarios, se alentaban unos a otros mientras preparaban el asalto y elaboraban escaleras con palos de cornicabra y precinto americano. Todo aquello era extraño, casi incomprensible para él; las hacían para cruzar la valla en sentido inverso, en el fondo para ofrecerse como esclavos en cualquier lugar de Europa. Pensó que eran espíritus oscuros, vencidos antes de nacer y como las huestes de Jenofonte viajaban hacia la derrota sin ánimo de regresar nunca…
No se detuvo a saludar a nadie ni a pensar en el significado de todo aquello. No compartía la comida ni cantaba sus canciones y menos llevaba la misma orientación del viaje; ¡no era tema de su competencia! Para ahuyentar las dudas se ajustó las zapatillas de correr y continuó su camino hacia el sur. Sintió bajo los pies como pasaba la tierra prometida y como se abría un universo de aventuras ayudado con las excelencias de su VISA oro. No dudó ni un instante en adentrarse en el Sahel como el que penetra en una noche de pasiones encadenadas. Pasó por caminos pedregosos, por desiertos de arena, entre campos salinos y tormentas de polvo. Aquella era su forma de vivir y periplo existencial para ganarse la vida. Como estimulación extra narraba sus aventuras en su portal de Facebook; ventanita prodigiosa donde cada día encontraba el lenitivo a sus osadías.

El encuentro
Al llegar a Bamako tuvo un mal aire, intuyó que aquel podía ser el final del trayecto y así fue... Recorrió las riberas del río Níger y en una de las aldeas, (Lalanville) un hombre de rostro umbrío le miró frontalmente sin mover los ojos, le pidió la hora y las bambas que calzaba. J. M. Puigbert sacó el móvil y le dio la hora, 17 y un minuto de la tarde. Las bambas no se las dio, le dijo que eran suyas y las necesitaba para continuar el viaje. Fue un instante de indecisión que no pudo corregir sobre la marcha ni tampoco tuvo tiempo de arrepentirse. El hombre lo tomó por el cuello y lo dejó sin aliento. Se resistió todo lo que pudo mientras lanzaba mugidos apagados, era fuerte y estaba curtido como los grandes viajeros pero no pudo más y al final las zapatillas le cayeron al suelo. Ya sin sentido enfundó en el estómago el machete que le había esperado desde el inicio de aquella travesía. Allí mismo terminó su camino y con el paso de los días, lentamente se fundió con aquella tierra de acogida que tan bien trataba a los muertos...
En su libro de ruta tenía anotado que debía llegar hasta Somalia y Sudan, dos países en guerra donde la ley hace tiempo que se ha quebrado. También que se enfrentaría abiertamente al dengue y al ébola, aquella sería la prueba de su inmunidad y su razón; si la superaba tendría la evidencia de su verdad y dispondría de material gráfico para vivir unos años.
Esto último no lo pudo publicar en el Facebook; fue la prensa local la que mal informó de los hechos que, sin saber como llegó hasta allí, lo hicieron pasar por espía…

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