domingo, 17 de marzo de 2013

La palabra


Pal ( ) bra.  La piedra sin nombre, Museo de Reus. 2002. Acción con Pere Salabert, Abel Figueres  y Eva Gregori

La palabra

Después de cada acción se procesan las emociones y en su lecho nupcial se recrean, fornican y nacen los nuevos pensamientos. Posteriormente llega la palabra y se convierte en la llave para el reconocimiento de las cosas pensadas. Primero es la acción, la mano y la piedra frente a frente. Después se excitan los sentidos con la gran batería de emociones y sensaciones, farfullan ecos con aproximaciones y balbuceos, después se asoma el nombramiento y la elección de los fonemas que  designan los significados. ¡Es sorprendente! En ese instante aparece la creación de manera súbita; ¡es una acto sagrado! De la nada florece una idea que mueve los impulsos mentales y con el tiempo se hace conducta y valor moral, concepto estético, actitud política y mil maneras de ver el mundo. Es muy sencillo, la mano y todo el abanico sensorial presentan una propuesta sin objetivo ni nombre. Los ojos la observan y la mano le asiste con un martillo. Primero aparece el albor asombroso de algo nuevo, una idea amanece en la mente y después, poco a poco, aquel dibujo sonoro se hace fruto de un conocimiento complejo.

La mano toma la piedra, y de un golpe la abre como un libro inmaculado, los ojos ven el color, el contraste, el tono y una gama incontable de matices. Los oídos escuchan el estampido, la yema de los dedos describen la textura, la temperatura, la gravedad y con todo ello, poco a poco aparece el reconocimiento. Entonces constatamos como los sentidos deletrean los sucesos y se transforman en emociones reconocibles y aprendidas. Pero el motor de todo el proceso nace en la mano, es ella la que presenta la idea al resto de los sentidos. Ella voltea la piedra, la acaricia y deja en su interior una letra, la cierra y después la cuelga en la pared como un arma cargada de futuro.



Pal(a)bra

Con la palabra nunca tenemos despejada la duda, en realidad con ningún lenguaje se ordena el territorio común, tampoco el de las ideas personales y menos aún la comunicación plena y deseada. Casi siempre tenemos que recurrir a otros enunciados y para ello hacemos servir recursos paralelos; interjecciones, signos con los ojos, guiños con la boca, movimientos con la frente, contracciones en el cuello y gestos con las manos. Usamos al color, el volumen, la materia, el papel, etc. todo para intentar explicar aspectos que siempre quedan oscuros. Con ningún lenguaje se agota el torrente de significados que surgen de una piedra partida por la mitad y menos aún podemos comunicar a los demás lo que sentimos, se hace una acción imposible. No podemos hacer partícipes a los demás de las emociones que sentimos al escuchar, ver y tocar las lágrimas de un niño; ¡siempre quedamos perdidos en la duda!
En cuestiones de comunicación nunca queda nada claro, los contextos, la oportunidad y el interlocutor siempre modifican los contenidos. Sabemos que los referentes pierden o aumentan su significación cuando aumenta o disminuye el interés por ellos. En una obra de arte esa ambigüedad aumenta hasta dimensiones de locura, pasa de paranoia individual a inercia colectiva, así se crea una situación que puede ser entendida como de pura irracionalidad. Pienso que perdemos el sentido de la proporción hasta la extravagancia. Pero lo más interesante es que ese fenómeno se da en todas las áreas del saber, tanto en la faceta científica, como en la cultural y más aún en la emocional; todo queda confuso en la acción creativa. Más borroso todavía si el razonamiento es perverso, canalla, obtuso y dislocado. Para poner un ejemplo cito concretamente la voz de Clara; el murmullo de su boca nos dejó perplejos, la piedra liberó un clamor indescifrable y yo sigo intentando descifrar su contenido. El día que lo consiga prometo contarlo todo.

Comunicación

En los actos comunicativos hacemos un despliegue de referentes significativos para intentar llegar hasta el alma profunda del ser humano, pero siempre nos quedamos incómodos y confundidos, expectantes ante el intento y la duda. Los lenguajes también deforman el pensamiento y en muchas ocasiones no son capaces de presentar un espacio donde solazar el espíritu. Ninguna palabra es suficientemente robusta como para construir la catedral del alma, ningún sonido iguala la emisión que emite la queja de una piedra al romperse. Ninguna expresión puede ella sola dibujar los contornos del mundo y encontrar así la plenitud del ser. No obstante dependemos de las voces fuertes, de las obras que desvelan los misterios, todas ellas nos hacen confiar en algo impreciso y sus conjeturas nos dan sosiego.
Estamos hundidos en el absurdo y romper piedras para escuchar su voz ya se ha convertido en una disciplina espiritual, quizá en una fuente del saber. Los lenguajes suelen ser torpes pero cada uno de ellos ilumina una porción de realidad y su aportación es significativa si la gozamos y cuestionamos al instante, si crecemos con ella y seguidamente avanzamos un paso hacia adelante. Cualquier pregunta que genere pensamiento ensancha los horizontes de la realidad. Sin estas respuestas parciales, sin las motivaciones que nos empujan hacia el saber, ¡sin dudarlo, nuestro mundo seria mucho más pobre!
El lenguaje, cualquiera de ellos, honra el lugar donde actúa, si no es así es que ya esta contaminado por la historia. El acto creador que no es capaz de construir nuevas emociones y reflexiones, es que está muerto y sólo reconstruye los espacios aprendidos. El que no presenta la realidad estética y en el mejor de los casos representa su voz firme, o está exánime o está moribundo en el acomodo de lo establecido; es una idea en estado de putrefacción, que decora más que consuela.

Nacer del olvido

Sabéis igual que yo que no existe el lugar donde ocultar el olvido, tampoco donde estar seguros de que compartimos con los demás la misma realidad, por tanto, nos tenemos que habituar a vivir en la incertidumbre y hablar un monólogo con las piedras hasta el fin de los días.
El acto de pensar no es la contemplación de las ideas que se replican, ni los juegos de palabras de los que manejan la certidumbre, más bien es aquel que gobierna las voces que emergen del olvido, que luchan para aparecer con miradas nuevas y que emergen de la amnesia de la historia como voces portadoras de sentido. Pero ahora es muy difícil atender las novedades. Hemos construido una sociedad de autistas donde nadie escucha otra voz que no sea la suya, a su vez, nadie habla con voz propia. Muchas voluntades están secuestradas y afirman como propio lo que les ha sido dictado. Las personas se han hecho gregarias y ya no oyen el timbre ni las campanas de la tierra. Escuchan, sí, los silbatos de su regimiento, la plegaria de sus ventrílocuos, las oraciones de sus beatos. Se ha iniciado una lucha ciega, una batalla de intereses obtusos que crecen sin límite y con ellos nos vamos a ir directos a los prados del exterminio… Para qué queremos la libertad si previamente hemos cedido las llaves de la razón a los verdugos, para qué más justicia si previamente y voluntariamente la dejamos en manos de los "herejes", que es lo mismo que tirarla en el pozo del olvido.

Sosiego

El lugar del sosiego espiritual se presiente como algo fuera de nuestro alcance; ¡siempre duerme en la esperanza! Ahora es ausente o en todo caso es un propósito ajeno a lo razonable. No puede haber sosiego ya que fácilmente queda atrapado por infinidad de circunstancias políticas, estéticas, de clase o ideológicas. La calma se pierde y no existen espacios para el sosiego, es parte de la estrategia que impone esta sociedad de modorros aposentados. Hogar de rabosos donde se sobrevalora el fin y desaparece el dolor que causan los medios. Ahora todo es posible y nada nos conmueve; "los defensores del pueblo ya están en el poder".
En ocasiones el sosiego se encuentra en la poesía de un instante, en la revelación que exhala el aúllo de una piedra, en la comunión mística con la obra y sobre todo, en el escenario añorado que presenta la naturaleza. Es el lugar esperado, el bosque imaginario, el jardín perdido, la icaria restaurada. Sabemos que los contornos nublados del paraíso están ahí pero siempre se intuyen fuera de nuestro alcance. Están ahí y esperan salir por las puertas del olvido, nosotros seguimos ávidos de sus promesas de calma. Son como lagos azules pero aparecen como piedras que se destrozan ante los ojos, se confunden entre las definiciones, entre las promesas y las peticiones. Son ruegos que no pasan de ser solicitudes perdidas. Padecemos el desamparo como peonzas que dormitan en la memoria, somos cascajos en el lecho del río, pero en ocasiones se estremecen como nosotros y nos alertan, nos anuncian el derecho a la calma y su voz se hace apoyo fuerte; ¡la obra nos acerca a un estado de consuelo!
¡Queridos...! el arte ya empieza a ser un camino abreviado, un atajo para llegar a los lugares del descanso y el sosiego.

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