lunes, 20 de febrero de 2012

Mandorlas y farallones





La Fita, Pedrera romana de el Medol. 1989-2010. Ha sido uno de los referentes de la serie.

Mandorlas y farallones

Entre los años 1973-1980 me dediqué a buscar las claves genuinas del lenguaje de la naturaleza, quería entender la fuerza que nos mantiene, nos reproduce y conserva. Como no era era un estudioso de la Cabala, hice un proceso paralelo, quería encontrar mis propias lecturas de la fuente original, la naturaleza. Queria obtener experiencias y no hacer especulaciones teóricas.
Aquellas observaciones me ayudaron a entender mecanismos y procesos de las cosas más sencillas; la acción del agua, del viento, las caricias del sol y el poder de la vida. Les llamé “experiencias integradas” o también, “búsquedas de la realidad estética”. Para llegar a ver alguna cosa sorprendente, decidí que tenía que mirar y ver todo de nuevo. Me obligaba a repensar como se decantan los granitos de arena, se curvan los árboles, se erosiona una piedra o como dibuja el agua sobre la arena. En aquel estado todo me era desconocido; entonces, algunas cosas se revelaban ante mí y me descubrían un mundo nuevo y misterioso. Con los ojos afilados quedaba sorprendido ante lo genuino y asombroso, me preguntaba: como y porqué se desgrana una piedra, qué atraviesa los párpados cuando miro directamente el sol…  Algunas cosas eran tan simples que me hacían reír, pero estaba tan necesitado que me causaba admiración cualquier cosa por elemental que fuera. Era un espectáculo extraordinario, los dibujos en el agua, la erosión de una montaña, el rastro que deja una lombriz sobre el barro tierno, un tallo verde que nace en el hueco de una piedra y la baba plateada de un caracol sobre una hoja de acanto…

¡Fue una época apasionante!

Los encuentros con el secreto eran tan frecuentes que me animé a leer autores que habían tratado el tema desde perspectivas diferentes. Teresa de Jesús, Krishnamurti, J. Oteiza, Mircea Eliade: fueron ayudas oportunas para asimilar mi “paranoia” y no malpensar de mi mismo. Hasta llegué a leer Gárgoris y Habidis de Sanches Dragó… una visión amplia, misteriosa y poética de la historia de España.

En aquellas búsquedas y encuentros realicé un trabajo sobre los hitos y las cuevas, más tarde les llamé, Mandorlas y farallones. Es necesario anotar que entre esos dos campos de búsqueda se encontraba una quimera que me simplificó las cosas, para mi fue el comienzo de la dualidad y la simplicidad. Todo consistía en partir las cosas por la mitad igual que se abre una sandía. La primera acción que hice sobre este tema le llamé cantan las piedras. Con un martillo abría piedras por la mitad durante horas. Tenía dos motivos para hacerlo:

· Averiguar lo que ocultaba el tiempo en su interior.

· Escuchar el timbre de su lamento.


Las cuevas, grietas y agujeros formaban parte de las mandorlas o elementos femeninos. Collegats. 1992-2010

Con aquel ejercicio hice tantas particiones que llegué a cubrirme de cascotes… Allí quedaron dispersos sin un a sola fotografía para recordarlos. Queriendo abrir las piedras para ver la luz de su interior llegué a la oscuridad enterrado entre ellas…

¡Fueron días memorables!

¡Qué sueños más jugosos!

La dualidad fue un recurso mental simple pero eficaz. Dividí en dos el rostro del mundo y como Jano, los dos formaban la unidad. Todo tenía su reverso, la noche y el día, femenino-masculino, positivo-negativo, onda-partícula, profano-divino, blanco-negro; todo era cuestión de opuestos, entre ellos el género, de ahí la búsqueda en el paisaje de mandorlas y farallones. Todo aquel enfoque del mundo se resumió en un logo que es el que hago servir para definir mi identidad. Ni que decir tiene que con el tiempo me pareció una argumentación pobre y simple, la complejidad no puede ser abarcada sólo por la expresión de los opuestos. Existen infinitos caminos intermedios y en ellos e encontrado paisajes asombrosos…

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