lunes, 20 de febrero de 2012

Ció ante la ventana del asombro


La ventana del asombro. Rufino Mesa. Parque de esculturas de Real de Catorce, Estado de S. Luís Potosí, México. 2010. 4X4X4,50 m. Fotografía de José Rojas.


Ció
De aquella semilla dejada en el surco nació Ció, la hija del sol y los pistilos de las flores de arrayan. Antes de nacer pasó en un largo invierno en el vientre de la tierra, oculta en la oscuridad y acompañada por sombras agoreras. Mientras tanto, su madre lloraba la pérdida del amado, sufría el dolor en la soledad de la noche y estiraba las largas horas de insomnio hasta llegar a coronar el tiempo preciso.

Durante la espera, tomaba el cuerpo del amado y lo reanimaba ungiéndolo con ambrosía y lamiéndole la frente y las manos. También le recitaba palabras dulces, le respiraba suavemente en la boca y le calentaba con sus senos ardientes como brasas.

Ella tenia el poder oscuro de las grietas de la tierra y siempre lo hizo con entrega y con la convicción de que su cuerpo ardoroso era parte del misterio del mundo.

Conozco por rumores no demostrados que esta era una prueba ritual que se hacía en los altares de algunas culturas agrarias y también sospecho que ella lo sabía. Era tal su dependencia hacia aquel cuerpo que su empeño era reanimarlo como fuere.

La observación nos enseña que el padre es distribuidor de simientes, yo vi al mío en más de una ocasión esparciendo trigo en los campos. Llevaba el bolsón inclinado y colgando del pecho; mantenía el paso con ritmo cadencioso, mecánico y con el brazo derecho extendido y giros marciales dejaba ir las simientes en abanico. La madre es algo más que una metáfora asombrosa, es la matriz de la tierra y en primavera las hace germinar con el dulce calor del sol…

-Madre almendra hija en flor…-

Dice el primer canto… Así es la tierra nutricia que depura el dolor y lo destila en un tallo florido, verde y joven.

Vuelvo al relato...
La amante es también madre y comprueba que en cada ciclo, en cada aurora, en su cuerpo se funde el acto vivificador que enlaza el placer con la agonía. Sabe que ella construye la vida con dolor y con los ripios de la muerte.

Con esta nueva luz en los ojos recibe a su hija con ánimo reconciliado. Le mira el sexo y se reconoce en él. Se eleva, le muestra el camino y le entrega seis semillas de granado.

En este relato, Ció, la hija del nuevo ciclo, es también el perfume de los claros del alba. De las semillas que le dio su madre comió cuatro y dos se las ofreció a un joven del que estaba enamorada. Al dárselas le dijo:

-Toma, son rubíes de mis labios: ¡uno es el placer, el otro es el dolor!-

Él los tomó como aliento obligado y empezó un camino inesperado y largo. En la mano derecha llevaba agua que se escapaba entre los dedos, en la izquierda una piedra, un canto de río abierto por la mitad…

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