martes, 27 de diciembre de 2011

El siete


Omega, el hito de los siete diáconos. Anell de pedra, 1974-2001. Granito de la Ex. U.R.S. 17m. x 3,20 m. La Comella

Omega y los diáconos
La piedra en cuestión fue la última en llegar, por lo tanto le llamé Omega. La coloqué como un monolito, de pié y serena, era la respuesta a los farallones que había observado en las montañas. Lo pedía sin palabras y llegó con las circunstancias medidas en años de reflexión. Hoy preside el lugar, creo que sin orden premeditado aunque todo estaba muy medido en mi memoria. El proyecto se decantó, como todo mi trabajo como escultor, hacia el juego de las probabilidades; el anillo de piedra valora el concepto, el sentir de la alianza con la naturaleza y proporciona gravedad a la materia.
El hito omega tiene siete perforaciones en una de las caras; era un símbolo a tener presente, una circunstancia que me fascinó y hice que miraran hacia el centro. Han esperado mucho tiempo y seguramente continuaran esperando. Su vacío me inquieta tanto como las casualidades que las han traído hasta mí. Todo lo sucedido entorno a la obra me asombra; su periplo no deja de segregar misterio. En cuanto a los agujeros ya tienen su destino, son el cobijo de los siete diáconos. También son escenarios vacíos, orificios para susurrar versos; pienso que soportan las canciones de la tierra y las plegarias no atendidas de los escépticos. 
Si soplas oblicuo y fuerte el agujero de una caña, haces de él una flauta. Si cambias la inclinación encuentras variedad de tonos y si haces varios agujeros haces de aquel trocito de cánula un instrumento mágico. Todo eso no ha de asombrar a nadie a no ser que la toque el flautista de Amelin.
Era domingo de renacimiento y nos fuimos a caminar con unos visitantes de la Comella; dicen que es bueno para el corazón, ayuda a la comunicación y al mismo tiempo doy a conocer los propósitos de las obras: este es ahora mi trabajo.
Habíamos dado siete vueltas al círculo "El anell de pedra", cuando algo sucedió de repente que quedamos expectantes. Una de las personas caminaba pensativa y seguida por un rumor, cambió la dirección y se detuvo justo en el centro. Él afirmó que oía rumores y que aparecían de los siete agujeros del hito omega. Afirmaba la presencia de aquellas voces como una verdad indiscutible. Me lo tomé a broma pero él insistía en que seguía escuchando murmullos hasta que me asusté. Nunca he creído nada que yo no sintiera o viera. En mis trabajos de campo me he llegado a emocionar por las huelas de un pájaro impresas en el barro, por la curvatura de un árbol producida por el viento o por las marcas que dejan las olas sobre la arena, pero nunca me han sorprendido voces ni espíritus. Sí en algún lugar afirmo que las piedras cantan o hablan, que la montaña se comunican conmigo, se ha de entender que lo hacen con su presencia física y que hago servir estas metáforas para dar más juego al concepto de realidad estética. De esta manera sencilla quiero vestir la idea.
Entonces caminé unos pasos y me fui hasta el centro, miré de frente el monolito de piedra y no sentí voces, so sentí nada. Solo después, al pensar en los años que llevaba persiguiendo aquella idea, moviendo aquellas piedras y arreglando el bosque, sentí cierto estremecimiento. Nunca había visto la obra desde aquel punto y todos los trabajos que había realizado se agolparon en la cabeza. La sensación corrió veloz desde la planta de los pies hasta la cabeza, pero he de decir que era una sensación agradable que aportaba seguridad. Me sentía complacido del trabajo realizado y que los demás quedaran alterados al verla era una buena señal. Por un instante yo también sentí la turbación y aquello distorsionó la realidad. Pienso que nada ha de pasar para que me sienta confundido; todo es natural. Las emociones son parte de la observación del mundo, así la percibimos siempre y nos ayuda o nos engaña. No sabría decir si aquel estado era temeroso, empequeñecido, soberbio o arrogante: eso sí, nunca fue indiferente. Quise evadirme de aquella sensación omnipresente pero tuve vergüenza y no fue posible hacer otra cosa que acercarme lentamente. Me acogí en su sombra como un niño y esperé un momento hasta que los nombres salieron solos de mi boca. La acerqué a los agujeros y las dejé caer como un rosario de plegarias… Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas, Nicolás...
¡La piedra se los tragó al instante…!

Todo fue mágico e ininteligible... ¡jamás llegaré a entenderlo!

En el caso de “L’anell de pedra” las cosas son diferentes, ¡allí todo es diáfano! La forma de la obra es evidente y la lectura sosegada. Se trata de un ruedo, una alianza con la vida y con la muerte, ¡no hay que pensar nada más!
El círculo se describe con claridad entre los astros del cielo, ¿quién puede negarlo? El contenido y el compromiso también lo son, quedan presentes en la intervención directa en la naturaleza. Puedo afirmar que el trabajo es para que la vida se de con destreza; para que los árboles se hagan poderosos, los peces vuelvan a llenar los estanques, canten las alondras, corran los conejos y aniden las torcaces… ¡todo es sencillo y lo entiende todo aquel que lo quiera entender!

Engullir los nombres de los diáconos no entraba en mis intenciones… ¡lo siento!

No hay comentarios:

Publicar un comentario