sábado, 14 de mayo de 2011

María la Náyade

Murmullos entre destellos de luz. La Comella, 12/5/011

María la Náyade

María se sentía extraña y complacida dentro de su menudito cuerpo; en él era el flujo de un sueño húmedo y placentero. Se acariciaba con suavidad y se amaba con devoción permanente. Cada día dedicaba varias horas en maquillarse, cuidarse y disfrutar con sensualidad sus propios sentidos. Ante el espejo miraba sus ojos y veía en ellos la profundidad del cielo. Pensaba que su saliva le alimentaba y que era un elixir que le ayudaba a mantenerse bella como una Náyade. Descubría cada día que no podía vivir fuera de aquellas sensaciones acuosas; lo que sentía era la voz del mundo y en su contemplación empezaba y terminaba todo lo que había en su mente. Salir de ellos era la consumación del destino, por este motivo no dejaba ni un instante el pensamiento en libertad. No se permitía ninguna reflexión que no fuera fruto destilado de manos, ojos, boca y oídos. Tenía presente que esos eran los sensores de su existencia y dentro de ellos fluía como un manantial eterno...

Un día contempló emocionada un río carmesí: la alfombra de las estrellas. Le llamó la atención aquello de disolverse entre aplausos, hacerse inmortal en el luminoso suceder de las miradas ajenas.

¡Fue el final de todo!

Miró de frente el sol radiante de los flashes; durante varias horas contempló sin parpadear su imagen glamorosa. Se sintió el centro del deseo, la luz de la esperanza, el perfume destilado de universos misteriosos. ¡Por un instante fue la espuma dorada del mundo!

Una luz intensa entró por sus ojos y quedó sumergida en la oscuridad permanente. Sin rendirse pensó que tenía otros sentidos, que entre los más etéreos le quedaba el olfato y empezó a esnifar mandinga, papuza, gilada. perico, grasa, merca, camerusa, pala, pichi, sniper, tecla, fernancha, catimba, milanga, bolita, farla, malanga, sablazo, quipito, triqui, ¡en fin…!, se destrozó la nariz y la mente…
Así continuó y en muy poco tiempo agotó cada uno de los sentidos, uno a uno los fue borrando hasta quedar disuelta en una mancha oscura.

Sólo quedó el rocío del aire…
¡El leve rumor del río!

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