lunes, 15 de abril de 2013

Acecho

Cajas al acecho. Rincones para personas buenas. Piedra arenisca de Osona.  9 unidades. Medidas variables. 2013

Acecho
La escultura es una verdad al acecho y como todo lo que destila misterio en la vida ha de contener una brizna de reserva, cierta naturaleza desconocida; pienso que un encuentro frontal con el secreto sería desastroso. La obra ha de ser un vehículo para recordarnos que somos naturaleza efímera; ¡el soplo de un instante! Ella lo es todo, en un segundo muestra el trayecto recorrido y ya sin voz revela el tiempo pasado. Así, en un giro repentino, se descubre y presenta todo rasgo evolutivo y también los estadios pre-racionales; es entonces que los presentimientos se hacen evidentes.

Entendido así el arte tiende a conectarnos con la vibración silenciosa y las verdades ocultas, con las hierofanías que describe Mircea Eliade en Lo sagrado y lo profano. La obra si está viva respira el aliento de la eternidad, es decir, se comunica con todo aquello que transpira lo esencial y nos relaciona con el mundo de manera sincrónica. En un instante formamos parte de su universo emocional y encontramos la unión con aquello incomprensible que representa. Es por ello que la expresión creadora no puede hacer evidente aquello que muestra, siempre ha de insinuarse, camuflarse entre sombras. No decir nada pero con la vocación de afirmar una verdad que se oculta a la vez que se presenta en todo su esplendor.

El encuentro con el saber mistérico, la comunión con el sustrato material, se encuentra fundido con el aliento, el impulso inteligente. Él es el que seduce a la razón y con hálito inmaterial nos perturba al insinuar como se ha construido el mundo. La creación artística y las aportaciones conceptuales y formales que desarrolla, construyen puertas de entrada a realidades nuevas, y a la vez, responden a impulsos humanos que son siempre los mismos. Pienso que las buenas obras han de ser iniciáticas, por lo tanto transformadoras de la sensibilidad humana. Han de configurar espacios que nos articulen y conecten con la unidad primordial, la base de todo lo formado. Somos en la materia y en ella nos damos, en sus infinitas figuraciones nos sentimos y también formamos parte de su capacidad creadora. Nos envuelve su evolución y la fuerza regeneradora que activan las primaveras; ¡somos en el tiempo! Son ellas las que crean los lazos profundos entre la sensibilidad humana y el espíritu que destilan los sucesos, los cuales se dan libremente, se encuentran en la naturaleza en estado salvaje y sin censura.
La obra transpira un soplo comunicante y atrapa con gravedad la sonrisa de una piedra; nos pone en contacto con ella sin decirnos nada. También lo hace con aquello absoluto que habita fuera del objeto, fuera de todo lo concreto, lo que queda cosido entre las formas y las palabras.

Pienso yo, que las grandes estéticas nos sumergen en el orden implicado, el que queda inscrito en la cara oscura de la materia y resuena en aquello que palpita dentro de los procesos de cada sistema vivo.

Todo esto aparece ante los ojos como excesivamente complejo, pero en realidad es sencillo. Constatamos que las personas tenemos la capacidad para aprender, para sorprendernos, emocionarnos, reír y llorar. Si una obra actúa sobre nosotros, si opera sutilmente y nos saca del hastío, si nos inquieta y matiza el pensamiento, algo vivo e inteligente hay en ella. Si el timbre de su voz no nos deja indiferentes o excesivamente complacidos, algo vital puede crecer entre nosotros y así devenirse en realidad nueva.

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