domingo, 21 de octubre de 2012

“Agujeros en Santa Mónica”


Agujeros Santa Mònica. Acción de liberar el malestar. Doce bolas de barro de 120 cm. de diámetro. 2012.
Con el dedo hay que hacer un agujero y después depositar dentro el dolor, el miedo, los fracasos, las derrotas y el tedio... Posteriormente hay que cerrarlo con el mismo material... 

“Agujeros Santa Mónica”  

Accionisme Els signes del malestar. Arts Santa Mònica, Barcelona 20-10-2012

Tengo 64 años y declaro que me afligen hasta los huecos de la mente; ya no me quedan ni fuerzas para la queja. Hoy, día 20-10-2012, Pere Salabert me ha invitado a meditar sobre “los signos del malestar” El tema me atraviesa como un rejón y la obra realizada se ha hecho testimonio de un sentirme en la vida; ¡me siento decano en el dolor!
La propuesta me abre la mente en dos, me parte la fruta oblonga de los recuerdos, y en sus huecos descubro la imagen que se ha formado en mi interior. Observo con estupor como mi vida ha estado presidida por una sensación dolorosa y ha dejado en mi la sombra de la desazón. He vivido en la renuncia, he trabajado en soledad, he buscado en la naturaleza el consuelo y no he sido arropado por verdades divinas ni colectivas; soy el resultado de la lucha que hoy se mece en la derrota.

Animados
Pienso que en nuestra condición de seres vivos nos encontramos alentados, animados y transitorios; sin aliento quedamos igual que las piedras... El hálito nos encuadra en una realidad cambiante, sorprendente, misteriosa y dolorosa. Somos una estructura compleja que se disipa en el olvido; ese es todo el consuelo que podemos encontrar. Nuestra vida  interactúa con el medio y en ocasiones encontramos un momento de gozo, un instante para compartir. Al sentir la comunicación con el mundo vibramos de emoción y nos llenamos de sentido; ¡vivir vale la pena!
El olor de la tierra también nos recuerda el pan, el fermento de la fruta, y al constatar este hecho tan cotidiano, nos vemos partícipes de las acciones del mundo y nos hacemos habitantes de los sentidos. Disueltos entre emociones, dispersos entre recuerdos, encontramos el lugar ordenado para existir; yo encontré La Comella, es mi hogar y la ofrendo como testimonio.
La emoción nace del asombro, al abrir los ojos penetra en nosotros como la luz. Es la substancia nutricia que tiene la función vital al germinar y devenirse en idea, en obra, canto, palabra o verso. La idea brota de esa luz y responde, segrega una voz oscura que fluye y se desliza entre los labios, pero con el tiempo se presenta clara ante los oídos y se hace tangible al resto de los sentidos.
Es entonces cuando percibimos la cópula ardorosa de la vida en el pensamiento y cuando corremos el peligro de ser soberbios; ¡la acción ha de ser comedida…!

Propuesta
Si enfoco el tema sugerido de esta manera, si muestro la acción del malestar oculta en una pelota de barro y la presento tal como he experimentado los últimos tiempos, quizá explote ante los ojos del mundo como una bomba hedionda.
Vivir el malestar es tomar alimento conceptual para pensar con él, construir y definir la realidad que se ha sentido y después exponerla en una acción singular. Cada persona ha de hacer su hueco para dejar en él sus responsabilidades. Yo deseo dejar una idea en este día del malestar: doce bolas de barro de 120 cm. de diámetro colocadas en círculo. Son las esferas del dolor colectivo que esperan, demandan nuestro resuello agotado, el fracaso como testamento.
La que presento hoy es pequeña, tan sólo una imagen mímica entre las manos, una semilla de substancia agraviada que se muestra en el día del malestar. Es una realidad posible que se detiene ante mi en forma de masa de barro, una bola metafórica que se enfoca ante los ojos y me hace hablar. Ante semejante situación los míos se abren cargados de asombro, me sumergen en una realidad desconocida y me provocan deseos inconfesados.
Los eufemismos de la sociedad del malestar me hunden en un abismo sin fondo, me dejo caer en él y allí espero que fructifique una brizna de sensatez; ¡espero la realidad de los justos en un acto de voluntad colectiva! Entonces pongo todo el valor disponible en mis actos, supero los baluartes del miedo, desvío las motivaciones absurdas, oculto mis vergüenzas ridículas, depongo mis intereses y provoco que algo nuevo se revele entre las manos…

Dejar el malestar...

Agujeros en el barro
No dejo que el azar llene en su vuelo el recipiente de barro, me sitúo ante él y pienso. Me motiva la necesidad de aprender y así respondo al tiempo vivido. Se que parte importante de la experiencia se establece en aquello que destila la acción y a ella estoy atento.
El gesto de mi mano rompe la trama de la realidad, hace un corte en la membrana del barro, que es la misma que la del tejido mental y cambio los significados de aquello que me pesa. Siento los alabeos de la metamorfosis, veo como en mis oídos timbran diferentes, en los ojos cambian de tono y en la piel se depuran lentamente. Es la herida por donde entra la luz al pensamiento y allí, en aquel páramo del ser, ahora se consume o se proyecta el fruto de lo pensado.
Pienso que el trabajo creativo es una ventana que resplandece, mirar a través de ella es todo el beneficio que podemos conseguir. Si el gesto es acertado y abierto a nuevas interpretaciones, la obra se deviene emoción reveladora. Actúo en el pensar y el acto conceptual se pierde en su interior, queda oculto a la mirada para siempre; ¡qué otra cosa puedo hacer ahora!

Con las manos tomo la bola de barro, la volteo y hago actuar los dedos. Con uno de ellos hurgo, empujo y hago un agujero, lo construyo tan profundo como es posible.
Soy constructor de formas y allí adentro pienso sobre el rostro de nuestro tiempo.
Acerco la boca en aquel espacio pequeño, aquel hueco diminuto y deposito una idea, un sentimiento prolongado; ¡así de clara es la acción!
Examino el tiempo vivido y observo como me sobrepasa el dolor, como me sojuzga el malestar, entonces regurgito un desperdicio que llevo enquistado y lo deposito como quien deja caer una semilla en la tierra. Así oculto una idea en su interior, la encierro y espero a que germine en primavera.
Actúo con las manos y por medio de la acción puedo pensar. Con el mismo barro cierro el agujero y así queda oculto el mensaje; ¡ya es misterio permanente! Desde allí irradiará energía como una luz oscura y débil, desde allí emanará una idea estética y ética si existen ojos inquietos para mirarla.
Abro otro agujero y lo lleno con aliento, es otro desecho personal y lo dejo caer como una metáfora mortecina. Pienso que es el eje fundamental de mi cuerpo-animado y presiento que en un momento de ocaso quizá sea mi único consuelo. Ese aliento terminal, ese viento consumido, es una vibración material que reverbera en su interior y se agota conmigo. Siento como nunca sun vibración misteriosa; ahora, el alargado descanso mineral hace un giro existencial y se estremece. Constato que en el futuro volverá a mantenerse en pie como hálito de la vida; no somos otra cosa que un soplo, ¡un viento reciclado!

Vuelvo a hincar el dedo para guardar un aullido de dolor, una y otra vez insisto de manera obsesiva. En nuestra existencia mental, la queja nace del malestar, del coraje de aguantar los infortunios, de mantenerse en pie a pesar de la adversidad. La incertidumbre nos impone la terrible necesidad de seguir. Con los ojos chispeantes tenemos que continuar el camino que nos es dado y ahí, ante ese agujero aullador, ante ese pozo de dolor rugimos en rebeldía. La vida se nos presenta como un raudal misterioso, es el jardín de la desdicha en el cual quedamos sometidos; ¡en ocasiones cautivados! Día tras día nos sentimos sujetos por convenciones, por neurosis colectivas, por verdades que casi siempre se esfuman como la luz en la tiniebla. Secuestrados por ideas que arden como pastos secos, confundidos, asombrados, asustados… ¡aullamos!
Sin descanso vuelvo a hacer la misma operación tres días y tres noches. El grueso de las acciones está definido previamente y enfoco nuestra indolencia, la falta de equidad, los señuelos cotidianos, el rostro de la mentira… Así es, ¡nos ha tocado vivir en la época del despilfarro, la falta de equilibrio y la locura!
Lentamente el agua se evapora y aquella masa se hace espesa, se endurece y decanta sin querer hacia un estado transitorio; así dice que obtendrá la gracia de un rostro permanente. Abro el último agujero, el ejercicio se hace llaga en las manos, lesiona la mente, hiere la calma y también el sosiego de los días. El dedo ya no puede entrar, el barro se ha hecho masa sólida y las palabras empiezan a quedar en superficie; ¡se confunden con el aire!
Como la vida lleva inscrito su propio aullido, en aquella caja esférica dejo los míos. Fuera de aquel espacio metafórico pienso y dejo ir unas palabras.

- Después de la noche del malestar quizá vendrán los claros días del gozo -

Estoy cansado y doy por terminada la acción; ¡no soy suficientemente fuerte!
Me falla la voluntad y entonces constato que entre las manos crece una causa sin nombre. Una y otra vez caigo en el mismo pozo; ¡así llevo el gobierno de mi vida! Siempre me abismo allí donde el sentido se pierde, después cierro las claves del entendimiento para que nada se escape, pero sé con certeza que la urna de la materia continua abierta y el espacio interior sigue anhelante para muchas más operaciones. El futuro es abierto para la parte física del discurso y su vientre siempre está preparado; ¡dispuesto a empezar de nuevo!

La experiencia me dice que sólo es cuestión de agua y energía para volver al punto inicial y la necesidad estética me induce a continuar aprendiendo, a batir la tierra y golpear las piedras para que canten. Como un remolino me construyo en esas acciones pero la perplejidad me deja abatido. Soy parte de una estructura que se funde en el medio, idea temblorosa que se diluye en el círculo de los cambios; ¡estremecido, aúllo una vez más!
Pasan los días entre alientos jadeantes y reparo que el agujero en el barro es como un río imparable que absorbe mis acciones; ¡observo como el hueco que ha dejado el dedo es la herida mortal de una espada, la ventana asombrosa que lo devora todo!

Hoy ya es ayer y de aquel agujero obstinado reverbera un canto-aullido, un enigma que centellea sin cesar; es la luz de las ideas que tiene fuerza suficiente como para mitigar y soportar nuestros miedos y recelos. Los misterios contenidos en la esfera de barro se han hecho materia, las plegarias iniciales arrancadas del malestar se han dormido, ahora se han convertido en aullidos apagados y se agitan levemente con el fermento de los siglos. En el transcurrir de las derrotas percibimos como de las rocas emana el tedio; ¡ya es vapor de la tierra!
Así sentimos en el pecho el relincho mineral que se conjuga en la espera y entonces creemos que es dolor crónico, que en la vida se ha hecho llaga incurable. Es presente y tangible; con un grito, entre ácidos se  escapa por la garganta, sale por la boca a borbotones, se desprende de la tenue luz de los ojos y fluye por la textura mortecina de la piel; ¡es el susurro terminal que nos avala siempre!
La acción ha terminado: como el crujir de las piedras, el agujero enlaza nuestro dolor con el corazón del mundo y allí fenece.
La acción no ha servido para nadie; ¡es tiempo consumido! Quizá estoy hundido en un delirio permanente. Cuando oculto aquello que pienso, cuando me doy en el secreto, hago fermentar mi conciencia y sólo sirve para mi, es un lenitivo para seguir avanzando. La obra no permite malentendidos, se guarda en aquel escenario vacío, en aquellas cimas solitarias; son las bolas de la ausencia. Posiblemente algún día servirán para destilar la soledad del ser, observar lo absurdo de nuestra condición; hoy son una propuesta limpia, ordenada y económica. Estamos en tiempos de crisis y las bolas del malestar me sirve para hablar con vosotros…

El secreto
Dejarse ir en el secreto, vivir absorto dentro de un agujero de barro, es escoger la expresión débil como un hecho misterioso. Renunciar a la luz y a la exposición de la ideas es asumir una serie de contradicciones que se encuentran unidas al hecho creativo. Quizá es darse cuenta que la historia no merece la pena ser contada, que se trata del ritual de las vanidades y de una realidad recreada, una ilusión que la mirada tiñe con la luz del momento. Si aguzamos los ojos por esa ventana, si los fijamos ahí, vemos que se trata de una leyenda sublimada, una realidad apócrifa que habla de uno mismo y de “los nuestros”. Es el eructo de un niño que canta las “virtudes de cuna” como algo remarcable.  Desamparados nos vemos abocados a ser habitantes cautivos en los agujeros del desahogo, prisioneros en nuestras propias mazmorras y allí dejamos el malestar como el que se desprende de la vida. Más tarde quizá llegamos a comprender que todo esta en nosotros y que la acción del malestar se confunde con aquello que segrega el pensamiento. Ya no queda nada de la ilusión inicial, solo quejas que reposan dentro de las arcas de los secretos; las doce bolas de barro…

Pienso que comprometerse con la vida es una singularidad extraordinaria que se ha de cuidar, hay que trabajar en la dirección de las plantas verdes.
Admitir que vivimos en el sueño de los arbustos  entre la placidez de las algas, es constatar como todas las verdades tienen el mismo peso. Sentir que la vida transcurre entre nieblas matutinas y que somos prisioneros de una realidad que se presenta sin avisar; eso nos llena de asombro cada día. Somos esclavos de un sueño del cual no conocemos nada al despertar; ¡vivimos en la ilusión y morimos en la decepción! En esa vigilia dolorosa nos vemos seducidos por un delirio inducido, delirio que nos conduce poco a poco a la neurosis colectiva y en ella fracasamos como personas.

La acción de acercarse a una bola de barro con las manos vacías y el “alma” llena de preguntas, es considerar reveladoras las señales que habitan en el secreto, las voces silenciosas y leves que se descubren entre las fisuras del mundo material.
Visto de esta manera el agujero es una boca demandante y el arte el ritual de la vida que se hace responsable de su demanda. Ahí nace una verdad no transferible, un sacrificio que se ofrece a la nada ya que allí no hay público para contemplarla. Es una realidad oculta que puede resplandecer; secreto que deseo compartir con vosotros. La obra ha servido para trascender la acción creativa en un simulacro, quizá un suicidio simbólico que abrasa todo lo que he pensado. Un acto inútil que deja rastros imperceptibles en la memoria de la materia; ¡son obras sentidas con las manos!
Hoy son todo lo que puedo ofrecer, un respiro transitable que nace del sigilo que envuelve el interior de un agujero en el barro…

Rufino Mesa Vázquez
Tarragona 20-10-2012



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