sábado, 3 de marzo de 2012

La sonaja


El fundidor de los limbos agita las semillas,  Foto de Fénix o la ciudad del sol. 2010


La sonaja
Al día siguiente se despertaron con los primeros rayos del sol y vieron por el tono de luz que todo estaba previsto bajo las lonas del cielo…
Seguidamente los dos danzaron a un tiempo y aconteció lo que ya conocéis por la historia: El amante de arrayanes. ¡También por este lado el tema está concluido!
Como veis, el círculo se está cerrando y harán falta acontecimientos extraordinarios para que los relatos puedan continuar…
Cuando germinó la semilla y con ella la trama de: Ció ante la ventana del asombro, una visión espectral enmudeció su semblante y quedó convertido en el esclavo de sus palabras. Sintió también que su voluntad estaba secuestrada por las respuestas amables pero esquivas.

¡Otra vez el calvario!
-Pensó-

Estaba atrapado entre los señuelos del corazón; ¡el suplicio permanente! Él tenía colgada del cuello la piedra del dolor, las manos eran llagas lacerantes y por los ojos destilaba el jugo del sufrimiento. Sabía lo que le venía encima, había padecido el trance y se dio cuenta que en el pecho se abrían de nuevo las herídas de la amargura.

Sea cual sea el dilema dijo:
-¡Ahora hay que seguir!-

Él ya había  perdido una hija del mismo nombre (Ció), la que se hizo aurora en el momento de nacer, y ahora le tocaba transitar el mismo sendero, padecer los mismos quebrantos, quedar enterrado en el mismo surco.
Entonces se acordó de la piedra, el canto de río que llevaba en la mano, lo abrió y cinceló en una de sus caras la primera letra del nombre de la mujer esperada. (  ) La volvió a cerrar y la ató con los finos tendones que sacó de sus brazos. Después se la colgó al cuello como un talismán y empezó a caminar con el propósito de no parar nunca.
El agua de la otra mano ya se había perdido; sus dedos eran porosos, piedras de un erial sin límites; ¡ya no quedaba ni una gota! En el camino transitado, en las plegarias descritas, fue lluvia que empapó la tierra. Hacían falta ríos inagotables, borrascas endémicas, pero en aquel tiempo no llovió: él la repuso cada día con los veneros de sus ojos.

Entonces, ella le dijo:
Tú eres fuerte ante el dolor, ¿Cómo puedes soportarlo?
Él contestó:


De las llagas del corazón nadie sabe la verdad. Nadie siente como yo las tinieblas que cubren mi laberinto, nadie puede transitar los corredores de la mente.
Mis plegarias no pueden ser escuchadas; ¡quizá sin pretenderlo deseo que no se atiendan!
Se que nada germinará de este cuerpo tembloroso y derrotado…

Hizo una pausa larga, pensó y meditó con cuidado las palabras que tenía que añadir y así terminar el agobio de los primeros tiempos.

¡Quería finiquitar las suplicas…!


La verdad de mis ojos, la realidad que me emociona y estremece hasta el llanto, es que soy hijo legítimo del barro, limo y fermento de río, ¡un tallo tierno que puede morir de añoranza…!
Se hizo un silencio largo, interminable, de cuarenta días, ¡de cuarenta noches!…
¡No hay nada que hacer, ahora lo comprendo!


-Adiós, amada!-

Los oídos están tupidos de embelecos y ante el abismo de las situaciones sólo cabe precipitarse en ellas…

-Entonces dijo la última palabra-


- Si algún día se desploman los lienzos del miedo y el surco se llena de simientes nuevas, yo lo celebraré con la sonaja del pecho y tu sentirás el amanecer como aliento renacido.-

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