Una malla invisible te rodea, te atrapa y tu estás en el centro.
Y compré la tierra…
Tras un año de negociaciones, de regateos y engaños, compre La
Comella. Era tan fuerte la tentación que pude resistir las contradicciones de ser
“terrateniente”. Parece una futilidad pero a mi forma de entender, poseer
tierra conlleva responsabilidades que no se pueden excusar. Quedas atrapado en
una red invisible donde los sentimientos se confunden con el lugar y tu estás en el centro. No entiendo
como es que miles de hectáreas están abandonadas; ¿no se remueven las
conciencias de sus propietarios? Tampoco comprendo como es que estas tierras no
han pasado por ley a manos de jóvenes parados para que las trabajen. ¿…?
Un documento lleno de poesía y de sabiduría que nos informa
del comportamiento de los hombres primitivos hacia la tierra, es el que nos
dejó el gran Seattle, jefe de los indios Duwamish. El documento contestaba a la
propuesta que le hizo Franklin, Presidente de los Estados Unidos de América,
sobre la necesidad de comprarle el territorio de su pueblo. Dice…
-Nosotros somos una parte de la tierra, y
ella es una parte de nosotros. Las olorosas flores son nuestras hermanas, el
ciervo, el caballo, la gran águila, son nuestros hermanos. Las rocosas alturas,
las suaves praderas, el cuerpo ardoroso del potro y del hombre, todos pertenecen
a la misma familia.
Meditamos sobre
vuestra oferta de comprarnos la Tierra. No es fácil, porque esta Tierra es
sagrada para nosotros.
El agua cristalina,
que brilla en arroyos y ríos, no es sólo agua, sino la sangre de nuestros
antepasados...-
Estas palabras hace años que las tengo presentes y todavía
me turban. Aquí no había arroyos ni agua cristalina, había roca, bosque seco y sed endémica. Y compré la tierra, y lo hice sabedor de que también compraba parte de su
historia, la que duerme en su suelo, incluidas las tragedias que citaré más
adelante…
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