En una roca saliente del camino han estado trabajando con máquinas de perforación, han creado un gran estrépito para realizar un pozo de más de cien metros de profundidad y unos quince centímetros de ancho. Muy cercade la boca del pozo quedan los restos de la maquina perforadora, unos cilindros de piedra y montones de arcilla de diferentes colores dispersados y disueltos por el agua. Pienso que esta ventana en la tierra puede ser el hueco para recoger mis confesiones, mis murmullos y preocupaciones, el hueco donde dejar los secretos sin ningún temor a ser mal escuchado.
La pequeña boca esta delante de mí como una llamada sin voz, como un buzón que espera recibir el correo y mis penas a cada instante. Es una puerta que no tiene destinatario alguno, es la conexión con un lugar remoto y permite el envío de recuerdos a los abismos del olvido. Ese es un de los espacios que he cultivado entre los temas de las ocultaciones. Delante de aquel pozo me pregunto insistentemente sobre cuestiones imprecisas, sobre las cosas que se esconden abajo y las que pueden ocultarse desde arriba. También sobre la presencia estética de éste lugar, espacio de resonancias invisibles. Me sorprende el poder que puede desprender un lugar así, más aún si es utilizado como una urna de susurros.
En las ciudades tendríamos que hacer agujeros así para dejar caer en él las penas de los afligidos; sería como un servicio público más. Podría estar junto a los buzones de correo, también ellos son puertas de la esperanza. Tengo varias esculturas que las dedico a este menester, espacios para susurros, ruegos y plegarias. En el tronco de la encina grande (Le llaman el árbol del dolor y hablaré de ella en otra ocasión), se abre una cavidad que también sirve para aliviar los pesares del pecho y desde el primer día que vinimos a la Comella he estado pensando sobre el uso que le podía adjudicar a esa ventana que me conduce a la raíz de las cosas. ¡Ella es una presencia estable desde hace muchos años!
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