Estado de la masía antes de la restauración. 1997
Y compré la casa…
Justo en el centro de aquel espacio solitario y seco,
el escenario que describí el otro día para explicar el tema del agua, se
levantaba una casa de piedra mal encalada. Era grande en todas las direcciones,
con las puertas y ventanas tapiadas; como una pirámide que no desea revelar su
secreto ni a las preguntas del tiempo, ni a los clamores del sol. En aquel
lugar desolado, repleto de escombros, jeringuillas y preservativos, se alumbró
una esperanza. En aquel escenario de dolor vestido con retales de malos
presagios y el humo de un incendio intencionado, dos hombres habían muerto
violentamente... y yo compré la casa…
El caso todavía era fresco en el pensamiento de todos
y los vecinos exponían los detalles como el que recuerda una aventura cargada
de asombro, como el que quiere exponer una señal familiar, un signo de cercanía,
casi de propiedad sobre aquella ruina que mostraba en su rostro herido un
pasado antiguo y glorioso. Decían, con detalles escabrosos que inducen a
sospechar cierto placer narrativo, que el propietario de la casa fue atado a
una silla con una brida de plástico y después atravesado por varias cuchilladas
en el pecho. Los motivos están todavía sin esclarecer, son secreto de sumario y
los culpables andan sueltos como sueltos quedan todos los cabos de esta
historia.
Los vecinos relatan cuestiones de faldas, deudas de juego, malas compañías y una mujer que le bebió el entendimiento con sales de Andalucía. Alguien asegura que lo vieron momentos antes de su muerte mientras sacaba dinero de uno de los bancos del barrio de S. Pere y S. Pau, otros, sencillamente decían que tenía el destino marcado, que era un desgraciado aunque tenía estudios superiores. El misterio se agranda hasta límites insospechados cuando relatan el modo de vida que llevaba la víctima y su madre; los dos dormían en un colchón en el suelo y comían casi de la caridad o de vender fragmentos de tierra de una finca que, en su día, dominaba las cumbres del santuario del Loreto.
Los vecinos relatan cuestiones de faldas, deudas de juego, malas compañías y una mujer que le bebió el entendimiento con sales de Andalucía. Alguien asegura que lo vieron momentos antes de su muerte mientras sacaba dinero de uno de los bancos del barrio de S. Pere y S. Pau, otros, sencillamente decían que tenía el destino marcado, que era un desgraciado aunque tenía estudios superiores. El misterio se agranda hasta límites insospechados cuando relatan el modo de vida que llevaba la víctima y su madre; los dos dormían en un colchón en el suelo y comían casi de la caridad o de vender fragmentos de tierra de una finca que, en su día, dominaba las cumbres del santuario del Loreto.
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