Agua
Eran las doce del mediodía y el sol ardía, literalmente se
desplomaba sobre la plaza cuando visité por primera vez la masía. Hacía tanto
calor, ¡tanto! que las gotas de sudor caían y se evaporaban en el aire. Fue
entonces cuando sentí la sed vital y algo que va más allá de la deshidratación misma;
algo desabrido y seco que inunda la garganta y desconsuela. Entonces pensé.
-Esta tierra y yo necesitamos
agua…! -
Miré, busqué por los rincones de aquel caserón y no hallé
nada, su presencia era la ausencia total y sólo encontré la necesidad
perentoria de beber.
-¿Cómo
puede ser? ¡Una casa tan grande! ¿Cómo han podido vivir aquí tantos años sin agua?-
Fue desolador ya que era la condición básica para empezar a caminar
juntos, intentar una aventura larga y comprometida como así ha sido. Al tiempo,
unos meses después, busqué en el interior entre corredores oscuros y la encontré.
Estaba dentro de la masía, en el subsuelo de una de las salas. Allí oculta
habían hecho una cisterna que recogía el agua para beber. Venía de los tejados y
llegaban a acumularse unos 60.000 litros. Con esta cantidad había sido
suficiente para las necesidades básicas de personas y animales durante siglos;
¡ahora eran totalmente exiguos!
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