jueves, 21 de junio de 2012

Lucía, lucerna umbría



Marina Abramovich. 

Lucía, lucerna umbría
Como ya se ha dicho en varias ocasiones, Lucía no era ciega de nacimiento; igual que hizo la santa, por amor se sacó los ojos con un puñal. La pérdida del amado la trastornó por completo, se ha de entender la situación; murió en sus brazos después de la parada nupcial. Ella lo retuvo todo lo que pudo, permaneció encajada en él sin dejarlo un segundo. Respiró el aliento del ocaso hasta que el cuerpo quedó rígido y frío. Entre llantos apagados le ofreció el beso de muerte, lo cubrió de lágrimas y caricias hasta quedar rendida en la fatiga.  La tuvieron que retirar a la fuerza con estas palabras.


Ha fenecido
En la voz en su alma
Canta la tierra

Tiempo atrás había visto un trabajo de Marina Abramovich, en el cual la artista practica la cópula con la muerte.
-Solo es un simulacro.-
Pensó para darle énfasis a lo que se estaba elaborando dentro de su mente. Esto la fortaleció en su desgracia, era un sinsentido pero también era una salida estética a una situación saturada de dolor. Decía en: “dolor y representación”, que Lucía retiene el último aliento del amado y lo guarda como una reliquia en el estuche de su boca. Por ello convirtió el tema en una idea sublime, en un sueño imposible de alcanzar. De esta manera renunció al mundo y entregó su cuerpo y su mente a la memoria del Ausente. Quiso ser la lucerna de su pensamiento y el aliento de un alma extinta. Sin premeditarlo ni pensar en las consecuencias, así lo hizo, fue la manera de asumir el tránsito final.

 Tomo aliento
De tu cuerpo inerte
Me alimento

En el momento de fenecer el amado, a bocanadas se bebió la luz de su alma. Se inundó de los últimos resplandores de su cuerpo y saboreó con ansiedad el vaho final de la vida, de esta manera se colmó del aliento de muerte. Fue una acción desesperada, ávida en deseos hizo prolongar un instante más su compañía. Lo hizo como el que devora el tránsito de un estado a otro y con la ansiedad que requiere la salvación propia. Así llegó a contaminar su cuerpo hasta los huesos, apoyada sobre él permaneció durante horas hasta que el pecho se inundó de aquel hálito mortecino y el frío quedó permanentemente absorbido y memorizado en la piel. 


Ya despejado
Suspiro de tu alma
Que yo respiro

Estética y duelo
Lo que diré a continuación es difícil de afirmar; son conjeturas que se escapan a lo puramente testimonial. Pienso que parte del dolor es movido por la estética de la tragedia, la que representa el duelo. Inconscientemente emerge el llanto y poco apoco se dibuja el sacrificio, se define el perfil de la desventura. En algunos casos se hace movido por orgullo, para demostrar que su entrega es autentica y de disposición elevada.
Lucía quiso marcar las diferencias entre el amor profano y el divino y aumentó sin límites el perfil de la pérdida. Pensó que sus actos exacerbados tenían la aprobación del arte contemporáneo. Igual que los performers trabajan el cuerpo como material de su obra, ella quería incorporar al suyo y el del amado en una acción vital, en un encuentro transcendental y sin espectadores; ¡era otra ocultación en la vida! Sus entregas "disparatadas" eran consentidas bajo el techo intelectual de lo moderno, pero lo dejaba estrictamente en la intimidad de su lecho. Pensó que ella podía hacer una locura creativa como las que hicieron los conceptuales y expresionistas austriacos en los años setenta. En realidad, se trata de la cultura del dolor ya establecida; quién no ha visto con estupor la representación del Cristo crucificado. Así Lucía adoptó una pose desmayada, utilizada como estética cotidiana, un abatimiento que ya se ha pervertido y degenerado en expresión Kitsch. Es la acción que sublima la tragedia para soportar con fuerza el trasiego de la vida, La muerte como acción candorosa, como estimulante contra el aburrimiento. Ellos, los austriacos, decían:

El misterio
Pervive en el teatro
De la congoja

En algún momento del relato se puede pensar que Lucía se sacó los ojos para dárselos a un pretendiente apasionado, no fue así en este caso; ¡ella no quería ver nada de este mundo! Él también: estaba hechizado por su valor, por el  clima espectral que proyectaba, pero era un impertinente y un perturbado sin remisión alguna. Estaba enajenado por los anhelos de un sueño imposible; ¡otro estólido en la escena!
Él quería experimentar la belleza de su pasión, había quedado seducido por ella y no desistía en su empeño. Quería dejar la semilla en su vientre para renacer como el ave fénix; ¡esperaba el hijo del dolor!
Ya veis, almas necesitadas y unidas por el desencuentro y la tragedia. En el fondo, un destino amargo de dos personas que se mueven como serpentinas oscuras en el fango y se autodestruyen al encontrarse en él…


La pasión
Lucía se quedó sin luz para ver por los poros de la piel y para disponer con libertad de la “claridad apasionada de su mente”. El resplandor de los sentimientos que se formulan ante ella, los recuerdos acumulados y latentes son ahora todo su patrimonio. Pensó que para disfrutarlo necesitaba limpiar de abrojos las razones mundanas, encapsularse  dentro del dolor y vivir las pasiones a la medida de sus sueños. Entre sus deseos no había otra piel ni otros labios que los del amor perdido. Las propuestas que se le presentaban eran diminutas, insignificantes ante la grandiosidad del placer que había experimentado. Las propuestas que le llegaban las rechazó todas; una y otra vez dijo: ¡no!

Sal de mi vista
Tienes el pene curvo
¡Pico cotorra!

Así los expulsó y contó las horas, los días, los meses; uno a uno los segundos hasta quedar sola y desamparada. Ahora sus cuencas oscuras son cajas vacías y destilan el jugo y el perfume de los nardos. En sus ojos se oculta la voz de la noche y en sus mejillas se consume el pálido sabor de la vida. Su boca todavía exhala aquel aliento terminal: ¡el olor afligido de los crisantemos!

Qué situaciones más hirientes nos ofrece la vida...

¿Cuándo limpiará de azufre los rincones del pecho…?

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