Imágenes sobre el tema en la exposición: Dipòsits de la memòria en la Torre vella. Salou. 2007
Laberinto
Estos días me he propuesto hablar de un tema especial para recordar los trabajos que realizó Joan Casals. Ilustraré los conceptos con imágenes que él creó y el viernes, cuando haga la presentación en la galería Antoni Pinyol, los que tengáis interés en el tema podéis reflexionar y exponer las objeciones, o bien, hacer las preguntas que creáis oportunas. Pienso que debatir es mejor que hacer un monólogo sobre un tema tan apasionante como es el laberinto.
La figura del laberinto es la representación gráfica de la complejidad, es una imagen simbólica que nos ayuda a entender la opacidad del mundo. Su morfología despierta cierto temor, siempre tenemos la sensación de que nos vamos a perder en él, pero en realidad el miedo es a entrar y encontrarte con la solución concluyente del trayecto, que puede ser muy bien el final de la vida. Pero el final no tiene que ser forzosamente la muerte, para el iniciado, el que busca un sentido profundo del trayecto, el centro del laberinto es el comienzo de una nueva etapa, que a su vez se abre esplendorosa a un nuevo laberinto.
Toda actividad humana está conducida por situaciones desconocidas, tortuosas, impredecibles y a su vez esperanzadas. Tomamos las decisiones guiados por intuiciones y atravesamos trayectos peligrosos, heroicos y asombrosos cuyo desarrollo final desconocemos. El laberinto nos invita a iniciarnos en el misterio y a esclarecer los enigmas que se presentan ante los ojos. Nos capacita para penetrar en la gruta de lo desconocido, para tener el arrojo suficiente y caminar en los límites de la “imprudencia”, así somos capaces de satisfacer nuestras necesidades de asombro y vivir el riesgo como estímulo para avivar las emociones. Intuimos que adentrarse en sus oscuros pasajes sirve para descubrirnos a nosotros mismos y en realidad, siempre salimos de él fortalecidos. En consideración, la imagen del laberinto es un espejo que refleja los agitados corredores de la mente y estos buscan una salida en la luz que proyecta el azogue que hay detrás.
Imágenes sobre el tema en la exposición: Dipòsits de la memòria en la Torre vella. Salou. 2007.
Formas gráficas del laberinto.
Los laberintos clásicos tienen dos formas de representación, los unidireccionales, los que no tienen nodos de confusión y los de múltiples vías. El primero se trata de paseos más o menos tortuosos o placenteros, estos siempre nos llevan al centro y nos sacan de él sin recovecos ni peligros. El iniciado sabe cual es el resultado. Representan un mundo ordenado donde el tiempo es continuo; día y noche, nacer y morir. Estos puntos quedan unidos por el trayecto de la vida y se puede entender como “el viaje”. La llegada al centro es cumplir el destino, la iniciación del neófito es llegar al final y sentir el comienzo de una situación compleja pero predecible, ordenada. Los de múltiples vías presentan el tiempo bifurcado, cuarteado entre las direcciones que se abren en el camino. El trayecto del iniciado puede tener recorridos diferentes, paisajes que nunca volverá a ver y algunos que vuelve a ellos de manera obsesiva, parece como si estuviera atrapado en una situación irreversible y no pudiera salir de aquella atracción terminal. En esta figura también se encuentran senderos que se disuelven solos y caminos muertos que suponen el tiempo perdido. Allí se puede experimentar el pánico, el miedo al quedar atrapado en una situación sin salida. Dolor físico al sentir en el pecho el terror hasta desfallecer y decaer hasta la rendición antes de empezar de nuevo. Estos son los laberintos de mazes, o perdederos, los que mejor representan la realidad psicológica y los que ilustran la complejidad de la mente humana, Su cualidad nos prepara para hacer servir el libre albedrío y a su vez nos advierte de los errores que podemos cometer.
Dentro de las variables formales del laberinto están los cuadrados, los rectangulares, los ovalados, los rotos, los que no te perderías ni aunque quisieras y aquellos que no hace falta entrar; al mirarlo ya sabes que no tiene salida. De hecho, los dos últimos no son laberintos, los dos rompen la estructura del viaje y se convierten en figuras decorativas, en paradojas divertidas que solo sirven como entretenimiento.
Los laberintos mentales son los más difíciles de transitar y desgraciadamente todos estamos transitando experiencias que parecen no tener salida. Pero no puede ser así, el laberinto siempre tiene salida, puede que sea la misma que has entrado, pero es una salida. Si el concepto que representa no tuviera salida, si se cerrara la entrada una vez dentro, estaríamos perdidos y el razonamiento quedaría ocluido... perderíamos la razón…
La vida es un laberinto difícil de transitar pero hay que hacer el trayecto y llegar a la muerte; ese es el gráfico más sencillo de entender. Pero la versión difícil es cuando tienes que disponer de tu libre albedrío, cuando tomamos una bifurcación y en ocasiones tenemos que retroceder. Quién es capaz de predecir lo que conlleva la decisión de tomar un camino, cuándo estamos preparados para saber si nuestra decisión es la más acertada… Cuándo estamos en condiciones de saber si el tramo más corto es el acertado, o por el contrario, si el más largo es el que da sentido a la vida…
Laberinto de entrada y salida bajo la lluvia. Joan Casals.
Epílogo
El universo entero se puede ver como un laberinto, una imagen de proporciones colosales que se revela lentamente en los laberintos del conocimiento. El clamor de sus aspas nos hablan y giran arrastrando galaxias enteras, bailan en una encrucijada de posibles encuentros, de salidas viables. El laberinto universal es una imagen creadora, abierta y luminosa; tiene una salida, un final, si no tuviera salida colapsaría y quedaría dormido para siempre.
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