Proyecto a la tolerancia, Eduardo Chillida, Tindaya, Fuerteventura. 1993
La cueva del Garraf no necesitó ingenieros, permisos ni promociones, la hicieron las manos del tiempo y allí estaba pletórica y esperando mi llegada cuando la encontré. De la experiencia conseguida alcanzo a comprender y aceptar el proyecto de Tindaya; sólo me sobran las dimensiones; Un cubo de 50x50x50 m. que tiene acceso por un corredor de 200 m. de longitud; ¡pienso que es demasiado, una "mega-inspiración que devora la obra"...! Me sumo a la realización si se hace con proporciones asumibles y humanas: 10x10x10 m. sería más ajustado y ya serían proporciones de espanto tratándose de que han de descubrir el corazón de la montaña.
Para manifestar mi complicidad añado variantes y requiebros imaginarios. En el centro del cubo realizaría un agujero para que absorbiera los susurros y los aullidos de dolor. Un hueco para que germinaran los gritos espantados desde el centro de la tierra y salieran pletóricos los lamentos por la galería subterránea. Serían ágiles plegarias que se remontarían hasta la luz del sol. Nube de restos exánimes que encontrarían su lugar y ahuyentarían a los curiosos.
El espacio creado en la Capilla Turkana es muy parecido; tambien en él el ser se siente diminuto, empequeñecido pero no humillado. La obra se hizo con manos humanas, con recursos limitados, con humildad y sin aparato mediático. Realizarla resultó el regalo de un tiempo jadeante y feliz. Aunque las motivaciones estaban definidas, fue una aventura incierta y ahora me complace más que ninguna otra obra, me justifica todo el trabajo y el dolor padecido. Ella sola me reconcilia con el mundo y me absuelve de mis insignificancias y de las ofensas cometidas.
Como queda explicado en la cueva del Garraf, toda la trama emocional se puede encontrar en estado natural; no es necesaria la obra pero es de agradecer cuando alguien te enseña a mirar los matices del mundo. El espacio abierto en la roca es siempre un vacío que se presenta diáfano y queda misteriosamente paralizado. Es como una casa deshabitada donde han quedado los muebles impresos en la pared, intactas las cosas en sus ausencias, presentes en la libertad de los rincones. Lo acontecido siempre aparece como presencias fuera del tiempo y emociona contemplarlas. Todo en la quietud aguarda ser observado, sutilmente advertido, eternamente a la espera de que se inicie el extraño ciclo y con él empiece una nueva vida. En estas escenografías el tiempo queda suspendido en el aire, congelado en una parálisis térmica. Se puede pensar que son espacios que retienen y presentan la memoria del pasado; allí siempre nos atrapa el misterio del origen.
Tindaya
La montaña nos habla con su voz justa, lo dice todo entre el siseo del aire, el
perfil reseco del horizonte y la espesura del bosque; ¡no se equivoca nunca! Si fijas la mirada en uno
de sus detalles sientes como la potencia de la piedra ha dejado disuelto un
estampido en el lugar; la roca se ha abierto por la mitad y nos explica su pasado. Es así,
con la voz pequeña suena fuerte y es la que sirve como regulador de escala y en ocasiones utilizamos para compararnos. Las dimensiones siempre son relativas: un hueco en la roca
nos habla de como la gravedad del collado cae sobre nosotros y las fuerzas
fuertes y débiles fluyen y nos comprimen el corazón...
Un momento gozoso es suficiente para colmar un deseo largamente
presentido y cuando esto sucede todo queda bien pagado. Hiciste caminos
intransitables, buscabas sin compensación alguna, escuchabas los clamores del
silencio y al final escuchaste un murmullo revelador; ¡mereció la pena! En
momentos así se comprenden cosas que parecen increíbles, imposible que lleguen a suceder pero suceden; aparecen entre las manos como soluciones clamorosas. La
experiencia confirma que hay contenidos
subyacentes que solo se pueden entrever con las herramientas de la intuición y
esta sabe conectar y sacar conclusiones poéticas y brillantes. Una llamada
intuitiva puede estar cargada de saber y a su vez disponer de todas las
garantías de éxito. Eso es lo que pasó en Tindaya mucho antes de que Eduardo
Chillida diseñara su “cubo de la tolerancia”. En épocas remotas, cientos de
pies fueron cincelados en la roca y quedaron como huellas que miran el sol, como registros humanos que contemplan la eternidad…
Las cuevas son lugares telúricos, espacios donde se concentra la
gravedad de la piedra y el tiempo se comprime hasta desaparecer. En algunas se
hace presente el silencio y se alimenta el ánimo de los ausentes, en otras la
mente queda enajenada y pletórica de pasado. Pero en todas ellas se crea un
estado inquieto que invita a la reflexión. En la ya citada del Garraf me
hubiera gustado aplicar el ejemplo que utiliza David Bohn para dar marcha atrás
a la máquina del tiempo y así desvelar la imagen del origen delante de los
ojos. Solo pensar en esta posibilidad ya es un logro haberme encontrado con aquel
hueco de invocaciones.
Pienso que el deseo por regresar al estado mineral es una
atracción permanente; subir farallones, escalar abismos, entrar en los
corredores subterráneos, alinear piedras y llenarlas de sentido es la respuesta
a esa llamada. En ocasiones lo hacemos para sentirnos inmersos en la dimensión
material y advertirnos enfocados por esa mirada. Desconozco las causas que
hacen que esto sea así, seguramente es para comprendernos mejor localizándonos
en lo tangible y concreto. Verse envuelto en piedra, sumergido en la avalancha
de signos que reverberan en el espacio, es un encuentro extraordinario y poder
experimentar y descifrar la situación en un instante es algo que sólo se puede
sentir en contadas ocasiones y en lugares muy concretos.
Todo esto es parte del material del escultor y lo que reunió
Eduardo Chillida en el proyecto de Tindaya; la montaña de piedra de
Fuerteventura en Canarias. Un proyecto que no se realizará por exceso de celo y
falta de convicción vital. La obra tenía todos los argumentos expuestos y podía
haber representado un centro espiritual del mundo moderno. Una galería que
desembocaba en una sala abierta al cielo y desplegada al horizonte. A la
posibilidad de transitar la materia se unía la cavidad en la roca y la apertura
a la luz del cielo. Hago mención especial el ascenso por el corredor hasta
entrar en la cámara y también los tragaluces por donde entrarían los rayos del
sol y el espejo de la luna. Aunque la encuentro sobre-dimensionada y el efecto
de empequeñecimiento perderá su efectividad por la pureza de las formas y la pérdida de referentes,
encuentro que también allí la comunicación con las fuerzas débiles serán
directas, de piel a piel, de materia a materia. La mirada ya no será necesaria
pues no habrá nada que mirar excepto la luz que se cuela y es motivo
resplandeciente entre sombras. El olfato y los demás
sentidos serán secundarios ya que no tendrán nada que anudar a
excepción del hueco que deja la piedra y la compresión del lugar, gravedad de
la montaña que se dejará sentir sobre los visitantes.
La cueva del Garraf no necesitó ingenieros, permisos ni promociones, la hicieron las manos del tiempo y allí estaba pletórica y esperando mi llegada cuando la encontré. De la experiencia conseguida alcanzo a comprender y aceptar el proyecto de Tindaya; sólo me sobran las dimensiones; Un cubo de 50x50x50 m. que tiene acceso por un corredor de 200 m. de longitud; ¡pienso que es demasiado, una "mega-inspiración que devora la obra"...! Me sumo a la realización si se hace con proporciones asumibles y humanas: 10x10x10 m. sería más ajustado y ya serían proporciones de espanto tratándose de que han de descubrir el corazón de la montaña.
Para manifestar mi complicidad añado variantes y requiebros imaginarios. En el centro del cubo realizaría un agujero para que absorbiera los susurros y los aullidos de dolor. Un hueco para que germinaran los gritos espantados desde el centro de la tierra y salieran pletóricos los lamentos por la galería subterránea. Serían ágiles plegarias que se remontarían hasta la luz del sol. Nube de restos exánimes que encontrarían su lugar y ahuyentarían a los curiosos.
Estas situaciones tienen connotaciones de tumba; el hipogeo es un corredor de difuntos y en la roca resultan vientres activos. Los pintores del paleolítico supieron ver la importancia de las cuevas, ellos fueron testigos de estas impresiones, su sensibilidad no tenia la necesidad de argumentar nada, solo dejarse ir en el secreto y plasmar la obra allí donde tenía que estar, donde encontraba sentido la observación de la realidad.
Las pinturas rupestres y todas las grandes escenografías que se han realizado para entrever el “tremendo espasmo del mundo” se han consumado bajo este poder. El hueco en la roca deja que los signos de la materia se expresen libremente; es materia ausente que habla y por ello tienen poder invocador. Un hueco en la roca es un gran espacio de reflexión, es un nicho socavado en la piedra que se hace lecho espiritual. Me decanto por la metafísica del lugar donde la gravedad de la materia se deja sentir y el hombre queda aislado del mundo exterior, lejos de los problemas cotidianos, de los escollos frecuentes y el temor permanente; así, entre los muros del monte queda unida, religada la gravedad del ser...
Las pinturas rupestres y todas las grandes escenografías que se han realizado para entrever el “tremendo espasmo del mundo” se han consumado bajo este poder. El hueco en la roca deja que los signos de la materia se expresen libremente; es materia ausente que habla y por ello tienen poder invocador. Un hueco en la roca es un gran espacio de reflexión, es un nicho socavado en la piedra que se hace lecho espiritual. Me decanto por la metafísica del lugar donde la gravedad de la materia se deja sentir y el hombre queda aislado del mundo exterior, lejos de los problemas cotidianos, de los escollos frecuentes y el temor permanente; así, entre los muros del monte queda unida, religada la gravedad del ser...
El espacio creado en la Capilla Turkana es muy parecido; tambien en él el ser se siente diminuto, empequeñecido pero no humillado. La obra se hizo con manos humanas, con recursos limitados, con humildad y sin aparato mediático. Realizarla resultó el regalo de un tiempo jadeante y feliz. Aunque las motivaciones estaban definidas, fue una aventura incierta y ahora me complace más que ninguna otra obra, me justifica todo el trabajo y el dolor padecido. Ella sola me reconcilia con el mundo y me absuelve de mis insignificancias y de las ofensas cometidas.
Como queda explicado en la cueva del Garraf, toda la trama emocional se puede encontrar en estado natural; no es necesaria la obra pero es de agradecer cuando alguien te enseña a mirar los matices del mundo. El espacio abierto en la roca es siempre un vacío que se presenta diáfano y queda misteriosamente paralizado. Es como una casa deshabitada donde han quedado los muebles impresos en la pared, intactas las cosas en sus ausencias, presentes en la libertad de los rincones. Lo acontecido siempre aparece como presencias fuera del tiempo y emociona contemplarlas. Todo en la quietud aguarda ser observado, sutilmente advertido, eternamente a la espera de que se inicie el extraño ciclo y con él empiece una nueva vida. En estas escenografías el tiempo queda suspendido en el aire, congelado en una parálisis térmica. Se puede pensar que son espacios que retienen y presentan la memoria del pasado; allí siempre nos atrapa el misterio del origen.
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