Con el macuto a cuestas caminaba por una cantera del Garraf. 1974
Los ojos y el deseo
Mi voluntad en aquellos días estaba anhelante, los ojos y el deseo estaban especialmente atentos a los signos que desprendía la naturaleza; ella se mostraba limpia, espontánea, generosa y cruel; ¡todo lo hacía sin ornamento alguno! Yo tenía 26 años y quería ver las cosas como son, sin abalorios ni afectaciones; sigo esa senda, vivo comprometido y sin aderezos. La fuerza del deseo, la voluntad por aprender me tenia cautivo pero no sabía qué hacer, sólo hacía rayas en el suelo, círculos en el aire y mirar y asombrarme ante el espectáculo del mundo…
Aquel día me confundí dentro de un hueco en la tierra, una cantera había devorado media colina y en aquella herida desproporcionada estábamos todos los actores presentes. Con un despliegue oculto hablaba la montaña, los árboles oscilaban con infinitos requiebros, la luz deslumbraba hasta dañar los ojos, el viento trenzaba la piel y las rocas dejaban caer su gravedad sobre los hombros… Todos estábamos a cuerpo descubierto y todo se presentaba tejido en aquello que más tarde denominé realidad presentida o realidad estética.
La herida supuraba el dolor de la tierra y me golpeó de frente.
Aquel día hice un trayecto largo, ¡incalculable! Hoy pienso que di un paseo por el cielo, una zancada de gigante al definir aquello que llegó a ser importante en mi trabajo; “encontré la orientación oculta y la reconocí al instante”. En el ámbito experimental comprendí lo fundamental y desprecié lo aleatorio; “descubrí” que el arte es un lenguaje subsidiario de la naturaleza. Acepte de grado determinados valores que deseaba aplicar en la obra y algunos se han mantenido hasta hoy; la cualidad que habita íntegra en la materia y la sencillez de las formas. Intuí que buscar la luz es una pretensión fatua y que donde podemos sentirnos es precisamente en la oscuridad de los motivos y en el esfuerzo de desvelarlos. Al hacerlo así nos encontramos de frente con la cara oculta del ser; ¡ahí nos hacemos! Podríamos afirmar que en el ir haciendo nos damos...
Manifiesto que he trabajado enérgicamente en esa dirección, que en algunas ocasiones he pisado la “roca madre, la caverna deseada” y me he sentido reconciliado con los momentos y hallazgos encontrados. L’anell de pedra y la Capilla Turkana son obras que me justifican, ellas dan sentido a mi desasosiego. Otras me dejan intranquilo, sé que el aliento primigenio no respira en ellas. He tenido distracciones y en algunos momentos falta de fortaleza moral; lo siento mucho, mi trabajo no versa sobre la bondad humana. En el viaje no he tenido la voluntad necesaria, tampoco buenos consejeros y los más cercanos; ¡ay, los más cercanos, nos hemos hecho daño! No me han visto o se han sentido ultrajados por mi manera de verterme al mundo. He crecido solo ya que era como una planta en el estero y tenía que crecer, ¡sin pretenderlo han pasado los años! Sin recursos he caminado en solitario, recluido en mi y sin cesar he volteado la tierra y aunque he tenido especial interés por ordenar los papeles, mi falta de formación ha dejando muchas cosas sin concluir; siento con pesar mis deficiencias, son azogue diáfano que hoy enturbia mi trabajo.
Los ojos y el deseo
Mi voluntad en aquellos días estaba anhelante, los ojos y el deseo estaban especialmente atentos a los signos que desprendía la naturaleza; ella se mostraba limpia, espontánea, generosa y cruel; ¡todo lo hacía sin ornamento alguno! Yo tenía 26 años y quería ver las cosas como son, sin abalorios ni afectaciones; sigo esa senda, vivo comprometido y sin aderezos. La fuerza del deseo, la voluntad por aprender me tenia cautivo pero no sabía qué hacer, sólo hacía rayas en el suelo, círculos en el aire y mirar y asombrarme ante el espectáculo del mundo…
Aquel día me confundí dentro de un hueco en la tierra, una cantera había devorado media colina y en aquella herida desproporcionada estábamos todos los actores presentes. Con un despliegue oculto hablaba la montaña, los árboles oscilaban con infinitos requiebros, la luz deslumbraba hasta dañar los ojos, el viento trenzaba la piel y las rocas dejaban caer su gravedad sobre los hombros… Todos estábamos a cuerpo descubierto y todo se presentaba tejido en aquello que más tarde denominé realidad presentida o realidad estética.
La herida supuraba el dolor de la tierra y me golpeó de frente.
Aquel día hice un trayecto largo, ¡incalculable! Hoy pienso que di un paseo por el cielo, una zancada de gigante al definir aquello que llegó a ser importante en mi trabajo; “encontré la orientación oculta y la reconocí al instante”. En el ámbito experimental comprendí lo fundamental y desprecié lo aleatorio; “descubrí” que el arte es un lenguaje subsidiario de la naturaleza. Acepte de grado determinados valores que deseaba aplicar en la obra y algunos se han mantenido hasta hoy; la cualidad que habita íntegra en la materia y la sencillez de las formas. Intuí que buscar la luz es una pretensión fatua y que donde podemos sentirnos es precisamente en la oscuridad de los motivos y en el esfuerzo de desvelarlos. Al hacerlo así nos encontramos de frente con la cara oculta del ser; ¡ahí nos hacemos! Podríamos afirmar que en el ir haciendo nos damos...
Manifiesto que he trabajado enérgicamente en esa dirección, que en algunas ocasiones he pisado la “roca madre, la caverna deseada” y me he sentido reconciliado con los momentos y hallazgos encontrados. L’anell de pedra y la Capilla Turkana son obras que me justifican, ellas dan sentido a mi desasosiego. Otras me dejan intranquilo, sé que el aliento primigenio no respira en ellas. He tenido distracciones y en algunos momentos falta de fortaleza moral; lo siento mucho, mi trabajo no versa sobre la bondad humana. En el viaje no he tenido la voluntad necesaria, tampoco buenos consejeros y los más cercanos; ¡ay, los más cercanos, nos hemos hecho daño! No me han visto o se han sentido ultrajados por mi manera de verterme al mundo. He crecido solo ya que era como una planta en el estero y tenía que crecer, ¡sin pretenderlo han pasado los años! Sin recursos he caminado en solitario, recluido en mi y sin cesar he volteado la tierra y aunque he tenido especial interés por ordenar los papeles, mi falta de formación ha dejando muchas cosas sin concluir; siento con pesar mis deficiencias, son azogue diáfano que hoy enturbia mi trabajo.
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