Accidente, uno de tantos del día a día...
Preámbulo
Vino en una plica cerrada a mi nombre y con la dirección completa. Procedía de México DF, el remitente era desconocido pero intuí al instante que era de Adrián. Lo tomé con las manos temblonas y lo abrí con prontitud. Dentro había un CD con una nota y la siguiente narración…
-Querido Rufino: te notifico los sucesos de un destino que ha estado muy unido al tuyo, si el tema te parece de interés y puede aliviarte el dolor lo publicas.
Siempre tuya…-
L.
La rueda
Tomó la curva con la velocidad apropiada, tenia la mente clara y el control absoluto en el manejo del coche. En ningún momento sintió ruidos extraños ni intuyó una situación de peligro, todo era normal, preciso y rutinario hasta el olvido. En aquel mismo momento las noticias por radio avivaron una situación nueva, fue un ramalazo que alertó su atención, un destello cargado de malos presagios:
-Dos trenes han chocado frontalmente en Polonia.-
En un intervalo sin medida todo cambió de rumbo y se precipitaron acontecimientos imparables. Velozmente giró el norte en su mente, se llenó de alarmas y se iluminaron sus pupilas en estado de pánico general; ¡fue la resistencia de un segundo! Una llamarada súbita le subió por el cuello, los ojos se abrieron lo indecible, las manos quedaron rígidas en el volante, el pié tensó el freno de manera desmedida y una rueda delantera pasó por encima de un excremento de ave “protegida”. Una cadena de sucesos impredecibles estaban alineados en el camino; entre todos y cada uno de ellos hizo su parte y en aquel instante proyectaron sobre el lienzo del tiempo el final de su destino. Imparable, involuntario y aturdido, el coche salió de la pista y empezó a ver giros violentos por los vitrales. Perdió el control y rodó y rodó por aquella ladera interminable; ¡no tenía fin! Entre golpes, bandazos y vueltas de campana tuvo tiempo sobrado para recuperar la libertad de pensamiento y considerar su vida, dejar el testamento ordenado y entregarlo a la muerte con el sosiego debido.
Si os parece oportuno... ¡vamos a describir los pormenores!
Los recuerdos
Al inicio del torbellino, ingrávido y en el precario juego mortal del trapecista, evocó los viajes iniciáticos, Afganistán, Yugoeslavia, Egipto, Estocolmo, México, París, Venecia, los aleteos del mar y el siseo del viento en los Monegros… Para entonces todavía estaba lleno de vigor y uno a uno pudo repensarlos sin omitir detalles. Eso le llenaba de melancolía y le disponía el ánimo para el desenlace final. Vio montes sosegados, desiertos que se replicaban al infinito y pedregales sin alma que habían hecho de él un ser abocado a la tristeza. Eran lugares que había visitado y que habían quedado grabados en su mente. Añoró el refugio-cueva, el que le llenó de encuentros misteriosos, espacio singular que le cambió las claves del pensamiento. Allí tuvo revelaciones que ahora pasaban rápidas y claras por su mente, le ayudaban a conformar el transito final de su vida y ha dejar un testamento ordenado. Pensó cosas ridículas y nimias, hasta tuvo tiempo de censurar situaciones que le distorsionaban el discurso;
-No había tiempo para recreaciones mentales. ¡Hay que remitirse a los hechos!-
Al tercio de la caída recordó los momentos amables de su infancia, especialmente los cálidos pechos de su padrina; ¡eran manteca tierna en la boca! También, unos años más tarde, cuando miraba embelesado los ojos amorosos de su catequista, momento endulzado por la merienda y el calor de su aliento en la frente. Todavía húmedo, con regusto en los labios, le miraba como se mira una imagen venerable; fueron años de iniciación que le marcaron la vida. Repasó el día de su graduación, eran una multitud e hicieron una fiesta grande. También aquel otro que se masturbo junto con sus colegas de octavo debajo de la higuera en tiempo de brevas. Media clase se reunieron allí para iniciarse en la faena; ¡fue la primera asamblea singular de su vida!
Mediada la caída en el abismo, su mente vislumbró el día que sangró por la nariz en medio de una fiesta; todos se pusieron a gritar de espanto… O aquel otro lluvioso y gris, le tiró una piedra a un gorrión y le acertó en el centro del pecho; ¡cayó fulminado! Se espantó tanto que lloró junto a aquel cadáver caliente, suave y diminuto. Le sopló un poco de aliento en el pico y despertó de la muerte al instante. Ahora pensaba que debió ser un desmayo leve ya que el vuelo que arrancó fue veloz como un rayo. Recordó a su madre joven y guapa, activa cuando encalaba la fachada de casa, era un ritual que hacía cada año en primavera. Se pudo entristecer con la muerte de su padre, fue un duelo rápido que compartieron toda la familia; ¡llegaban de todas partes! También cuando su hermana lo pilló mirándole la entrepierna a Isabel debajo del hueco de la escalera. Lo hizo con cierta curiosidad hurgando con el dedo meñique entre sus labios menores…
Así como iba ganando velocidad en la caída, también lo hacia en la aceleración de los recuerdos. Así como se iba acercando al final, mayor era la extensión de su memoria…
Pasados dos tercios de la caída vio con claridad como pudo modificar sus trayectorias en los momentos decisivos…
Paradojas
Recordó todos los detalles de su vida tal como los había vivido y también (aquí lo más curioso), cómo podían haber sido. Las diferentes posibilidades se abrieron y se mostraron diáfanas en él. Transitó por los caminos que merecieron el estatus de haber sido algo en la vida y se habían quedado en nada, de esta manera se le mostraron universos que pudieron florecer si hubiera cambiado el paso en el momento oportuno, si hubiera modulado la sonrisa de otra manera o entonado la palabra con más cuidado. Centenares de vidas soñadas se agolparon en su mente y empezaron a desfilar en paralelo.
Millones de pantallas diminutas se encendieron en su cerebro, en la cánula del bajante vertebral y en los enlaces del corazón. Cada una desplegó su memoria acumulada en conexión sincrónica con todas las demás…
¡Queridos…! por la brevedad del relato sólo describiré una cuantas; ¡casi es el final de la caída y ya estamos llegando al fondo de la quebrada!
La maldición
Las pantallas del corazón desplegaron sus archivos luminosos, pletóricos de amores prohibidos. El de Anita, aquella jovencita de Sesma con la que sólo intercambiaron unos revolcones entre los campos de espárragos, tallos esbeltos con denominación de origen; ¡pues mira por donde! resultó que con ella tuvo tres hijos, uno de ellos fue medico cirujano con cargos de responsabilidad en una clínica de Pamplona, seguramente del OPUS DEI. En el caso de Ana, la de Artaza; cuya relación real duró cuatro horas, veinte minutos y unos segundos; ¡fue un drama! Tuvieron una vida oscura durante muchos años y languidecieron sus vidas por falta de imaginación. Al final ella tuvo una idea y desapareció sin dejar rastro. Nada excepto una nota mal plisada que le arrojó dentro del buzón del correo. Con letra clara y trazos violentos le decía:
¡ojala te pudras en el fondo de una barranca!
¡Parece ser que el deseo se iba a cumplir!
La pantalla de Pilar fue de suspense; eran familia recién llegada del pueblo y sólo intercambiaron unos roces en el baile; fueron recalentones de orgasmo; ¡no pasó a más y ahí quedó todo! Con Patricia ocurrió lo que tenía que ocurrir y fue lo más sorprendente. La conoció en el Zeus, bailaron durante horas enganchados hasta darse un atracón sin consuelo; después se fueron a los prados del río y resultó que ella llevaba bragas de cuero con herrajes de seguridad. Ahora, en esta nueva circunstancia, se quitaba los precintos y debajo de uno de los grandes olmos concibieron a los gemelos, Ignacio-José y José-Ignacio; niños que fueron origen de alegría y deleite de su confusión en los años maduros. Con María, la que cruzó dos palabras de complicidad y todo quedó en deseos esperados, llegó a envejecer junto a ella entre amores dulces, interminables; regalos deseados que la vida no suele presentar nunca. La pantalla de Consuelo, la que había llenado los momentos más dulces de su vida y había complacido su cuerpo durante tantos años, la que endulzó pasiones furtivas entre pinares, literas de trenes y campos de olivos, con la que plantaron amores debajo de los molinos de viento y dejaron regueros interminables por los lugares más inesperados; en la revisión del presente constató como se bifurcan los destinos. Vio con sublime nitidez como todo cambiaba de signo en el origen del encuentro. Con precisión pudo volver al momento inicial y constatar como él había cambiado el tono de una palabra; ella no supo interpretarlo, se marchó a casa con la duda y sus relaciones quedaron en nada; ¡fueron amigos pero jamás se dieron un beso! Al tiempo ella se casó con otro que le hizo la vida imposible, fue esclava de un tirano que la cargó de hijos ficticios y la doblegó con el mal trato psicológico que suelen utilizar los eunucos. Con Elvira, la de los pechos de madre y pezones diminutos, la que siempre vertía el juego erótico entre palabras picaronas; estuvieron dando tumbos por el mundo hasta el cansancio. Nunca encontraron un lecho suficientemente cómodo como para seguir allí más allá de dos horas; ¡qué mal le sabía aquella prontitud, aquel vacío desconocido! Como añoraba un rincón estable; decía en voz alta…
-¡Quiero regar los geranios cada día en la ventana de mi casa!-
Con Lucía fue diferente, todo su encuentro se centró en dos fases; la primera quedó en palabras; ¡bla, bla, bla…! Se escribían relatos insinuantes pero cada uno interpretaba lo que le venía en gana. Dos mundos separados por dos muros invisibles y un espectro en el medio. Cansados pusieron un plazo de descanso, se encontraron perdidos durante cuarenta días con sus noches. El caso estaba pendiente de una palabra que no debía ser pronunciada. Ahora veía claro que con ella debía haber actuado de otra manera, cambiar de estrategia y dejar paso libre a las virtudes de las manos… Así lo hizo y en la segunda fase se abrieron pasiones que no pueden relatarse en este espacio ya que todavía no han pasado.
El giro del tiempo
Es suficiente: ¡ya casi está el coche en el fondo de la barranca! Uno detrás de otro se fueron desplegando los sucesos, memorias lúcidas, situaciones hiperreales que describían los recuerdos con mayor frescura que cuando sucedieron realmente. Todo, sin omisiones y con infinidad de detalles, imágenes de colores que adornaban los instantes. Es el reguero de sucesiones que nos describe el tiempo.
En el último instante volvió a repasar todo lo que se había acumulado en su mente siguiendo el rastro de su andadura. Pero sucedió de manera muy curiosa, el tiempo se replegaba, se encogía y arrugaba hacia atrás. Transcurría sucesivamente invertido; indivisible y preciso. Él se fue empequeñeciendo hasta sentirse un niño. Así abarcó lo inmensurable en unos segundos y los estiró lo suficiente como para hacer una auditoría completa de su vida. Fue el momento del perdón, la reconciliación y la entrega a la tierra.
-Todo en orden…-
Al final de la caída sintió la colisión frontal de dos rayos de luz; ¡nada de esto fue doloroso! Una ráfaga de olores le atravesó la garganta y sintió el sabor dulce de la sangre. El sonido era estruendoso, una batería de piedras rodantes, crujir de chapas y en el fondo, no muy lejano, se sentía acompañado con las noticias de los trenes que habían colisionado en Polonia. Después el silencio y el hedor de carne cortada; así quedó inmóvil hasta que se desplegó ante sus ojos el espacio infinito; escenario de soledad donde se apagaron los últimos sensores. En un instante su cuerpo se hizo sigiloso, ingrávido, entonces sintió el silencio que anunciaba la entrada en la relatividad del tiempo.
En el último milímetro del trayecto detectó que sólo quedaba encendida la última pantalla, la que estaba recluida en el centro de su mente. En ella advirtió que los pre-póstumos segundo habían sido más espaciosos que todos los años de su vida; ¡inclusive más placenteros!
En la última fracción de segundo tuvo tiempo para quedar satisfecho y exclamar...
-¡Dispuesto a empezar de nuevo!-
Seguidamente se apagó vibrante, como un sonido que huye.
El plano de lo posible quedó pulido, vacío de recuerdos, ¡inmaculado de pensamientos!
Desde fuera, ya en el otro plano de la realidad, un zorzal miraba la escena y cantaba camuflado entre las ramas. El resto del entorno, cuando dejaron de fregar las piedras diminutas, permaneció quieto, silencioso. Tan sólo una rueda manchada de gallinaza quedó girando en el aire; prueba evidente del movimiento del mundo…
Epílogo
No creo que la historia sea cierta: Adrián no puede haber terminado de esta manera; ¡no lo acepto! Por otra parte me hace pensar y me carga de incertidumbre: quién lo haya escrito tiene que conocer todos los pormenores de su vida.
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