Con el dedo hay que hacer un agujero y después depositar dentro el dolor, el miedo, los fracasos, las derrotas y el tedio... Posteriormente hay que cerrarlo con el mismo material...
“Agujeros Santa Mónica”
Accionisme Els signes del malestar. Arts Santa Mònica, Barcelona 20-10-2012
Tengo 64 años y declaro que
me afligen hasta los huecos de la mente; ya no me quedan ni fuerzas para la
queja. Hoy, día 20-10-2012,
Pere Salabert me ha invitado a meditar sobre “los signos del malestar” El tema
me atraviesa como un rejón y la obra realizada se ha hecho testimonio de un
sentirme en la vida; ¡me siento decano en el dolor!
La propuesta me abre la mente en dos, me parte la
fruta oblonga de los recuerdos, y en sus huecos descubro la imagen que se ha
formado en mi interior. Observo con estupor como mi vida ha estado presidida
por una sensación dolorosa y ha dejado en mi la sombra de la desazón. He vivido
en la renuncia, he trabajado en soledad, he buscado en la naturaleza el
consuelo y no he sido arropado por verdades divinas ni colectivas; soy el
resultado de la lucha que hoy se mece en la derrota.
Animados
Pienso que en nuestra condición de
seres vivos nos encontramos alentados, animados y transitorios; sin aliento quedamos
igual que las piedras... El hálito nos encuadra en una realidad cambiante,
sorprendente, misteriosa y dolorosa. Somos una estructura compleja que se disipa
en el olvido; ese es todo el consuelo que podemos encontrar. Nuestra vida interactúa con el medio y en ocasiones encontramos
un momento de gozo, un instante para compartir. Al sentir la comunicación con
el mundo vibramos de emoción y nos llenamos de sentido; ¡vivir vale la pena!
El olor de la tierra también nos
recuerda el pan, el fermento de la fruta, y al constatar este hecho tan
cotidiano, nos vemos partícipes de las acciones del mundo y nos hacemos habitantes
de los sentidos. Disueltos entre emociones, dispersos entre recuerdos,
encontramos el lugar ordenado para existir; yo encontré La Comella, es mi hogar
y la ofrendo como testimonio.
La emoción nace del asombro, al
abrir los ojos penetra en nosotros como la luz. Es la substancia nutricia que
tiene la función vital al germinar y devenirse en idea, en obra, canto, palabra
o verso. La idea brota de esa luz y responde, segrega una voz oscura que fluye
y se desliza entre los labios, pero con el tiempo se presenta clara ante los
oídos y se hace tangible al resto de los sentidos.
Es entonces cuando percibimos
la cópula ardorosa de la vida en el pensamiento y cuando corremos el peligro de
ser soberbios; ¡la acción ha de ser comedida…!
Propuesta
Si enfoco el tema sugerido de esta
manera, si muestro la acción del malestar oculta en una pelota de barro y la
presento tal como he experimentado los últimos tiempos, quizá explote ante los
ojos del mundo como una bomba hedionda.
Vivir el malestar es tomar
alimento conceptual para pensar con él, construir y definir la realidad que se ha
sentido y después exponerla en una acción singular. Cada persona ha de hacer su
hueco para dejar en él sus responsabilidades. Yo deseo dejar una idea en este
día del malestar: doce bolas de barro de 120 cm. de diámetro colocadas en
círculo. Son las esferas del dolor colectivo que esperan, demandan nuestro resuello
agotado, el fracaso como testamento.
La que presento hoy es pequeña, tan
sólo una imagen mímica entre las manos, una semilla de substancia agraviada que
se muestra en el día del malestar. Es una realidad posible que se detiene ante mi
en forma de masa de barro, una bola metafórica que se enfoca ante los ojos y me
hace hablar. Ante semejante situación los míos se abren cargados de asombro, me
sumergen en una realidad desconocida y me provocan deseos inconfesados.
Los eufemismos de la sociedad del
malestar me hunden en un abismo sin fondo, me dejo caer en él y allí espero que
fructifique una brizna de sensatez; ¡espero la realidad de los justos en un
acto de voluntad colectiva! Entonces pongo todo el valor disponible en mis
actos, supero los baluartes del miedo, desvío las motivaciones absurdas, oculto
mis vergüenzas ridículas, depongo mis intereses y provoco que algo nuevo se
revele entre las manos…
Agujeros
en el barro
No dejo que el azar llene en su
vuelo el recipiente de barro, me sitúo ante él y pienso. Me motiva la necesidad
de aprender y así respondo al tiempo vivido. Se que parte importante de la
experiencia se establece en aquello que destila la acción y a ella estoy atento.
El gesto de mi mano rompe la trama
de la realidad, hace un corte en la membrana del barro, que es la misma que la
del tejido mental y cambio los significados de aquello que me pesa. Siento los
alabeos de la metamorfosis, veo como en mis oídos timbran diferentes, en los
ojos cambian de tono y en la piel se depuran lentamente. Es la herida por donde
entra la luz al pensamiento y allí, en aquel páramo del ser, ahora se consume o
se proyecta el fruto de lo pensado.
Pienso que el trabajo creativo es
una ventana que resplandece, mirar a través de ella es todo el beneficio que
podemos conseguir. Si el gesto es acertado y abierto a nuevas interpretaciones,
la obra se deviene emoción reveladora. Actúo en el pensar y el acto conceptual
se pierde en su interior, queda oculto a la mirada para siempre; ¡qué otra cosa
puedo hacer ahora!
Con
las manos tomo la bola de barro, la volteo y hago actuar los dedos. Con uno de
ellos hurgo, empujo y hago un agujero, lo construyo tan profundo como es posible.
Soy
constructor de formas y allí adentro pienso sobre el rostro de nuestro tiempo.
Acerco
la boca en aquel espacio pequeño, aquel hueco diminuto y deposito una idea, un
sentimiento prolongado; ¡así de clara es la acción!
Examino
el tiempo vivido y observo como me sobrepasa el dolor, como me sojuzga el malestar,
entonces regurgito un desperdicio que llevo enquistado y lo deposito como quien
deja caer una semilla en
la tierra. Así oculto una idea en su interior, la encierro y espero a que
germine en primavera.
Actúo con las
manos y por medio de la acción puedo pensar. Con el mismo barro cierro el
agujero y así queda oculto el mensaje; ¡ya es misterio permanente! Desde allí
irradiará energía como una luz oscura y débil, desde allí emanará una idea
estética y ética si existen ojos inquietos para mirarla.
Abro otro agujero y lo
lleno con aliento, es otro desecho personal y lo dejo caer como una metáfora
mortecina. Pienso que es el eje fundamental de mi cuerpo-animado y presiento que en
un momento de ocaso quizá sea mi único consuelo. Ese aliento terminal, ese viento
consumido, es una vibración material que reverbera en su interior y se agota
conmigo. Siento como nunca sun vibración misteriosa; ahora, el alargado descanso mineral hace un giro
existencial y se estremece. Constato que en el futuro volverá a mantenerse en pie como hálito de la vida; no somos otra cosa que un soplo, ¡un viento reciclado!
Vuelvo a hincar el dedo para
guardar un aullido de dolor, una y otra vez insisto de manera obsesiva. En
nuestra existencia mental, la queja nace del malestar, del coraje de aguantar
los infortunios, de mantenerse en pie a pesar de la adversidad. La
incertidumbre nos impone la terrible necesidad de seguir. Con los ojos
chispeantes tenemos que continuar el camino que nos es dado y ahí, ante ese agujero
aullador, ante ese pozo de dolor rugimos en rebeldía. La vida se nos presenta
como un raudal misterioso, es el jardín de la desdicha en el cual quedamos
sometidos; ¡en ocasiones cautivados! Día tras día nos sentimos sujetos por convenciones,
por neurosis colectivas, por verdades que casi siempre se esfuman como la luz
en la tiniebla. Secuestrados por ideas que arden como pastos secos,
confundidos, asombrados, asustados… ¡aullamos!
Sin descanso vuelvo a hacer la
misma operación tres días y tres noches. El grueso de las acciones está
definido previamente y enfoco nuestra indolencia, la falta de equidad, los
señuelos cotidianos, el rostro de la mentira… Así es, ¡nos ha tocado vivir en
la época del despilfarro, la falta de equilibrio y la locura!
Lentamente el agua se evapora y
aquella masa se hace espesa, se endurece y decanta sin querer hacia un estado
transitorio; así dice que obtendrá la gracia de un rostro permanente. Abro el
último agujero, el ejercicio se hace llaga en las manos, lesiona la mente,
hiere la calma y también el sosiego de los días. El dedo ya no puede entrar, el barro se
ha hecho masa sólida y las palabras empiezan a quedar en superficie; ¡se
confunden con el aire!
Como la vida lleva inscrito su
propio aullido, en aquella caja esférica dejo los míos. Fuera de aquel espacio
metafórico pienso y dejo ir unas palabras.
- Después de la noche del malestar quizá vendrán los claros días del gozo -
Estoy cansado y doy por terminada
la acción; ¡no soy suficientemente fuerte!
Me falla la voluntad y entonces
constato que entre las manos crece una causa sin nombre. Una y otra vez caigo
en el mismo pozo; ¡así llevo el gobierno de mi vida! Siempre me abismo allí
donde el sentido se pierde, después cierro las claves del entendimiento para
que nada se escape, pero sé con certeza que la urna de la materia continua
abierta y el espacio interior sigue anhelante para muchas más operaciones. El
futuro es abierto para la parte física del discurso y su vientre siempre está preparado;
¡dispuesto a empezar de nuevo!
La experiencia me dice que sólo
es cuestión de agua y energía para volver al punto inicial y la necesidad
estética me induce a continuar aprendiendo, a batir la tierra y golpear las
piedras para que canten. Como un remolino me construyo en esas acciones pero la
perplejidad me deja abatido. Soy parte de una estructura que se funde en el
medio, idea temblorosa que se diluye en el círculo de los cambios; ¡estremecido,
aúllo una vez más!
Pasan los días entre
alientos jadeantes y reparo que el agujero en el barro es como un río imparable
que absorbe mis acciones; ¡observo como el hueco que ha dejado el dedo es la herida mortal de una espada, la ventana asombrosa que lo devora
todo!
Hoy ya es ayer y de aquel
agujero obstinado reverbera un canto-aullido, un enigma que centellea sin cesar;
es la luz de las ideas que tiene fuerza suficiente como para mitigar y soportar
nuestros miedos y recelos. Los misterios contenidos en la esfera de barro se han hecho materia, las
plegarias iniciales arrancadas del malestar se han dormido, ahora se han convertido en aullidos apagados y se agitan levemente con el fermento de los siglos. En el transcurrir de las derrotas percibimos
como de las rocas emana el tedio; ¡ya es vapor de la tierra!
Así sentimos en el pecho el
relincho mineral que se conjuga en la espera y entonces creemos que es dolor crónico, que en la vida se ha
hecho llaga incurable. Es presente y tangible; con un grito, entre ácidos se escapa por la garganta, sale
por la boca a borbotones, se desprende de la tenue luz de los ojos y fluye por la
textura mortecina de la piel; ¡es el susurro terminal que nos avala siempre!
La acción ha terminado: como
el crujir de las piedras, el agujero enlaza nuestro dolor con el corazón del
mundo y allí fenece.
La acción no ha servido
para nadie; ¡es tiempo consumido! Quizá estoy hundido en un delirio permanente. Cuando oculto aquello que pienso,
cuando me doy en el secreto, hago fermentar mi conciencia y sólo sirve para mi, es un lenitivo para seguir avanzando.
La obra no permite malentendidos, se guarda en aquel escenario vacío, en aquellas cimas solitarias; son las
bolas de la ausencia. Posiblemente algún día servirán para destilar la soledad
del ser, observar lo absurdo de nuestra condición; hoy son una propuesta limpia, ordenada y económica. Estamos en tiempos de crisis y las bolas del malestar me sirve para hablar con vosotros…
El secreto
Dejarse ir en
el secreto, vivir absorto dentro de un agujero de barro, es escoger la
expresión débil como un hecho misterioso. Renunciar a la luz y a la exposición
de la ideas es asumir una serie de contradicciones que se encuentran
unidas al hecho creativo. Quizá es darse cuenta que la historia no
merece la pena ser contada, que se trata del ritual de las vanidades y de una
realidad recreada, una ilusión que la mirada tiñe con la luz del momento. Si
aguzamos los ojos por esa ventana, si los fijamos ahí, vemos que se trata de una leyenda sublimada, una
realidad apócrifa que habla de uno mismo y de “los nuestros”. Es el eructo de un niño que canta las “virtudes de cuna” como algo remarcable. Desamparados nos vemos abocados a ser
habitantes cautivos en los agujeros del desahogo, prisioneros en nuestras propias mazmorras y allí dejamos el malestar como el que
se desprende de la vida. Más tarde quizá llegamos a comprender que todo esta en nosotros y que la acción del
malestar se confunde con aquello que segrega el pensamiento. Ya no queda nada de la ilusión inicial, solo quejas que reposan dentro de las arcas de los secretos; las doce bolas de barro…
Pienso que comprometerse
con la vida es una singularidad extraordinaria que se ha de cuidar, hay que trabajar en la dirección de las plantas verdes.
Admitir que
vivimos en el sueño de los arbustos entre la placidez de las algas, es
constatar como todas las verdades tienen el mismo peso.
Sentir que la vida transcurre entre nieblas matutinas y que somos prisioneros
de una realidad que se presenta sin avisar; eso nos llena de asombro cada día.
Somos esclavos de un sueño del cual no conocemos nada al despertar; ¡vivimos en
la ilusión y morimos en la decepción! En esa vigilia dolorosa nos vemos seducidos por un delirio inducido, delirio
que nos conduce poco a poco a la neurosis colectiva y en ella fracasamos como
personas.
La acción de
acercarse a una bola de barro con las manos vacías y el “alma” llena de
preguntas, es considerar reveladoras las señales que habitan en el
secreto, las voces silenciosas y leves que se descubren entre las
fisuras del mundo material.
Hoy son todo lo
que puedo ofrecer, un respiro transitable que nace del sigilo que envuelve el
interior de un agujero en el barro…
Rufino Mesa Vázquez
Tarragona
20-10-2012
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