jueves, 6 de septiembre de 2012

Espectro


Fotograma de la película Un perro andaluz. L. Buñuel. 1929

Espectro
A las 12 en punto del día señalado, los dos esperaban impacientes en la esquina de los amantes. Él vestido de blanco, ella  con una blusa adornada con flores de otoño, chaqueta y pantalón de cuero negro. En una mano llevaba el bastón guía y en la otra un bolsito con ungüentos y artefactos incontables. Llegaron con urgencia pero tuvieron tiempo de tomar una taza de menta poleo y aclarar los pormenores del encuentro.
Él estaba dispuesto al sacrificio y se dejó llevar como un cordero. Por parte de ella había premura, tenía que resolver una cuestión que le pesaba más que la vida.
Se fueron a un Motel sencillo, de aspecto oscuro y discreto. El recepcionista tomó nota de la situación y les dio una habitación para el momento, era un dormitorio colindante a su despacho y como buen voyeur lo tenía todo preparado para espiar la situación. Fue precisamente él el que me relató todos los pormenores de aquella cita, al hacerlo se exaltaba, abría los ojos, levantaba los brazos, miraba el techo y se excitaba lo indecible recreando los detalles.
Debido a la expectación pública que generó el caso de Lucía y más concretamente el final de su acompañante, me explicó pormenores que no puedo revelar para no teñir los relatos con matices escabrosos.

El lecho estaba preparado por manos expertas, las sábanas limpias, las toallas bien plegadas, un bargueño antiguo con tiradores dorados y una alfombra persa de pura lana. En la mesita habían puesto un jarrón de rosas rojas, dos basos y una botella de agua. Ella cerró por dentro con gesto decidido y miró todo en un instante; sin parpadear ni decir nada se hizo con el lugar. Las cortinas filtraban la luz y una tenue neblina primaveral, mortecina y cálida inundaba la estancia.
Casi sin mirarse se desnudaron y fueron directamente a resolver el asunto.

No hay besos
Son hilos del cielo
Sal del amado

Como he dicho en un momento ella lo dispuso todo, tenía el propósito de crear la sensación de hogar en aquel espacio ajeno y distante. Dispuso las sábanas, tocó las flores y dispersó ambientador en el aire con las manos separadas y oscilantes. Él se tumbó de espaldas para que ella pudiera darle friegas con el perfume del Ausente. Mientras hacía esta operación, Lucía no permitió que él la tocara, ni siquiera pudo mirarla con dulzura, menos aún abrirle la palabra para mantener una conversación amable y distendida. Su mente estaba lejana y su cuerpo concentrado en evocar momentos del pasado.
Con sigilo quemó incienso en un tiesto de barro y en el techo colgó el retrato del amado. Lo traía preparado para ser engarzado en la lámpara como si él fuera la única fuente de luz que hay en el cielo. Quedó bien expuesto y perpendicular al lecho, era un ícono para presidir el lugar como un tótem milenario. Mientras tanto Lucía canturreaba una letra inventada en aquel instante.

Con gallinaza
Nacerán geranios
En primavera

Fuera, en los pasillos adornados con falsas columnas, quedaban pinturas con evocaciones del pasado. El recepcionista miraba la escena por un agujero camuflado detrás de un crucifijo y en la calle, el sonido de los transeúntes se agitaban en un trasiego imparable; todo vestía el momento de una normalidad enfebrecida.
Él estaba totalmente desnudo y perfumado con olor a crisantemos, se giró para dar la cara resignado, transparente y decidido como el que espera un tajo en la garganta y no quiere esquivar el golpe. Lucia quedó medio vestida, una prenda ligera en la parte superior y un pantaloncito de seda, corto, amplio y de color azafrán-canela era todo lo que llevaba.
Dejó el bastón guía apoyado en la cama y le puso en la cara un paño de muselina para limitar su visión ya de por si muy restringida en la estancia.
No hizo falta hacer nada: él cerró los ojos para no interferir en un momento tan íntimo y ella se tomó su tiempo. Lentamente se ajustó hasta el fondo y ocupó el lugar preparado para tal fin desde el origen de la vida. Estaba excitada pero la abstinencia del tiempo la había cerrado. Lo tuvo que hacer en cinco tramos, avanzar entre envites cortos, retroceder y volver a avanzar en aquellos corredores primigenios. Él contó los empujes con los extremos de la mano, por eso más tarde el mirón pudo recordarlo tan vivamente.

Entre los dedos
Quedaron los deseos
Ya disecados

Aparición de un espectro, el cuerpo de Jesús se figura en el trasero de el Chacal...
Lucía se transfiguró en aquel momento y en cada tránsito, en cada flexión de las caderas dejaba ir aullidos de agonía y de placer mirando el cielo. Casi sin tocarlo subió y bajó formando una curvatura ágil, precisa, de equilibrista experimentado. No obstante psicológicamente se sentía inestable; estaba vadeando un abismo de identidades, por ello mantenía los ojos fijos en el retrato para no caer en tierra de nadie. Lo hacía con la expresión complacida y confiada, como si realmente se hallarse presente y estuviera viendo el cuerpo resucitado de Cristo.
Poco a poco fue dejando atrás las noches de ayuno, las vigilias de largos suspiros, y se entregó al Ausente como no lo había hecho nunca. Sentada encima de los genitales se movía sigilosa y frenética, exclamaba gemidos gatunos y miraba la imagen que pendía del techo para tener la certeza que era él y no otro el que podía poseer su cuerpo. Así una y otra vez mantuvo la pasión encendida, lasciva y fogosa hasta deshacer los nudos acumulados.
Su cuerpo se devino en un lago calmado de aguas calientes, en un remanso de encuentros necesarios que rehabilitaban el sosiego perenne del rostro.
¡Eran tantos los días y las noches de no sentirse mujer!
Entre el duelo introvertido que libraba, los hilos de la tragedia y la castidad rota, Lucía había perdido los instintos, olvidado los modos y entumecido los deseos. Sabía que sólo podía avivarlos recurriendo al recuerdo y ahí estaba el Ausente para llenar los olvidos. Y ahí estaba ella, encajada en el eje del mundo y más profunda que nunca. Hasta pudo reparar en detalles nímios, destellos de luz que normalmente no quedan registrados en la memoria.
Entonces se sintió feliz, entre gemidos declamó unos versos que quedaron escritos en el aire y lo más sorprendente, empezaron a revolotear la imagen en forma de torbellino.
Tomo taninos
Ácidos en tu boca
Que fortalecen

En el tercer desafío ella empezó a perder el equilibrio y solicitó ayuda. Le dijo con cierto ardor que la podía tocar, pero nada más que eso… Entonces él le puso la manos debajo de los pechos para apuntalarla. Simplemente era un contacto funcional que hacían posible que ella se encontrara más cómoda en la estrega. Eso es todo lo que permitió; ¡un ejercicio puramente físico! Una acción elaborada, invocada y sentida por Lucía; incomprensible para los demás pero para ella tenía que justificarse dentro de la estricta fidelidad conyugal. Es por ello que quiso presentar aquel enlace como el deseo activo del Ausente. El nardo que la enlazaba era el de un muñeco desechable, sólo eso...

-Él así lo quiso-

Decía ella: un ser que ya no tenía nada, ni cuerpo para sentirla, ni boca para besarla, ni piernas para pinzarla, ni sexo para cubrirla y para colmo, ni brazos para sostenerla. Al parecer ni siquiera tenía alma, ya que los mensajes que enviaba mediados por el Chacal tampoco habían sido escuchados; a sus oídos no llegaban nunca, sólo llegó a sentir balbuceos como este…

Me decapito
Como los alacranes
En un instante

Volvamos a la posición de apuntalado. Como se ha dicho era funcional y permitía a Lucía moverse con estabilidad, dejar libre su imaginación y mirar con plenitud al amado colgado del techo. Era una escena extraordinaria: él Ausente pendía de una cuerda fina, como un faisán en la fresquera o una fruta de invierno; era un bodegón al estilo de Sánchez Cotán o de Melendez...
Él no era cobarde y aprovechó la ocasión para tomar en las manos aquellas manzanas maduras y llenarse plenamente de su obra. Supo resolver el tema con maestría, las había modelado con el pensamiento durante incontables noches seguidas. Eso era todo lo que tenía que hacer en aquel enlace tan asimétrico e injusto.
En aquel momento sintió más fuerte que nunca la ráfaga de luz en el lóbulo lateral izquierdo acompañada de un dolor punzante; tuvo que aflojar las manos para soportarlo. Se calmó un poco más al desviar la atención y centrarla en el tramo final de los genitales, notó que allí había un pliegue dulce que avivaba sensaciones nunca sentidas y que Lucía insistía en aquel sector tanteando repetidamente la misma acción. Pensó que aquel era el lugar del secreto. Entonces escuchó una voz interior que le ordenaba; era una frase metálica que resonaba grave en la bóveda de su mente…

-El verbo puede germinar; ¡libera el hijo del deseo!-

En aquella situación de encuentro y desencuentro, en aquel escenario donde se hilvanan las telas de la locura, donde los sentimientos están cercanos como los genitales pero a la vez distantes como las estrellas, todo su cuerpo quedó absorto. Latente en sus ideas desde el inicio de los relatos y ahora presente en un gesto generoso, hizo un acto de entrega incomprensible para la mayoría de los seres humanos. Un acto tan sencillo y rayano como lo está el mundo de los vivos y los muertos. Tuvo un momento de lucidez y replicó suave a los envites profundos de Lucía. Con lágrimas en los ojos y un canto amargo que nadie escuchó, pensó lo que sólo él podía alcanzar. Entonces abrió los ojos y observó a Lucía. Seguidamente miró al Ausente y leyó los signos que desprendía el rostro; fue un instante lleno de complicidad y ternura. Era el soplo misterioso de una Epifanía y el instante de la derrota del alma, un acto mágico enlazado a los gemidos de placer...
Entonces él relajó los músculos, paró los impulsos y dijo mirando el retrato…

Trae la semilla
La encomendaré
Bajo tu nombre

En aquel momento sintió en la espalda una corriente fría y una gota me miel clara se desprendió de su cuerpo. La colocó en el fondo del surco, en el lugar que ya estaba dispuesto. Allí, en aquel valle germinal, perdido entre los pliegues del olvido, lloró en silencio igual que lo había hecho cuando era un cigoto sin nombre. Tomó con fuerza los pechos y los miró por primera vez. Nadie podía sospechar que aquella corona de color tinto lo unía a otra Lucía que hubo en su niñez: su madre.

En la locura
Tomo el infinito
De tus pezones

Al final de la batalla ella quedó rendida, cayó libre como un saco de tierra, se tumbó de espaldas y se durmió profundamente.

Él quedó mirando el techo, observaba como la imagen se balanceaba y giraba lentamente; quizá la movía una leve corriente del aire. Por un momento le pareció que, “el ahora presente”, tenía un rictus nuevo en la comisura de los labios, una mueca dispareja y satisfecha.
Aunque era un descreído, no pudo dejar de pensar en todo lo sucedido; acaso el espectro también lo abandonaba y salía por la ventana a tomar un respiro eterno. De pronto se paró el aliento del mundo, se detuvo la luz de la ventana, callaron las imágenes del espejo y un moscardón que zumbaba en la estancia quedó suspendido en el aire. Fue algo inusitado que subrayó especialmente los matices de aquella mañana. A la sazón un silbido le entró por los oídos y dibujó un grabado inciso en su mente.
Volvió a mirar el retrato y ahora vio que aquel rostro presentaba una sonrisa ladina mientras el viento lo seguía balanceando. Entonces le cantó una antífona para tranquilizarlo y dejarlo en su lugar; ¡o quizá para ahuyentarlo!

Hijo de sombras
Abandona esta luz
Tu ya no tienes

Miró como Lucía dormía, estaba a su lado confiada y tranquila. Vio entre perlas salinas aquel rostro colgado del techo y sintió un escalofrío. Notó con espanto como la soledad infinita se colaba dentro de su cuerpo. Un pesar profundo se apoderó de él y el dolor en el lóbulo lateral izquierdo se intensificó como nunca. Entonces empezaron a desplomarse los colores por la mejilla: ¡eran lombrices frías! Las lágrimas le llenaron los ojos y quedó sin luz, la garganta se tapó con el sabor de la amargura y un fuerte dolor en la sien le hizo suspirar. Sin propósito abrió la boca y por ella salieron tres cintas con un texto escrito.

Negra.
Estoy cansado de hablarle a los difuntos.

Blanca.
Hastiado de susurrarle a Lucía las canciones de la vida.

Roja
Pienso que de esta mujer que me quita el sueño no nacerán mis caballitos.

Él había sufrido como nadie el mal cálculo entre los vivos y los muertos y ahora no estaba dispuesto a dejar que la balanza se decantara otra vez hacia el lado de la tragedia.
En aquel instante dijo para sí.

- Conozco muy bien el corazón humano: las bondades, vilezas, engaños, sus miedos y cobardías. No quedaré ciego con sus resplandores y en lo más hondo y oscuro de los albañales auguro los deseos de vivir solo y morir en el destierro. Allí sentiré el murmullo de la energía que me anima y dispondré a placer del frío que la apaga.
Ahora el teatro de las apariencias impone el juego; ¡hay que permanecer! Contra todos los pronósticos seguir hollando la herida; ¡siempre triunfa el deseo de ver el final del trayecto! -

Fue un acto de liberación que experimentó al sentir como se iluminaba la roca que llevaba incrustada en la mente. Tembloroso pensó que él era el creador del último acto. Entonces, en una acción violenta   arrancó la piedra de su pensamiento y la dejó al lado del jarrón de rosas.
Miró el cuerpo de Lucía; seguía dormida y era muy bella en el sueño. Más calmado dejó ir la ultima antífona para terminar la obra y dejar que los caminos humanos siguieran su rumbo.

Así eres amor
Melisa de los montes
Luz de mis manos



Él era el Chacal, en muy pocas ocasiones el amante de arrayanes y estaba dotado con la calidez de la flores de mirto. Se levantó, se vistió y marchó pensativo después de mirarla, allí dejó a Lucía disfrutando de una siesta placentera y profunda; parecía una criatura confiada en los brazos de su padre.
Al llegar a la calle sintió calor, un calor sofocante y frío en los pies. Un fuego abrasador le corría la espalda y el albor de su mente aumentó de manera exponencial, creció hasta que su cuerpo quedó completamente lleno. Por el contrario, el necro-litos implosionó hasta absorber todos los recuerdos. Una inundación de luz le borró los contornos, le nubló la mente, le dobló las piernas y le hizo caer al suelo. Ya tumbado y ausente, aceleró su tiempo hasta disolverse en forma de gránulos blanquecinos y restos de carbonera.
La gente miró con curiosidad aquel hecho sobrenatural y extraño, por el contrario, él sintió el placer de sentirse luminoso y más ligero que el aire.
En aquel momento se remarcó con fuerza el perfil del destino; una ráfaga de viento empezó a llevarse las cenizas en nubes disparejas. Como diminutas peonzas rodaron tambaleantes y poco a poco se precipitaron por las rendijas de una alcantarilla… ¡Así terminó todo!

Sobre este punto el recepcionista no pudo decir nada, pocas cosas llegó a entender de lo sucedido, pero habló a solas con el amante de arrayanes y parece ser que este sí comprendió el mensaje encriptado del mundo. De todos los fárragos que le explicó, de todos los balbuceos que salieron por su boca, sólo pudo exclamar una frase con cierto sentido: no esclarece lo que pasó pero hace honor al día del encuentro con Lucía. ¡Así quedó el asunto zanjado!

-Lo que ha quedado escrito en mi mente no puedo revelarlo; ¡lo tapa una mancha oscura!-

Posdata:
· Dicen que ella quedó en cinta, pero no saben de quién...
· Antes de marchar el Chacal sopló harina sobre el espejo, quizá lo hizo sobre el lienzo del tiempo. En aquel paño delicado escribió parte de estos relatos, pero algunos fragmentos quedaron dañados, así los encontré y afirmo que aquello estaba hecho con malévola intención. Aquel viento que agitó las cortinas borró parte del texto, justo aquellas palabras que dejaban ordenadas y claras las oraciones. Si esto es cierto, fue un gesto perverso, un giño a los incrédulos que vino a demostrar como la trabada arquitectura de los hechos se derrumba en un segundo. El resto, lo más evidente en aquel día, son las confesiones del recepcionista. Me lo relató todo entre fiebres terminales; ¡casi a hurtadillas, lo enterramos dos días después!
· Antes había descrito con voz temblona lo que sucedió, entre otras cosas vino a decir que aquel vahído deshizo la identidad real de las personas que habían ocupado la estancia.
· Por este error del infortunio, o por voluntad vengativa, el lector tendrá que hacer un esfuerzo y aclarar los misterios igual que se desentrañan los días en la vida…


Gregorio Bermejo Gallego. 
Tarragona a 7 d e septiembre de 2012

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