El sueño de la razón produce monstruos. Francisco de Goya, Los caprichos, Grabado nº 43, publicado en 1799
Voces en la noche
Las situaciones paranormales
ya empezaron en el relato anterior; fue asombroso cuando Lucía, ya ciega, visionó
el caligrama escrito en la oscuridad de la noche. Estos escenarios irreales presentan hechos increíbles, fenómenos que espantan a los más incrédulos pero
que suceden con cierta frecuencia en la mente de algunas personas. En ocasiones
las fuerzas sobrenaturales tiranizan la voluntad, nos hacen ser cobardes y nos
someten a las flaquezas del miedo, entonces aparecen las visiones de un mundo
que invocamos involuntariamente. Situados ahí, ya todo es posible, la mente se
mueve a capricho por senderos azarosos y las construcciones de la realidad se
hacen con leyes incontrolables.
Lucía empieza a sentir voces,
a ver sombras amenazantes que caminan acompañadas de luces misteriosas, a tener
sueños premonitorios, a gozar de presentimientos que después se cumplen; sorprendentemente
se verifican íntegramente. Ahora se siente capaz de anticiparse al devenir y decantarlo a su capricho, pero no contempla como ciertas sus previsiones, Lucía navega con todo el velamen al
pairo y sin orden alguno en sus conjeturas; está abierta al flujo de los sucesos. No obstante no hay que alarmarse demasiado por sus actuaciones,
por extraño que parezca el cuadro que presenta, este caso puede darnos un
momento lúcido, revelado, un instante de emoción que permita recrear situaciones brillantes y que nos induzca a mirarlas con
nuevos juicios. Nada ha de pasar que no sea posible que suceda y tenemos que pensar que el azar también trae
sus propias soluciones…
⎯
Por la herida entra la luz ... ⎯
Así decían las sabias palabras
de Jalal ad-Din Muhammad Rumi, y en este sentido el dolor de Lucía también se
ha hecho llaga luminosa. Al igual que la herida en el costado de Cristo,
podemos ver cómo toda ella se ha convertido en el corte que deslumbra, en la
pasión sublime del estigma humano. Ahora ya es mandorla de calor materno,
estuche de sabiduría mística que retiene el eco sustancial de la vida. Es la
brecha producida por la ciega lanzada, la cual hurgó en el hueco del costado de
Jesús y lo llenó el dolor pero no de muerte. Todo lo contrario, fue la grieta
de la que brotó el amor y la fe, la expiación del dolor de la carne para el
mundo cristiano.
Ahora la herida es un litigio
existencial, es la que nos trae la realidad sorprendente y presenta el dolor como
la causa que nos hace ser. Es pues, este corte nuevo y vital, esta cuchillada
diaria en la superficie del alma, la que nos ilumina la mente y nos deja
náufragos en la experiencia del dolor que cura, la que bruñe el espíritu y nos
deja la conciencia limpia, pulida e inmaculada ante la muerte.
No purifica la herida ajena, tampoco
aquella que exhibe aquel que cree sin ver. No cura el que regurgita el
sufrimiento de los demás y habla como un replicante; esta es una actitud propia
de los que ostentan la voz prestada.
Dice Lucía cuando calla.
-Sólo
se puede hablar del dolor si de hace desde el centro de la llaga. Cuando la herida ciega los ojos e ilumina la razón es cuando se puede saber cuanto sangra. -
“Aquí hemos venido para no ver”, decía S. Juan de la Cruz en su máxima exclamación mística, en la afirmación de su fe. De manera especial surge también el oscuro dolor de Lucía; ella no ha venido para no ver, se ha ido por voluntad propia y lo ha hecho para verse sumergida en las heridas de los ojos. Así hay que entenderlo, se ha cegado por amor y ha querido sumergirse en la oscuridad para ver la luz que la unifica con el mundo. Así, fundida en la totalidad de las cosas, con la natural pérdida del Yo, se hace sentir parte de él y allí se encuentra. Lucía es ahora la que excita los estados creativos y justifica la fortaleza de la vida asentada sobre lo que pudo haber sido y no fue. De esta manera la mente se mueve en la dirección que determina una causa sentida, ideada sobre las bases del deseo, nunca pensada e iluminada por la razón y la experiencia.
Cuando Lucía se hunde en el sueño, que es igual que sentirse en otro plano de la realidad, contesta al espectro en tono familiar. Es entonces cuando afina el ingenio y le arroja al Ausente una retahíla de palabras coquetas y ya aprendidas. En ocasiones es un monólogo impúdico que le ruborizan los ojos. Son actitudes que retroalimenta con agrado, sabe que son lenitivos para la angustia y que es parte del proceso de curación. A su vez, cada palabra que sale de su boca es un lamento que anuda la garganta, una llaga que se abre y no deja de supurar nunca.
Los dictados espontáneos los
escribe de la siguiente manera.
No me dejes sola,
!no me dejes sola¡
Para ti estos versos, ¡amor
matinal!
Son guijarros, ya han dejado
de arrollar,
ya están calmados al final de la pendiente.
Para mi, el corazón sigue
caminando y
todavía ruedo. Soy canto anudado
y entre estampidos imploro
mi otra mitad pérdida.
Lasca que se enfría
y en el nuevo
cascajo se
duerme
sola,
sola,
sola.
Tonadilla de mis ojos que
miran y no ven nunca.
Verso perdido que duerme entre
montañas azules.
Siempre habla acompañada, el presente es plural pero en su mente se conjuga en el pasado, lo hace solita
pero así se siente completa. Camina sigilosa por los corredores y estancias y en cada
puerta se detiene, cuchichea con tono vigilante y suspira. Lo hace con
entonaciones tiernas y amorosas, como si le hablara a un niño. Lo más
destacable de su performance poética y entregada es que va sin ropa alguna,
desnuda como Venus nació entre la espuma del mar. Para culminar la acción
extiende las cenizas del Ausente en la superficie de un lienzo y con el dedo
escribe, garabatea los versos que le son dictados por presencias inaudibles.
Son palabras enrevesadas que demandan mucha atención, requieren esmero y
paciencia o, por el contrario, no se entenderán nunca. Los textos los organiza en forma de
recipientes, urnas, copas, cálices, semillas y perfiles sin rostro. Concretamente en este poema organiza una idea con forma de cáliz, destila las voces y deja caer en él el néctar de sus heridas. Una
a una las deposita con cuidado, caen igual que de un alambique se precipitan las dulces y tentadoras perlas de anís.
Quiero volver a brindar
por los caminos trazados,
señales, mojones, señales,
que el tiempo ha querido
dejar en el pensamiento.
Quiero pedir más,
más,
más,
más aliento
y que el viento que te anima
sea tan poderoso como el mío.
Así se pierde entre los amplios extremos de la realidad, las proporciones del mundo la confunden, ella es diminuta ante la voz terrible de la naturaleza y su languidez
la engaña siempre. Seguidamente exclama…
-¡El duelo, la melancolía, el viento de la derrota, es la senda de un
calvario mental; ¡eso es lo que me dice mi psicoanalista! Ahora veo como las formas se alabean y el significado se pierde; ¡cómo he de volver al gobierno de los sentimientos! Las sombras
me cautivan y me hacen ver los monstruos de la razón. Vivo una noche prolongada que no tiene
fin; ¡no puedo más y aquí me entierro!-
Abre un cajón de marmolina negra y mira en su interior, a la sazón señaló con el dedo un rincón del mismo: fue un instante y se pudo ver con claridad como por allí aparecía un hormiguero por el cual salían también abundantes cabras. Lo más curiosos es que todas berreaban y
rezumaban jugosos calostros. Entonces se irguió con fuerza y con ambas manos se levantó los pechos. Con voz temblorosa pero firme dijo una y otra vez:
-Nací impúdica como ellas y de sus ubres bebo incansablemente-
Así lanza improperios sin
sentido y exclama plegarias hasta quedar dormida. En este proceso anuda el
cuerpo sobre si misma y entra en el sueño tras comer pétalos de loto.
-¡Es la
flor que me consuela!-
Deambula por las estancias
con los sedimentos del Amado, los lleva en una bandeja como Salomé llevó la
cabeza del Bautista. Se pierde sin orden por los pasillos de su casa, le tararea suavecito, le escribe y danza sensual mientras escucha a M. Calas cantar el Ave María.
He
tomado el café,
helado
como siempre.
¡Tu
dormías plácidamente!
Mientras
te esperaba, impúdica,
lúbrica
y furtiva entre sábanas y cobertores,
me he
masturbado como una miliciana en la trinchera.
Renueva las acciones sobre aquella superficie blanquecina, borra lo
escrito y ahora traza una cursiva ágil con otro dedo. Lo hace invirtiendo el
texto, cruzando las palabras y mirando hacia el pasado.
¡-Es un palimpsesto formidable…-!
¡-Es un palimpsesto formidable…-!
Fui
mujer colmada en el pináculo de la montaña blanca,
acomodada
en el nacimiento de las piedras del sol,
remonté
dolida y loé cinco versos sin descanso.
Acoplé
aquel caballo de pesares dolorosos
y con
el vértice que convoca el deseo
ocupé
inflamada el pedral circular.
Sin mirar la cúspide del cielo;
¡soñada
quedé en la tierra!
Viajé
por tus anhelos,
quise
besar al esposo
en
una noche íntima
entre
olores de jazmín.
Fragancia
de sal que se ilumina sola.
Resbala
sobre mi piel, se desliza como saliva entre los pechos.
Vuelve a escribir sobre el lienzo
de cenizas, una y otra vez garabatea y borra la luz de lo pensado. Excitada,
ceñuda y lúcida, tacha los trazos para perderse en el rastro. Sobre ellos escribe
una palabra con todos los dedos, lo hace para multiplicar las oraciones y
producir resonancias, retumbos que huyen de la voz. Al final garabatea la letra
A, lo hace con la punta de la lengua, la dicta directamente con el corazón
sobre los restos del amado. Seguidamente musita una antífona…
En mis labios
Como piedras de leche
Te descompones
Al hacerlo abre una
vía nueva en su pensamiento, prueba las sales del amado y al instante siente
como empieza a formar parte de ella. Inicia un sendero peligroso, pero más que
asustarla la anima. Decide que tomará pequeñas cantidades cada día, así lo
hará, poco a poco hasta devorarlo totalmente. Enterito será suyo, enterito dormirá en sus huesos, tomará los despojos de
su cuerpo y los disolverá con su propia saliva; lo llevará orgullosa como rímel
en los ojos, como carmín en los labios. De
esta manera podrá sentir el placer de poseerlo y vivirlo en el dolor de
los instantes, percibir entre sus restos salinos el dulce compás que marca la
melancolía.
En ese estado quedó sosegada,
perdida y confusa, no sabía que pensar, qué hacer con su vida, estaba cansada,
hundida en una depresión espiritual que la dejaba vencida en una fatiga sin
límites. Sobre su cuerpo llevaba el desaliento permanente, un abatimiento más
poderoso que la sombra de sus ojos; lánguido y vencido, como un mar inmenso y desolado, ¡mayor que la muerte!
No obstante tampoco
deseaba que el duelo terminase ya que en él se encontraba ocupada. Para Lucía aquella situación se había
convertido en un reactivo para seguir viviendo. Con esa voluntad redacta el
último texto sobre el lienzo calcino. Ahora lo hace con una uña aparente y el
hilo de los recuerdos.
Siempre fui la responsable de
no haber marcado la dirección del camino.
De no establecer los lindes
con señales de piedra: ¡firmes y serenas!
Incrustadas, ancladas en el
pensamiento como espinas enérgicas.
Se que no he abonado la tierra,
ni con palabras ni con gestos
y el dolor es la deuda que he
de pagar por vivir de tu voz.
Soy ilusa al esperar la
floración de nuevas primaveras.
Al no ver en mi vientre la
senda de la patria perdida.
Ahora sobrellevo el sol de
tarde; marcho cabizbaja
y me atemoriza tu molienda cuando
miro el suelo.
¡Con avidez devoro los
vestigios que has dejado!
-Con la
fatalidad he construido el farallón de los gemidos y con sillares sólidos he
formulado la arquitectura funeraria mejor trabada de la historia. En mi mente se
oculta y nace el valle de los difuntos y tengo organizado una urbe para que en
ella reposen las almas muertas. Así lo hago cada día, para que aparezcan ante
los ojos del mundo como si estuvieran vivas. Las imágenes que pululan en mi
magín forman un universo completo, una replica exacta del mundo que ahora vivimos.
Ya he experimentado esa realidad y me complace; ¡es una nueva sensación de vivir!
¡La muerte no es el fin… !
¡En mí tengo la existencia oculta, el alma macerada en la melancolía!
¡La muerte no es el fin… !
¡En mí tengo la existencia oculta, el alma macerada en la melancolía!
Es la era del desamor y la soledad; de ella espero salir
vencedora. Con la fuerza que almacena mi espíritu entraré en el círculo
eterno de las fértiles primaveras, entonces podré hacer los versos más hermosos
con la fuerza del amor perdido. Entre el barro tierno amasaré sus huesos y con él dibujaré su rostro, después depositaré la obra en
la herida hueca de los arboles. En su llaga permanente, dejaré el resto de sus
cenizas; como siempre, serán la base estable para un nuevo renacer…-
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