Adrián
En 1978 lo encontré en la rambla de Barcelona, ¡casi no pude
reconocerlo! Me llamó a gritos y radiante
de alegría
-Soy yo, Adrián, tu amigo
el de Ejea… ¿no te acuerdas?-
¡Claro, claro, cómo no, ahora caigo, cuanto tiempo hacía…!
¿Cómo has cambiado; qué haces aquí?
-Estudio económicas,
todavía estoy en el tercer año pero no tengo prisa. En realidad me dedico a
otros quehaceres.-
Me relató todos los pormenores. Habían pasado diecisiete
años y él seguía siendo un ser especial que conectaba de manera natural con los
tiempos. Se había hecho corpulento, vestía bien, con buenos zapatos y camisas
limpias. Me vino a decir que era sindicalista y estaba en la ejecutiva
organizando el sindicato de la CNT y que los estudios eran una tapadera para
tranquilizar a sus padres.
El encuentro fue un viaje hacia el pasado que me produjo
vértigo, millones de combinaciones mentales se hicieron en aquel instante para
encajar aquel rostro y los pormenores del presente con los que yo disponía de
su pasado. Mis recuerdos hicieron un balance rápido y las piezas empezaron a
encajar una a una. Pasados diez, a lo sumo quince minutos, le tomé el pulso a la nueva realidad
y su historial lo tuve de nuevo reconstruido!
Tomamos una cerveza, hablamos sin cesar y nos despedimos con
un fuerte abrazo y el compromiso de vernos pronto. Le di mi dirección pero él no
me dio la suya. En ningún momento malpensé y di por hecho que volvíamos a estar
conectados.
Pasó el tiempo y me olvidé del encuentro. El año 1983 fui
invitado por María Antonia Pelauzi a dar una conferencia sobre la nueva
artesanía en Cabueñes, (Gijón). Al terminar, alguien gritó mi nombre desde el
público: era Adrián, se había hecho artesano del cuero. También me costó
reconocerlo: llevaba barba y pelo largo, aparentaba ser mucho más viejo, había
cambiado el tono de voz y se había hecho musulmán. Nos fuimos a tomar la
segunda cerveza y me describió los pormenores de su nueva realidad. Vivía en
Granada, se había casado por el rito islámico y ejercía el derecho a tener otras
esposas… Me explicó su nueva situación convencido y feliz; por fin disfrutaba el
camino; ¡seguro ya en su andadura!
-Ellas hacen la vida en una
estancia separadas y se turnan en el lecho. Están conformes y viven en armonía,
tenemos dos criaturas, hacen las labores de casa, ayudan en el taller y en
general mi familia es un remanso de paz-
Otra vez tuve que hacer un esfuerzo mental para situar el
compañero de la niñez con el segundo y el tercer amigo. Al los veinte minutos,
quizá treinta, llegue a reconocerlo y a encajar las piezas en su lugar. Volvía
a tener el historial al día y podía entender los cambios y los giros del alma
humana. No obstante empecé a dudar de la fortaleza de aquel espíritu; ¡de joven
tan admirado!
Al volver a Castellvell (Tarragona), pensé sobre lo que me
había explicado y los cambios y giros que da la vida. Esta vez nos habíamos
dado las direcciones cruzadas, pensé que otra vez estábamos conectados pero,
igual que la anterior, olvidamos el encuentro al entrar en la rutina de los
días.
Lo volví a encontrar
el año 1992 en Sevilla. Yo iba con mis hijos a la feria internacional y fue él
quién me volvió a reconocer. Alegría por el encuentro, el mismo ritual, la
misma cerveza y el intercambio de direcciones. Me explicó que se había
separado, abandonado su vida religiosa y se dedicaba a comprar futuros. Le iba
muy bien y deduje por el traje y el coche que conducía que era cierto. Me
explicó como funcionaba su trabajo; el tenía un fondo de garantía y con él
podía comprar lo que quisiera, en cualquier parte del mundo. Había comprado en
largo 200.000 toneladas de trigo Argentino
del año 1994 y tal cono veía la evolución y el avance de los precios haría una
fortuna.
Así se dieron varios cruces fortuitos entre nosotros,
enlaces que me obligaban a resituar el personaje y hacer balances nuevos. Entre mayor me hacía
más difícil era aceptar sus cambios y cada vez me resultaba más complicado entender
como mi vida se movía tan poco aunque las cicatrices cubrían mi cuerpo.
De todos los encuentros con Adrián el más sorprendente fue
en Ciudad de México. Estuve allí unos días, ya de regreso de S. Luis Potosí el
2008. Lo encontré muy cerca del centro y esta vez fui yo el que le reconoció. Estaba
detrás de un pequeño mostrador en una librería de viejo; eran las nueve en
punto de la mañana. Nos alegramos de las coincidencias de la fortuna, de lo
pequeño que es el mundo y de las distancias que formaban nuestros encuentros. Como
era temprano esta vez no tomamos cerveza; nos fuimos a desayunar al Café
Tacuba. Es un lugar fascinante; un edificio de época colonial que prepara
comidas para el recuerdo acompañadas con música en directo.
Otra vez me explicó su vida y hizo especial énfasis en como
el juego y la compra de futuros le habían arruinado. Me vino a decir que sólo
le quedaba aquella librería atestada de volúmenes que justo daba para comer. Tenía que vivir en la trastienda…
Mientras comíamos nos inundó la melancolía; teníamos sesenta
años y los golpes nos habían derrotado. Cuando le explique los episodios de mi
vida dijo:
-El tiempo decanta la
balanza hacia el dolor.-
Entre los recuerdos salió el tema de nuestros años de
infancia. Fue entonces cuando le pregunté si sabía alguna cosa de la
catequista. Me miró fijamente y se puso a llorar; después de un rato largo me
dijo casi sin voz.
-Vive conmigo en la
trastienda, tiene 73 años y el alzhéimer está terminando con su vida…-
No supe que decir y nunca olvidaré su nombre, tampoco le
pregunté nada más. Me negué a hacer el ejercicio mental de siempre, ahora no
quise recolocar las cosas en la tragedia. Me negué a saber como el destino los
había unido de nuevo; sobretodo, rechacé la posibilidad de ensuciar y destruir
la única imagen poderosa de mi niñez.
Esta vez no me dio su dirección, pensé que conocía el lugar
y era fácil encontrarlo. El 13 de febrero fue mi cumpleaños; hice sesenta y
cuatro. Estuve indagando para conectar con él y saber algo; no conseguí el
correo pero sí el teléfono, le llamé durante un día entero pero nadie me contestó…
Postdata: Este
relato es real, cualquier semejanza con la
ficción es pura coincidencia…
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