lunes, 12 de diciembre de 2011

El pozo de las mutaciones


Arquitectura i oblit, 1990. Acción de guardar la urna en el columbario. La Comella. 2011

El pozo de las mutaciones
El relato del pozo parlante ya es conocido, pero quiero aclarar que el tema es mucho más extenso de lo que parece. He realizado una escultura con 192 agujeros y en todos ellos he dejado relatos ocultos. Por otra parte existen los pozos oraculares, tengo tres en la Comella; El pozo del dolor, El pozo de las vanidades y El pozo de las mutaciones. Anteriormente había hecho otro en mi casa de Castellvell, le llamaba simplemente, El pozo. Fue el primero de toda la serie, lo realicé para averiguar que había bajo mis pies, empecé a cavar hasta encontrar un fósil que hacía millones de años que me esperaba; fue emocionante hasta el final. El día que venga a cuento relataré los pormenores, es una de las historias más redondas que me han pasado. También con funciones oraculares existen: el agujero de Sara que es el más sensual de todos, las siete perforaciones del hito del Anell de pedra y varias obras con orificios para dejar susurros, murmullos, cuchicheos, rezongos, bisbiseos, alientos y otras expresiones de corte variado. Ya podéis ver que el tema no ha salido de la nada, no es el rebuzno de un asno; aunque sin quitarle ningún mérito al rebuzno, ahora es una canción difícil de escuchar.
Pienso que el más íntimo de todos es el de la mutaciones. Está forrado en hierro, tiene 160 metros de profundidad y responde con voz mineral y profunda; sólo tiene un problema, el óxido lo esta arruinando. Cuando me encomiendo a él ha de ser por una causa muy justificada. Por el momento lo tengo cubierto con una lona y cuando intento sacar agua no consigo otra cosa que desconsuelo.

¡Ante el pequeño pozo siempre me invade una tristeza infinita!

El testamento
Llevaba varios años con la idea atascada en la mente y por fin llegó el día anunciado, 13-2-2011;. Llegó el momento y me puse en acción una vez más. Atado con una acuerda de nailon, lentamente, bajé mi testamento a las profundidades del pozo de las mutaciones. Acompañado con mis soledades enmudecí unas cuantas horas delante de aquel agujero; fue un acto solemne. Sin parpadeo aparente, insistente en la quietud, dejé caer un manojo de murmullos y me pregunté con palabras que no salieron de mi boca…

—¿Qué haces al sol, descalzo sobre la tierra…?—

Al llegar el tubo al fondo noté como las cosas habían cambiado para mí, ¡fue un instante de sosiego que emergió como una oleada de energía depuradora! Una sensación sutil me inundó plenamente, hizo sentirme aliento disuelto en el aire. Una lluvia de imágenes me atravesó en un instante. Juntas llenaron la pantalla de la mente, imágenes que no viene a cuento relatar; no es el momento para entrar en detalles. Sólo merece la pena anotar que ante el fondo oscuro interrogo los pormenores de mi vida; uno a uno los voy desgranando y allí caen como un soplo que se marcha para siempre. Ahora dejo caer deliberaciones familiares, historias del pasado que ante mí aparecen interminables. Hace muchos años que pasó todo pero todavía emergen de ellas nuevas realidades, me emocionan y pienso que son motivos de gran valor para recordarlos. No las comprendo bien pero ya he tomado partido, sin conocer los pormenores quiero ordenar mis orígenes y los circunstancias de mi vida. Sin crear ofensas a nadie; a mi manera, deseo recuperar la memoria histórica.

Con voluntad designo cada detalle; uno a uno los llamo por su nombre, los ordeno y los guardo para siempre. Pienso delante de la boca del pozo de las mutaciones y compruebo que las cosas que habitan abajo me conmueven tanto como las que observo aquí arriba. Éstas las escribo con detalles, pienso que son inofensivas. Las que dejo abajo, allí quedan; ¡entre sombras las olvido!
Ya nada me induce a desentrañar el laberinto del tiempo, menos aún a encontrar la daga reclusa en el pensamiento, pero el pozo me auxilia, me ayuda a entender lo paradójico del mundo, se que ahí, entre penumbras, puedo encontrar la reconciliación como la he encontrado en la ocultaciones.
¡Es el consuelo de los sometidos!

A mi padre: Víctor-Valentín Mesa
Mi padre me enseñó sin pretenderlo el sendero de los humillados. También sin querer perdió la guerra y decía cuando venía a cuento decir algo:

—La historia oficial, la que nos explican, es un relato novelado, una ciénaga con el estiércol de los ausentes. —

Ahora advierto plenamente lo que quería decirme, en el momento que me toca vivir casi todo es una mentira. El origen de todo conflicto es una invención legal, está ahí oculta, acechante entre los labios ardientes de los políticos y de aquellos que más energía gastan en empujar las quimeras.

—Se puede afirmar sin errar mucho, que el inicio de todo relato honorable o negocio canallesco esta basado en acontecimientos dudosos y en muchos casos en documentos apócrifos. En el pasado de un pueblo y en la historia personal hay tanto dolor e incomprensión, tantos intereses en juego que no podemos hacer otra cosa que ocultar los hechos. Para sobrevivir hay que olvidar algunos pasajes y honrar otros. Sobre este aspecto nunca se dice nada, cada cual oculta con disimulo y calla…—

Seguía diciendo, entrecortado y casi como un murmullo inaudible...

—Los vencidos siempre estamos rodeados por una mordaza de silencio. Tras la muerte, no quedan alegaciones, no queda nada... pueden hacer lo que quieran.—

Hace unos días estuve en el cementerio de Pamplona, fui a tomar una muestra simbólica de los restos de mi padre. Hacía mucho tiempo que lo tenia pensado, era una cuestión pendiente y decidí honrar su memoria con un gesto. Fue un acto sencillo y muy emotivo. Ante el lugar donde estuvo su tumba, ahora tierra de nadie, sentí un murmullo aclarador.

—Los humanos sólo pueden sobrevivir en la confianza recíproca, pero la base de esta confianza es un légamo de mentiras fermentadas. La vida y la muerte están enlazadas en un pacto eterno; el miedo, la incertidumbre y las pasiones obliga a vivir en el sueño, a creer en lo ilusorio. Toda la energía humana se consume entre las utopías y las luchas por el poder.—

Hace 40 años que murió y en aquella zona del cementerio, las sepulturas en el suelo las han retirado todas. Reconocí el lugar al instante, estaba limpio, era un espacio libre, con hierba rala y murmullos descritos entre el silencio.  Todo el lugar estaba salpicado de pequeñas hondonadas alineadas, meticulosamente ordenadas como lo estuvieron las tumbas. Era un campo sigiloso junto a otro no lejano que clamaba a gritos; un espacio rectangular plegado de cruces de hormigón. Todas tenían una placa con los nombres, el regimiento y la procedencia. Eran los caídos del bando nacional en la Guerra Civil Española.
De mi padre no quedaba nada, ni una pequeña falange que pudiera señalar la dirección del tiempo, ni una astilla de su caja, ni un botón de la chaqueta o la hebilla del traje nuevo; ¡nada! Digo nuevo, ¡quizá se lo había puesto tres veces! ¡Nada! no había ni los restos de la estela que se puso en su día.
Los emigrantes no tenemos recuerdos, desaparecen todos en muy poco tiempo. Como decía, no quedaba nada, ni una esquirla de hueso, ni un diente y menos aún la compañía de los vivos. Allí estaba su ausencia y murmuraba con voz mineral; ¡como el hueco de una roca clamaba!  Su silencio me dio las indicaciones precisas; en la nada estaba todo presente. Entre los brotes tiernos que cubrían su tumba estaba vigente su vida y su muerte, esperaba, allí presente esperaba, como lo estuvo siempre.
Era memoria abandonada, sólo eso y yo había ido hasta allí para poner remedio. ¡Tarde, había ido tarde pero a tiempo…!
Tomé una muestra de tierra del hoyo de su tumba; fue un encuentro con el pasado que llegó a emocionarme. Allí, delante de aquel socavón cubierto de pasto verde me puse a llorar por todos nosotros. Recogí la tierra con la intención de dejarla en su lugar; era el 31 de noviembre y pensé. ¡Lo haré mañana, día de todos los santos! Su memoria quedará en el columbario donde está mi hijo Andreu y donde tengo reservado un espacio para mi. Era una cuestión pendiente: ahora quedará resuelta sin agravios y sin revuelos. Todo estará presente: su nombre en la estela nueva, su espíritu en estas palabras y su cuerpo recobrado entre materiales reciclados; la tierra viva entre tallos tiernos.

—La vibración eterna responde, las partículas de luz cubren mi lecho, hoy y siempre me avivan. En el hueco de mi tumba respira la “realidad estética”. —

El columbario
El año 1990 hice una escultura que había de ser  mi casa póstuma, “Arquitectura i oblit”, un columbario para depositar mis cenizas. Por desgracia tuve que hacerlo antes con las de mi hijo. Ahora deseo reunir las memorias familiares en un mismo lugar, todos cavemos allí, ¡es un pequeño consuelo! Es un acto simbólico y respetuoso; guardo las memorias de las personas que están encadenadas con mi vida y con ello doy curso natural a mi condición de sepulturero. Aclaro la acción y puedo afirmar que no es un entierro apócrifo. Trabajo como escultor un concepto de afiliación personal, una obra dispersa que deseo ordenar lo mejor posible. Pienso que la escultura que he preparado es un buen destino, tanto  para contener los símbolos como para disminuir las distancias temporales y espaciales de una familia disgregada, eso es todo…
La historia de mi familia es muy común, es un relato de encuentros felices, tragedias, trabajo y derrotas permanentes. Somos emigrantes y hemos quedado dispersos, unos aquí, otros allá, con rupturas y desarraigos incluidos. Todos juntos formamos ya un reguero de cadáveres por toda España; Extremadura, Andalucía, Guipúzcoa, Navarra, Aragón, Catalunya, Valencia… Somos los desplazados de todas las patrias, los expulsados del paraíso, gentes  movidas por el espíritu de supervivencia y por el deseo de mejorar las condiciones de vida.
Han sido años difíciles para todos y afirmo que no nos han regalado nada, en ningún lugar cayó maná del cielo y en todos hemos sido forasteros, maquetos o charnegos. Con nuestro trabajo hemos creado una realidad nueva, indiscutible e irrenunciable.
La comella ha sido mi obra determinante, era un montón de escombros cuando me hice cargo de ella, ahora es mi espacio de referencia, es mi hogar y también será mi lecho póstumo. Con esfuerzo y disciplina he conseguido remontarla y convertirla en un espacio de reflexión, un debate sobre la vida y el compromiso adoptado ante la naturaleza.  Es una historia documentada que me anima a compartirla con todos. Ya queda dicho en el libro: Susurros en un agujero.
Mi padre está presente en mi, todavía es una realidad activa que me aprieta en el trabajo y me consuela en la fatiga. Es también un recuerdo que dejo en la tierra, una urna de barro que me une al pasado y donde dejo los encuentros y desencuentros de joven.

Estas cuestiones son difíciles de tratar, siempre estamos interferidos por sentimientos contradictorios. Entre padres y hijos siempre hay culpabilidades y abandonos que laceran la vida. Los recuerdos que me quedan de mi padre me llenan de ternura. De niño calentaba mis manos con las suyas, de mayor no lo supe entender, ahora lo comprendo todo. Nos relató los pormenores de la guerra, las vivencias de su juventud y lo que pasó en el deambular por el mundo. Su memoria la conozco como la mía, es la mía aumentada en el dolor y el trasiego. Vivió el exilio, el ostracismo y la soledad; su vida no tuvo un  minuto de descanso. Fue un trabajador incansable y un poeta del pueblo.  Aquí dejo una de sus  canciones, la recuerdo y la advierto en su entonación, ya atravesada por las heridas de los años.

Vamos arriba muchachos
que viene alto el lucero y
hay que quitar las hierbas
Al trigo más tempranero.

Nadie como él conoció el valor de la derrota ni el ardor de sobrevivir los infortunios. El destierro le condenó en todos los campos; la época hizo del él un descreído y un desarraigado, pero también un superviviente enlazado a sus hijos. Atados estuvimos a él hasta que aprendimos a caminar solos.

Cuando marché a estudiar a Barcelona me dio ánimos y me deseó suerte; era el 15 de octubre de 1971. A los 24 días lo vi por última vez, había envejecido 24 años en tres semanas. Unas horas más tarde, cuando estábamos todos presentes: el 8-11-1971, a las 2 horas de la madrugada, moría en el hospital de Pamplona.

1 comentario:

  1. el meu pare es va morir 10 anys després del teu. al 81. al 1981. el joan, 30 anys després, al 2011.
    mantenint els records, la memòria sensorial i emocional. del seu tacte. les seves mans. les seves veus. les seves històries de vida que com la de tots, contenen presències, absències, pèrdues, vida......
    comparteixes la teva ànima. els teus pensaments. desil·lusionats. nostàlgics. vius.
    m'agrada.
    una abraçada que envolta tota la comella .................
    hermínia

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