Arquitectura i oblit, 1990. Acción de guardar la urna en el columbario. La Comella. 2011
El pozo de las mutaciones
El relato del pozo parlante ya es conocido, pero quiero
aclarar que el tema es mucho más extenso de lo que parece. He realizado una escultura con 192
agujeros y en todos ellos he dejado relatos ocultos. Por otra parte existen los
pozos oraculares, tengo tres en la Comella; El pozo del dolor, El pozo de las
vanidades y El pozo de las mutaciones. Anteriormente había hecho otro en mi
casa de Castellvell, le llamaba simplemente, El pozo. Fue el primero de toda la
serie, lo realicé para averiguar que había bajo mis pies, empecé a cavar hasta encontrar un fósil que hacía
millones de años que me esperaba; fue emocionante hasta el final. El día que
venga a cuento relataré los pormenores, es una de las historias más redondas que me han pasado. También con funciones oraculares existen:
el agujero de Sara que es el más sensual de todos, las siete perforaciones del hito del Anell
de pedra y varias obras con orificios para dejar susurros, murmullos, cuchicheos, rezongos, bisbiseos, alientos y otras expresiones de corte variado. Ya podéis ver que el tema no ha
salido de la nada, no es el rebuzno de un asno; aunque sin quitarle ningún mérito
al rebuzno, ahora es una canción difícil de escuchar.
Pienso que el más íntimo de todos es el de la mutaciones. Está
forrado en hierro, tiene 160 metros de profundidad y responde con voz mineral y
profunda; sólo tiene un problema, el óxido lo esta arruinando. Cuando me
encomiendo a él ha de ser por una causa muy justificada. Por el momento lo
tengo cubierto con una lona y cuando intento sacar agua no consigo otra cosa
que desconsuelo.
¡Ante el pequeño pozo siempre me invade una tristeza
infinita!
El testamento
Llevaba varios años con la idea atascada en la mente y por
fin llegó el día anunciado, 13-2-2011;. Llegó el momento y me puse en acción
una vez más. Atado con una acuerda de nailon, lentamente, bajé mi testamento a las
profundidades del pozo de las mutaciones. Acompañado con mis soledades enmudecí
unas cuantas horas delante de aquel agujero; fue un acto solemne. Sin parpadeo
aparente, insistente en la quietud, dejé caer un manojo de murmullos y me
pregunté con palabras que no salieron de mi boca…
—¿Qué haces al sol, descalzo sobre la tierra…?—
Al llegar el tubo al fondo noté como las cosas habían cambiado
para mí, ¡fue un instante de sosiego que emergió como una oleada de energía
depuradora! Una sensación sutil me inundó plenamente, hizo sentirme aliento disuelto
en el aire. Una lluvia de imágenes me atravesó en un instante. Juntas llenaron
la pantalla de la mente, imágenes que no viene a cuento relatar; no es el
momento para entrar en detalles. Sólo merece la pena anotar que ante el fondo
oscuro interrogo los pormenores de mi vida; uno a uno los voy desgranando y
allí caen como un soplo que se marcha para siempre. Ahora dejo caer deliberaciones
familiares, historias del pasado que ante mí aparecen interminables. Hace muchos años que pasó todo pero todavía
emergen de ellas nuevas realidades, me emocionan y pienso que son motivos de
gran valor para recordarlos. No las comprendo bien pero ya he tomado partido, sin
conocer los pormenores quiero ordenar mis orígenes y los circunstancias de mi
vida. Sin crear ofensas a nadie; a mi manera, deseo recuperar la memoria
histórica.
Con voluntad designo cada detalle; uno a uno los llamo por
su nombre, los ordeno y los guardo para siempre. Pienso delante de la boca del
pozo de las mutaciones y compruebo que las cosas que habitan abajo me conmueven
tanto como las que observo aquí arriba. Éstas las escribo con detalles, pienso
que son inofensivas. Las que dejo abajo, allí quedan; ¡entre sombras las
olvido!
Ya nada me induce a desentrañar el laberinto del tiempo,
menos aún a encontrar la daga reclusa en el pensamiento, pero el pozo me
auxilia, me ayuda a entender lo paradójico del mundo, se que ahí, entre
penumbras, puedo encontrar la reconciliación como la he encontrado en la
ocultaciones.
¡Es el consuelo de los sometidos!
A mi padre: Víctor-Valentín Mesa
Mi padre me enseñó sin pretenderlo el sendero de los humillados.
También sin querer perdió la guerra y decía cuando venía a cuento decir algo:
—La historia oficial,
la que nos explican, es un relato novelado, una ciénaga con el estiércol de los
ausentes. —
Ahora advierto plenamente lo que quería decirme, en el
momento que me toca vivir casi todo es una mentira. El origen de todo conflicto
es una invención legal, está ahí oculta, acechante entre los labios ardientes
de los políticos y de aquellos que más energía gastan en empujar las quimeras.
—Se puede afirmar sin
errar mucho, que el inicio de todo relato honorable o negocio canallesco esta
basado en acontecimientos dudosos y en muchos casos en documentos apócrifos. En
el pasado de un pueblo y en la historia personal hay tanto dolor e
incomprensión, tantos intereses en juego que no podemos hacer otra cosa que
ocultar los hechos. Para sobrevivir hay que olvidar algunos pasajes y honrar
otros. Sobre este aspecto nunca se dice nada, cada cual oculta con disimulo y
calla…—
Seguía diciendo, entrecortado y casi como un murmullo inaudible...
—Los vencidos siempre
estamos rodeados por una mordaza de silencio. Tras la muerte, no quedan
alegaciones, no queda nada... pueden hacer lo que quieran.—
Hace unos días estuve en el cementerio de Pamplona, fui a
tomar una muestra simbólica de los restos de mi padre. Hacía mucho tiempo que
lo tenia pensado, era una cuestión pendiente y decidí honrar su memoria con un
gesto. Fue un acto sencillo y muy emotivo. Ante el lugar donde estuvo su tumba,
ahora tierra de nadie, sentí un murmullo aclarador.
—Los humanos sólo
pueden sobrevivir en la confianza recíproca, pero la base de esta confianza es
un légamo de mentiras fermentadas. La vida y la muerte están enlazadas en un
pacto eterno; el miedo, la incertidumbre y las pasiones obliga a vivir en el
sueño, a creer en lo ilusorio. Toda la energía humana se consume entre las
utopías y las luchas por el poder.—
Hace 40 años que murió y en aquella zona del cementerio, las
sepulturas en el suelo las han retirado todas. Reconocí el lugar al instante,
estaba limpio, era un espacio libre, con hierba rala y murmullos descritos
entre el silencio. Todo el lugar estaba
salpicado de pequeñas hondonadas alineadas, meticulosamente ordenadas como lo estuvieron
las tumbas. Era un campo sigiloso junto a otro no lejano que clamaba a gritos;
un espacio rectangular plegado de cruces de hormigón. Todas tenían una placa
con los nombres, el regimiento y la procedencia. Eran los caídos del bando
nacional en la Guerra Civil Española.
De mi padre no quedaba nada, ni una pequeña falange que
pudiera señalar la dirección del tiempo, ni una astilla de su caja, ni un botón
de la chaqueta o la hebilla del traje nuevo; ¡nada! Digo nuevo, ¡quizá se lo
había puesto tres veces! ¡Nada! no había ni los restos de la estela que se puso
en su día.
Los emigrantes no tenemos recuerdos, desaparecen todos en muy poco tiempo. Como decía, no quedaba nada, ni una esquirla de hueso, ni un diente y menos aún la compañía de los vivos. Allí estaba su ausencia y murmuraba con voz mineral; ¡como el hueco de una roca clamaba! Su silencio me dio las indicaciones precisas; en la nada estaba todo presente. Entre los brotes tiernos que cubrían su tumba estaba vigente su vida y su muerte, esperaba, allí presente esperaba, como lo estuvo siempre.
Los emigrantes no tenemos recuerdos, desaparecen todos en muy poco tiempo. Como decía, no quedaba nada, ni una esquirla de hueso, ni un diente y menos aún la compañía de los vivos. Allí estaba su ausencia y murmuraba con voz mineral; ¡como el hueco de una roca clamaba! Su silencio me dio las indicaciones precisas; en la nada estaba todo presente. Entre los brotes tiernos que cubrían su tumba estaba vigente su vida y su muerte, esperaba, allí presente esperaba, como lo estuvo siempre.
Era memoria abandonada, sólo eso y yo había ido hasta allí
para poner remedio. ¡Tarde, había ido tarde pero a tiempo…!
Tomé una muestra de tierra del hoyo de su tumba; fue un encuentro
con el pasado que llegó a emocionarme. Allí, delante de aquel socavón cubierto
de pasto verde me puse a llorar por todos nosotros. Recogí la tierra con la
intención de dejarla en su lugar; era el 31 de noviembre y pensé. ¡Lo haré mañana,
día de todos los santos! Su memoria quedará en el columbario donde está mi hijo
Andreu y donde tengo reservado un espacio para mi. Era una cuestión pendiente: ahora
quedará resuelta sin agravios y sin revuelos. Todo estará presente: su nombre en
la estela nueva, su espíritu en estas palabras y su cuerpo recobrado entre materiales
reciclados; la tierra viva entre tallos tiernos.
—La vibración eterna responde,
las partículas de luz cubren mi lecho, hoy y siempre me avivan. En el hueco de mi
tumba respira la “realidad estética”. —
El columbario
El año 1990 hice una escultura que había de ser mi casa póstuma, “Arquitectura i oblit”, un
columbario para depositar mis cenizas. Por desgracia tuve que hacerlo antes con
las de mi hijo. Ahora deseo reunir las memorias familiares en un mismo lugar,
todos cavemos allí, ¡es un pequeño consuelo! Es un acto simbólico y respetuoso;
guardo las memorias de las personas que están encadenadas con mi vida y con
ello doy curso natural a mi condición de sepulturero. Aclaro la acción y puedo afirmar
que no es un entierro apócrifo. Trabajo como escultor un concepto de afiliación
personal, una obra dispersa que deseo ordenar lo mejor posible. Pienso que la
escultura que he preparado es un buen destino, tanto para contener los símbolos como para
disminuir las distancias temporales y espaciales de una familia disgregada, eso
es todo…
La historia de mi familia es muy común, es un relato de encuentros felices,
tragedias, trabajo y derrotas permanentes. Somos emigrantes y hemos quedado
dispersos, unos aquí, otros allá, con rupturas y desarraigos incluidos. Todos
juntos formamos ya un reguero de cadáveres por toda España; Extremadura,
Andalucía, Guipúzcoa, Navarra, Aragón, Catalunya, Valencia… Somos los desplazados
de todas las patrias, los expulsados del paraíso, gentes movidas por el espíritu de supervivencia y
por el deseo de mejorar las condiciones de vida.
Han sido años difíciles para todos y afirmo que no nos han regalado
nada, en ningún lugar cayó maná del cielo y en todos hemos sido forasteros,
maquetos o charnegos. Con nuestro trabajo hemos creado una realidad nueva, indiscutible
e irrenunciable.
La comella ha sido mi obra determinante, era un montón de
escombros cuando me hice cargo de ella, ahora es mi espacio de referencia, es
mi hogar y también será mi lecho póstumo. Con esfuerzo y disciplina he
conseguido remontarla y convertirla en un espacio de reflexión, un debate sobre
la vida y el compromiso adoptado ante la naturaleza. Es una historia documentada que me anima a
compartirla con todos. Ya queda dicho en el libro: Susurros en un agujero.
Mi padre está presente en mi, todavía es una realidad activa
que me aprieta en el trabajo y me consuela en la fatiga. Es también un recuerdo
que dejo en la tierra, una urna de barro que me une al pasado y donde dejo los
encuentros y desencuentros de joven.
Estas cuestiones son difíciles de tratar, siempre estamos
interferidos por sentimientos contradictorios. Entre padres y hijos siempre hay
culpabilidades y abandonos que laceran la vida. Los recuerdos que me quedan de mi
padre me llenan de ternura. De niño calentaba mis manos con las suyas, de mayor
no lo supe entender, ahora lo comprendo todo. Nos relató los pormenores de la
guerra, las vivencias de su juventud y lo que pasó en el deambular por el
mundo. Su memoria la conozco como la mía, es la mía aumentada en el dolor y el
trasiego. Vivió el exilio, el ostracismo y la soledad; su vida no tuvo un minuto de descanso. Fue un trabajador incansable
y un poeta del pueblo. Aquí dejo una de
sus canciones, la recuerdo y la advierto
en su entonación, ya atravesada por las heridas de los años.
Vamos arriba muchachos
que viene alto el lucero y
hay que quitar las hierbas
Al trigo más tempranero.
Nadie como él conoció el valor de la derrota ni el ardor de
sobrevivir los infortunios. El destierro le condenó en todos los campos; la
época hizo del él un descreído y un desarraigado, pero también un superviviente
enlazado a sus hijos. Atados estuvimos a él hasta que aprendimos a caminar
solos.
Cuando marché a estudiar a Barcelona me dio ánimos y me deseó suerte; era el 15 de octubre de 1971. A los 24 días lo vi por última vez, había envejecido 24 años en tres semanas. Unas horas más tarde, cuando estábamos todos presentes: el 8-11-1971, a las 2 horas de la madrugada, moría en el hospital de Pamplona.
el meu pare es va morir 10 anys després del teu. al 81. al 1981. el joan, 30 anys després, al 2011.
ResponderEliminarmantenint els records, la memòria sensorial i emocional. del seu tacte. les seves mans. les seves veus. les seves històries de vida que com la de tots, contenen presències, absències, pèrdues, vida......
comparteixes la teva ànima. els teus pensaments. desil·lusionats. nostàlgics. vius.
m'agrada.
una abraçada que envolta tota la comella .................
hermínia