Lavarme la cara con las aguas del mar negro. Constanta. 2013
Con el rostro purificado con aguas del mar negro,
sollozo cada día bajo el huevo radiante del sol.
En la paz de sus horas pienso en vosotros y
juego inocente con el Leviatán del mundo.
Como un niño confiado hurgo entre sus dientes.
Devoro sus restos con hambre endémica.
Absorbo su saliva como el calostro del primer día.
En sus manos me siento caporal de criaturas de barro.
Sobre sus hombros, mi mano es lienzo de rocío.
De mi boca hoy surge una duda incontestable…
Quién conduce los días que me sumergen en el dolor.
Qué condena puso la semilla asombrosa en mis ojos.
Qué terror me estremece con estampidos de roca.
Qué misterio me cubre con tu voz taciturna.
La duda me guía, con ella zigzagueo por la senda.
Herido, cansado, sólo el caminar me consuela.
Al descansar siento la espalda calentar la tierra,
como se llagan los pies, se rinden a la fatiga.
Siento tus puños golpear con los ojos cerrados.
Hieren a ciegas, no buscan la fuente del corazón.
Tus manos me destrozan sin dejar señales permanentes.
Mis oídos oyen silbidos endémicos; ¡son quebradas de río!
Mis manos acarician un cuerpo de ensueño, ya inexistente.
Aquí, en estas aguas donde Ovidio sufrió el destierro.
Donde el pensamiento es marchito, silencioso y lejano,
al alba
enjuago mi pesar y purifico las heridas.
Aquí el monstruo me rinde tributo, soy miliciano sin
causa;
hoy me muestra el camino sereno,
¡alfombrado de crisantemos!
¡alfombrado de crisantemos!
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