Cueva de Altamira. Santillana del Mar. Cantabria.
Nsasi.
Nsasi llevaba en la sangre más reciente la sabiduría de su
padre, un chaman africano que practicó su ciencia en las riberas del Níger. Era
un hombre lampiño, mal forme, de estatura pequeña que llegó a obtener un poder
espiritual reconocido por todos. Pero su mayor herencia venía de una abuela
lejana, una mujer mítica, misteriosa y sabia que consiguió sobrevivir a la
marginación que estuvieron sometidas las mujeres durante miles de años. Su antepasada
tenía luz propia en la mente, vivió en otros continentes y consiguió remediar
el hambre de los humanos durante siglos. Para ello se valió del poder de su
pensamiento, la punta de los dedos, algunas tierras de colores, un raspador de
hueso, una lasca de sílex y otros artilugios que le proporcionaban confianza en su labor visionaria.
Ella era observadora y con esos elementos convocó y derrotó el espíritu de las fieras en las
profundidades de las cavernas. Cuando ella los
pintaba, los rumiantes y depredadores quedaban prisioneros, inanimados y vencidos
ante el poder que resoplaba su propia imagen. Una vez convocados en la pintura, atrapados
en los resaltes de la piedra, figurados en su declinar hacia el fin de la vida; hasta un niño podía
darles muerte física. Entonces, los cazadores; hombres brutos y obedientes al
instinto, no tenían otra cosa que hacer que arrastrar las piezas y cuartearlas;
los animales ya eran alimento resignado…
A aquella venerable anciana le doy las gracias; con su
manera de mirar el mundo no sólo despojó de voluntad a las bestias más
terribles, si no que también, cultivó la inteligencia de las manos, la
precisión de la mirada y la luz de la razón. A la vez que crecía su pensamiento
y nos regalaba sus ojos para que hoy pudiéramos ver los anillos de Saturno, nos
explicó en secreto, susurrando en la roca, como vivían entonces...
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