Capilla de vanidades
Se quitó la ropa lentamente, abrió el grifo del agua caliente y tomó vapores de azahar. Al instante se empañó el espejo de perlas diminutas. Fue un momento misterioso que definió el perfil de su identidad en un segundo; todo el devenir empezó a rodar a su suerte y se hizo imparable...
¡Siempre sorprendente!
Como digo, fue un momento misterioso y revelador que se desvaneció al instante. De lo ocurrido no me acuerdo bien. Estoy leyendo su mente y no encuentro los hilos tejidos en su pensamiento, ¡es un laberinto indescriptible! Tampoco es muy importante para el relato, lo que es determinante es que en aquel segundo se acordó de la palabra sagrada que el rabino de Praga había escrito bajo la lengua de un muñeco de barro y pensó que ella también podía animar la materia inerte... Con el dedo, sobre el lienzo cristalino del espejo empañado, rotuló:
—Emet — (Verdad)
En el espacio liberado por el dedo se reflejó su cuerpo agraciado y ardoroso. Un deseo incontrolado se apoderó de ella y en un instante se sintió viva y palpitante en el corazón del mundo. Era tal la emoción que sus ojos lloraron de felicidad y de su boca empezó a emerger la primavera con abundante floración de rosas.
Cada día al clarear la aurora se dirigía al baño sin dilación y hacía el mismo ritual. Se sentaba ante el modelo borroso de si misma para adornare y gozarse sin ningún pudor. Su mayor revelación tenía lugar al transformar su cuerpo y mimarse con gestos galantes. Se complacía con caricias interminables que espiaba con picardía entre los resquicios del velo de Isis. Se tocaba suavemente saboreando cada milímetro de piel, alargando cada segundo y llegando a cotas de éxtasis para otros inalcanzables. Sin darse cuenta construyó la personificación de la vanidad y para ella su cuerpo se constituyó en el templo sagrado de su virtud.
Era un ritual íntimo que hacía siempre en silencio y en las primeras luces del día. Su voz se perdía en un monólogo interior y nunca dejó de pronunciar la palabra Emet, lo hacía varias veces hasta llenarse la boca de las ambrosías del alba. Pensaba que igual que el sol nace de su propia voluntad, ella era artífice de si misma.
Pintaba los ojos, los labios y el tono de las mejillas con el tinte que ella misma segregaba, pigmentos que sacaba de su propia sangre, del flujo vaginal, la orina y los excrementos. Los guardaba con cuidado en frasquitos de bálsamos en desuso; cajas misteriosas que cuidaba con devoción y celo. Vigilaba sus reservas sin párpados en los ojos y desconfiaba de todo aquel que se acercaba a su vida. Maldecía el interés de los curiosos y se alejaba de aquellos que descubrían sus secretos. Tenía el dormitorio repleto de sus propias excrecencias: era el tabernáculo de sus presunciones. Relicarios con granos, uñas, pelo, postillas, dientes de cuando era niña, la primera sangre menstrual y una lista interminable de productos indescriptibles.
Pintaba los ojos, los labios y el tono de las mejillas con el tinte que ella misma segregaba, pigmentos que sacaba de su propia sangre, del flujo vaginal, la orina y los excrementos. Los guardaba con cuidado en frasquitos de bálsamos en desuso; cajas misteriosas que cuidaba con devoción y celo. Vigilaba sus reservas sin párpados en los ojos y desconfiaba de todo aquel que se acercaba a su vida. Maldecía el interés de los curiosos y se alejaba de aquellos que descubrían sus secretos. Tenía el dormitorio repleto de sus propias excrecencias: era el tabernáculo de sus presunciones. Relicarios con granos, uñas, pelo, postillas, dientes de cuando era niña, la primera sangre menstrual y una lista interminable de productos indescriptibles.
Cierta vez relajó la disciplina y garabateó mal la palabra sobre el vaho del cristal; en su mente se reveló otra verdad y el desasosiego llenó su corazón. Descubrió que aquello que sentía cada día no eran los plácidos murmullos del paraíso y pensó que todo fue un sueño expresado en el plano deformado del reflejo. Fue un descuido y súbitamente se abrió en su mente la puerta de la incertidumbre, el dolor y el desconsuelo…
— ¡Ha sido un instante, tan sólo por un instante!—
Un destello de luz le traspasó el cuerpo y al soplo leve de su aliento descubrió la realidad que ella misma había creado… Se había dibujado así misma con la precisión de un orfebre y el error en la palabra sagrada había derrumbado en su mente el templo de fantasía. Pensó varias horas sobre el asunto; su identidad la golpeaba con una idea fija en la mente...
—¡Ser, o aparentar ser...!
Mi cuerpo es la caja de los secretos, la armadura de mi existencia, ¡es el envoltorio de mi obra! —
Decidió seguir con la farsa: no conocía otra realidad que aquella que había creado en el espejo y cuidó la rotulación con mayor esmero. Aprendió a describirse correctamente ante la misteriosa máscara de la realidad y disfrutó de coherencia y dignidad toda su vida.
Siguió imparable el curso del tiempo y a pesar de gozarse como Hermafrodita, de lucir el resplandor de las ninfas y sentirse espléndida como Narciso, un día se sintió cansada. Pausadamente contempló la llegada del fin; un hormigueo subió por el brazo izquierdo, el frío adornó su frente, las manos le temblaron y el pecho se alteró…
¡Todo fue muy breve!
En un instante resolvió el enigma de su vida, cogió un tubo de cobre y allí dejó caer el único fonema que salió de su boca…
—Met— ( Muerte)
Fue el cierre de su identidad, su última obra, ¡uno más de sus tesoros!
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